DIVINIZACIÓN DEL HOMBRE

DIVINIZACIÓN

DEL

HOMBRE

MARIANO ESTEBAN CARO

SUMARIO
1-INTRODUCCIÓN
2-SAGRADA ESCRITURA
3-SANTOS PADRES
4-LITURGIA
5-MAGISTERIO
6-TEOLOGÍA
7-BIBLIOGRAFÍA
8-ÍNDICE

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INTRODUCCIÓN

Ya San Ireneo en su Tratado contra las Herejías escribía que el Hijo de Dios se hizo Hijo del hombre para que el hombre, unido íntimamente al Verbo de Dios, se hiciera hijo de Dios por adopción (Adv Haer 3, 19). Éste es el maravilloso intercambio, que nos salva, como enseñaba San Agustín (sermón Güelferbitano 3) y cantamos en el tiempo de Navidad (Prefacio III): así es como el pobre ser humano se hace partícipe de la naturaleza divina, es divinizado, deificado, verdadero hijo de Dios, ya que, injertado en Cristo, de Él recibe su vida divina, que es vida filial.

Somos uno “en Cristo”, hijos en el Hijo, verdaderamente participamos de la naturaleza divina. No se trata de una relación meramente legal. Cuando Dios hace de nosotros un hijo, no está obrando jurídicamente, sino como el Dios creador que es. El hombre Cristo Jesús no es tampoco un hijo adoptivo de Dios: “tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy”, dicen Pablo y sus compañeros, refiriéndose a Jesús resucitado (Hch 13, 33). La naturaleza humana, que en Cristo fue divinizada, no anulada, también en nosotros ha sido elevada a la dignidad de hijos de Dios, pues “el Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre” (GS 22). El cristiano es incorporado a Cristo en su humanidad. Se trata de una comunión identificante.
Nuestra divinización es nuestra salvación. Dios, en su eterno designio, dispuso que el hombre fuera realmente salvado, divinizado por medio de la encarnación de su propio Hijo, que se hizo hombre verdadero, igual en todo a nosotros menos en el pecado. Al hacerse hombre el Hijo eterno de Dios, lo divino se humaniza y la humanidad de Cristo es divinizada. La encarnación en la plenitud de su realidad lleva en sí misma la muerte y la glorificación. La resurrección está inscrita en la naturaleza humana lo mismo que la muerte. En su resurrección el hombre Cristo Jesús es plenamente glorificado, divinizado. Se trata de la plenitud de la encarnación, que con la muerte y resurrección constituyen un único misterio. El Crucificado-Resucitado conserva en la gloria del cielo las heridas de la pasión.

Cristo, llevado a la consumación (glorificación) se ha convertido para los que le obedecen en autor de salvación eterna (Heb 5, 9). Causa y guía de nuestra salvación, es también el hombre perfecto: la resurrección y la gloria son la perfección de la naturaleza humana asumida en Cristo Jesús. De la plenitud de vida divina en la humanidad de Jesús depende nuestra salvación. Es el vencedor del pecado y de la muerte. Muriendo destruyó nuestra muerte (Prefacio I de Pascua) pues murió para resucitar (Jn 10, 17). Como el grano de trigo, que se siembra en la tierra: su muerte es vida ya (Jn 12, 24). Decía Juan Pablo II que la resurrección es “aquella gloria que está contenida en el sufrimiento mismo de Cristo” (Enc. Salvifici Doloris 22) y en la Enc. Evangelium Vitae (50) proclamaba: “¡en la cruz se manifiesta su gloria!”. Cristo que, “a través del sufrimiento y de la muerte en cruz, ha resucitado a la vida nueva y ha sido glorificado” (Plegaria Eucarística V/a).

La transformación divinizante del hombre Cristo Jesús en su glorificación le da poder para enviar a sus hermanos los hombres el Espíritu Santo, en cuyo interior obra, haciéndolos hijos de Dios e impulsándolos a vivir como tales. La gracia de Cristo mediante el Espíritu transforma al hombre, al comunicarle la vida divina, que él recibe del Padre.
Desde la eternidad el hombre ha sido pensado en Cristo, pues la naturaleza humana, desde siempre, ha sido querida mirando al Verbo eterno de Dios que en la plenitud de los tiempos habría de asumirla. Alfa y omega, el primero y el último, principio y fin (Ap 22, 13) Cristo es, por tanto, cabeza de la Iglesia y de la creación: todo fue creado por Él, que es también la cabeza del cuerpo de la Iglesia (Col 1, 16-18). El Padre, por medio de su amado Hijo, es creador del género humano y autor generoso de la nueva creación (Prefacio común III).

