FIESTA DE REYES

                                               FIESTA DE REYES

                                        EPIFANÍA DEL SEÑOR

                  MARIANO ESTEBAN CARO

El Hijo de Dios se hizo hombre, para que los hombres –todos los hombres- puedan ser hijos de Dios. De cualquier raza, pueblo y nación. De cualquier color. La tradición nos refiere que uno de los Magos era de raza negra. Todos los hombres de cualquier época de la historia, también los del siglo XXI, estamos llamados a ser hijos de Dios.

El tiempo de Navidad y de Epifanía está penetrado por el mensaje de la luz. Epifanía significa manifestación luminosa. La «luz nueva» encendida en la noche de Navidad, hoy brilla sobre todo el mundo, como sugiere la imagen de la estrella, cuya luz atrajo a los Magos de oriente. Dios en muchas ocasiones se había manifestado mediante el resplandor de su gloria. En esta fiesta celebramos que Dios manifestó a su Hijo unigénito a los pueblos gentiles por medio de una estrella. “Yo soy la luz del mundo –dirá Jesús-. El que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12).

En varias fiestas del tiempo de Navidad se nos relata cómo Dios hecho niño (hombre verdadero, varón verdadero en la circuncisión) se había manifestado a gentes del pueblo judío: a María su madre, a José, a los pastores (hombres rudos y sencillos), a los sabios y doctores en el templo. El evangelio de hoy nos presenta la manifestación del Salvador a gentes de otra raza. No eran judíos, sino “de oriente”, es decir, extranjeros. Gentiles los llama la segunda lectura de la misa, que nos resume el mensaje de la fiesta de hoy: “que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo”.

Los Magos de Oriente quizás eran hombres con conocimientos superiores de astronomía y filosofía. Su largo camino exterior era prueba de la peregrinación interior de sus corazones. Eran hombres que buscaban a Dios y se pusieron en camino hacia él. Los Magos, “siguiendo una luz, buscan la Luz” (Papa Francisco). Eran buscadores de Dios.

El Hijo de Dios se hizo hombre, para que los hombres –todos los hombres- puedan ser hijos de Dios. De cualquier raza, pueblo y nación. De cualquier color. La tradición nos refiere que uno de los Magos era de raza negra. Todos los hombres de cualquier época de la historia, también los del siglo XXI, estamos llamados a ser hijos de Dios. La fiesta de hoy subraya el significado universal del nacimiento de Cristo. En el Prefacio de la misa cantamos: «Hoy en Cristo, luz de los pueblos, has revelado a los pueblos el misterio de nuestra salvación».

Cristo es el único Salvador de los hombres. Todo ser humano se salva a través de Cristo, que no es un camino más de salvación, ni puede ser puesto al mismo nivel de otros líderes religiosos, porque en Él está la plenitud de los medios de salvación. Es el camino único hacia Dios. En las otras religiones hay algunas verdades, pero no la totalidad. Tolerancia significa respeto efectivo al derecho que toda persona tiene a la libertad religiosa. Pero el cristiano debe estar seguro y convencido de que Cristo es el único Salvador de todos los hombres.

La de hoy es para nosotros una fiesta misionera. Todo el que cree en Jesucristo como su único Salvador y Señor debe confesar el misterio de la salvación de los hombres con fe pura y amor sincero. Una fe confesante, valiente, y consecuente. Con respeto a todos, pero sin complejos, el cristiano debe proclamar que en Cristo, para luz de todos los pueblos, está el misterio de nuestra salvación, pues “al manifestarse Cristo en nuestra vida mortal hemos sido hecho partícipes de la gloria de su inmortalidad” proclamamos en el Prefacio de la misa de la Epifanía.

Esta fiesta nos muestra, sobre todo, que Dios “está en peregrinación hacia el hombre. No existe sólo la peregrinación del hombre hacia Dios; Dios mismo se ha puesto en camino hacia nosotros” (Benedicto XVI).  «Dios en camino», le definía San Juan Pablo II. Es el gran don de Dios. Fiesta de Reyes, fiesta de los regalos. En un sermón en la Epifanía del Señor, San Agustín nos recuerda que «también nosotros, reconociendo en Cristo a nuestro rey y sacerdote muerto por nosotros, lo honramos como si le hubiéramos ofrecido oro, incienso y mirra; sólo nos falta dar testimonio de él tomando un camino distinto del que hemos seguido para venir».

 

 

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