El hombre se salva por su comunión con Cristo Jesús resucitado y glorioso, alcanzando así su propia perfección, ya que se humaniza totalmente con la gracia, que le transforma en su ser y en su obrar. En Cristo habita corporalmente la plenitud de la divinidad, y por él, que es la cabeza, hemos obtenido nuestra plenitud (Col 2, 9): en él habita la plenitud de de ser, de vida, de gracia, de verdad. Nuestra salvación está en vivir en comunión con Cristo, pues “si morimos con Él, viviremos con Él” (II Tim 2, ll). Cristo “revela plenamente el hombre al mismo hombre”, decía Juan Pablo II, refiriéndose a la dimensión humana del misterio de la redención (Redemptor Hominis 10).

La divinización del hombre hemos de entenderla como deificación o participación de la naturaleza divina. Es fruto de la encarnación del Hijo de Dios, entendida en su plenitud: incluye la muerte y la resurrección de de Cristo. No deshumaniza al hombre. Todo lo contrario. “En esta dimensión el hombre vuelve a encontrar la grandeza, la dignidad y el valor propios de su humanidad”. El hombre en cierto modo “es nuevamente creado” (Encíclica Redemptor Hominis 10).

La Divinización del hombre llevan como título estas páginas. Es una expresión presente en la tradición de la Iglesia desde los Santos Padres hasta los últimos Papas. Su riqueza teológica está recogida en la misma Liturgia y sobre ella han reflexionado los teólogos, desde Santo Tomás hasta nuestros días.

SAGRADA ESCRITURA

SALMO 81, 6
Yo declaro: “Aunque seáis dioses,
e hijos del Altísimo todos,
moriréis como cualquier hombre,
caeréis, príncipes, como uno de tantos”.

EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 10, 34
Jesús les replicó: ¿No está escrito en vuestra Ley:
yo os digo: sois dioses?
Si la Escritura llama dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios (y no puede fallar la Escritura), a quien el Padre consagró y envió al mundo, ¿decís vosotros que blasfema porque dice que es Hijo de Dios?

SEGUNDA CARTA DE SAN PEDRO 1, 4b
Su divino poder nos ha concedido todo lo que conduce a la vida y a la piedad, dándonos a conocer al que nos ha llamado con su propia gloria y potencia.
Con eso nos ha dado los inapreciables y extraordinarios bienes prometidos, con los cuales podéis escapar de la corrupción que reina en el mundo por la ambición y participar de la naturaleza divina.

OTROS TEXTOS

Evangelio según San Juan

1, 12
Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre.

3, 16-17
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna.
Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él.

6, 57
El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mi.

10, 10
Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante.

Hechos de los Apóstoles

17, 28-29
En Él vivimos, nos movemos y existimos: así lo dicen incluso algunos de vuestros poetas:Somos estirpe suya…Por tanto, si somos estirpe de Dios…

Carta a los Romanos

8,14
Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios. Habéis recibido no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: ¡Abba! (Padre).

Primera Carta a los Corintios

1, 9
Dios os llamó a participar en la vida de su Hijo Jesucristo Señor nuestro. ¡Y Él es fiel!

Carta a los Gálatas

2, l9-20
Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo es, es Cristo quien vive en mi.

3, 26
Porque todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús.

3, 27-28
Los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo, os habéis revestido de Cristo. Ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús.

4, 4-5
Pero cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo,nacido de una mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción.

Carta a los Efesios

1, 5-6

Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos,para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya.

2, 8
Porque estáis salvados por su gracia y mediante le fe.
Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios

Carta a Tito

3, 7
Así justificados por su gracia, somos en esperanza,
herederos de la vida eterna.

Primera Carta de San Juan

3, 1
Mirad qué amor nos ha tenido el Padre, para llamarnos hijos de Dios, pues lo somos.

3, 2
Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es.

4, 9
En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: En que Dios mandó al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él.

SANTOS PADRES

LA DIVINIZACIÓN DEL HOMBRE EN LOS SANTOS PADRES

Carta Apostólica PATRES ECCLESIAE (JUAN PABLO II)
I. Introducción
Padres de la Iglesia se llaman con toda razón aquellos santos que, con la fuerza de la fe, con la profundidad y riqueza de sus enseñanzas, la engendraron y formaron en el transcurso de los primeros siglos[1].
Son de verdad «Padres» de la Iglesia, porque la Iglesia, a través del Evangelio, recibió de ellos la vida[2]. Y son también sus constructores, ya que por ellos —sobre el único fundamento puesto por los Apóstoles, es decir, sobre Cristo—[3] fue edificada la Iglesia de Dios en sus estructuras primordiales.
La Iglesia vive todavía hoy con la vida recibida de esos Padres; y hoy sigue edificándose todavía sobre las estructuras formadas por esos constructores, entre los goces y penas de su caminar y de su trabajo cotidiano.
Fueron, por tanto, sus Padres y lo siguen siendo siempre; porque ellos constituyen, en efecto, una estructura estable de la Iglesia y cumplen una función perenne en pro de la Iglesia, a lo largo de todos los siglos. De ahí que todo anuncio del Evangelio y magisterio sucesivo debe adecuarse a su anuncio y magisterio si quiere ser auténtico; todo carisma y todo ministerio debe fluir de la fuente vital de su paternidad; y, por último, toda piedra nueva, añadida al edificio santo que aumenta y se amplifica cada día[4], debe colocarse en las estructuras que ellos construyeron y enlazarse y soldarse con esas estructuras.
Guiada por esa certidumbre, la Iglesia nunca deja de volver sobre los escritos de esos Padres —llenos de sabiduría y perenne juventud— y de renovar continuamente su recuerdo. De ahí que, a lo largo del año litúrgico, encontremos siempre, con gran gozo, a nuestros Padres y siempre nos sintamos confirmados en la fe y animados en la esperanza.
Nuestro gozo es todavía mayor cuando determinadas circunstancias nos inducen a conocerlos con más detenimiento y profundidad. Eso es lo que sucede ahora al conmemorar este año el XVI centenario de la muerte de nuestro Padre San Basilio, obispo de Cesarea.

LA TRADICIÓN Y LOS PADRES DE LA IGLESIA

Los primeros cristianos, incluso los apóstoles, transmitieron de viva voz las palabras y la vida de Cristo, formándose así la tradición oral. Pero la Iglesia fue fijando por escrito sus enseñanzas para la instrucción del pueblo y para responder a las herejías. Así se fue formando lo que se denomina Literatura Eclesiástica primitiva, que constituye el objeto de la Patrología. Suele dividirse en tres períodos: el primero hasta el Concilio de Nicea en el año 325; el segundo, hasta mediados del siglo V y el tercer período hasta finales del siglo VII. Son cuatro los criterios para considerar a un autor antiguo como Padre de la Iglesia: doctrina ortodoxa, santidad de vida, aprobación de la Iglesia y antigüedad. La Patrología estudia hasta San Isidoro de Sevilla (560-630) en Occidente, y hasta San Juan Damasceno ( -754) en Oriente.

AUTORIDAD DE LOS PADRES
Ya san Atanasio (328-373) en su Carta a Serapión (28-30) habla de lo provechoso que es profundizar en el contenido de la antigua tradición, de la doctrina y de la fe de la Iglesia católica, “tal como el Señor nos la entregó, tal como la predicaron los apóstoles y la conservaron los santos Padres. En ella, efectivamente, está fundamentada la Iglesia, de tal manera que todo aquel que se aparta de esta fe deja de ser cristiano y ya no merece el nombre de tal”.

El Papa Benedicto XVI en su catequesis sobre San Cirilo de Alejandría (3-X-2007) destaca el significado de los Santos Padres en la tradición de la Iglesia: custodios de la exactitud, de la verdadera fe, fidelidad de su teología con la tradición de la Iglesia, en la que reconocen “la garantía de continuidad con los apóstoles y con Cristo mismo”. Tuvo gran influencia un decreto atribuido al Papa Gelasio I (492-496), en el que se establece el catálogo de autores aceptados por la Iglesia. Desde entonces, los Santos Padres son una referencia en el magisterio de la doctrina católica. El Concilio de Trento en su decreto sobre la recepción de los libros sagrados y las tradiciones (DS 1501-1505) hace alusión a los Padres de doctrina ortodoxa. El Concilio Vaticano I, en la sesión III, cap. 2, confirma el decreto tridentino y declarando auténticamente su enseñanza, dice que a nadie le es lícito interpretar el sentido de la Sagrada Escritura contra el que mantiene la santa madre Iglesia ni contra el consenso unánime de los Padres (DS 3007). En la Constitución Dogmática del Concilio Vaticano II sobre la Divina Revelación podemos leer: “La Iglesia camina a través de los siglos hacia la plenitud de la verdad…Las palabras de los Santos Padres atestiguan la presencia viva de esta Tradición, cuyas riquezas van pasando a la práctica y a la vida de la Iglesia, que cree y ora” (DV 8). El mimo Concilio, en el decreto “Optatam totius” sobre la formación sacerdotal, al referirse a la enseñanza de la teología, dice que se explique a los alumnos “la contribución de los Padres de la Iglesia de Oriente y de Occidente a la transmisión fiel y al desarrollo de cada una de las verdades de la revelación, así como a la historia posterior del dogma –considerada también su relación con la historia general de la Iglesia- (OT 16).

TEOLOGÍA PATRÍSTICA SOBRE LA DIVINIZACIÓN DEL HOMBRE

El intercambio que nos salva: Los Santos Padres, especialmente los griegos, en múltiples ocasiones nos recuerdan que Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera dios. El primero en formularlo de modo explícito fue San Ireneo, que murió en el año 216, (Adv Haer III, 19, 1). Otros muchos posteriormente lo expresarían de forma parecida. También ilustres Padres latinos, como San Agustín, en el sermón 185 o San León Magno en el sermón 26, 6 en la Natividad del Señor. Relacionada con este intercambio salvador está la divinización, palabra utilizada por primera vez por Clemente Alejandrino (150-216): “divinizando al hombre”, dice en Prot. XI 114, 4. No se puede negar el influjo de la filosofía religiosa de inspiración platónica, que presentaba la asimilación a la divinidad como ideal del hombre.

Según la teoría de la divinización de los Padres, los griegos principalmente, el Logos, encarnándose, pone a la naturaleza humana en contacto con la divinidad, divinizando a esta naturaleza y, en ella, toda la humanidad. Para ellos la encarnación del Hijo de Dios es la causa de nuestra divinización, sin olvidar que es la resurrección la que introduce este cambio radical en la humanidad. Los Padres han conjugado encarnación y resurrección como causas de la salvación del hombre, es decir, de su divinización, (más griego) o de deificación (más latino).

Los Santos Padres formulan de diversos modos el intercambio que nos salva: el Impasible por nosotros se hace pasible; el Hijo de Dios se hizo hombre para participar de nuestros sufrimientos y curarlos; Él cargó con lo peor para darnos lo mejor; Dios se hizo hombre para que nosotros fuéramos hijos de Dios, por la unión con el Verbo y la gracia de la adopción; para hacernos dioses: “ El Verbo de Dios se ha hecho hombre, para que el hombre se hiciera Dios”; casi con estas mismas palabras se expresan San Atanasio y San Agustín.

La fundamentación bíblica: El punto de partida de la teología cristiana sobre la divinización del hombre está en la Sagrada Escritura. Especialmente en la Carta a los Gálatas 4, 4-5: “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para redimir a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción” (ten uiothesían). San Pablo pone de manifiesto este intercambio salvador también en otras cartas: Romanos 8, 3 ss; 2 Corintios 5, 2l y en le gran himno de Filipenses 2, 5-11.

La segunda Carta de San Pedro (1, 4) ejerció un enorme influjo en los Santos Padres: es el único texto bíblico en el que aparece esta participación en la vida divina. La “theia Physis” era corriente en la filosofía griega y en el judaísmo helenístico. San Pablo utiliza la palabra “koinonía” para expresar la comunión vital del cristiano con Dios. Se trata de un don gratuito de Dios por medio de Cristo. No es un hecho natural, como pensaban los helenistas. La participación en la naturaleza divina es un hecho actual, no solamente escatológico.

La Divinización y la filiación divina: estas dos expresiones aparecen estrechamente relacionadas en numerosos testimonios de los Padres: a los cristianos se les concede ser dioses y ser hijos de Dios, por la gracia que adopta, no por la naturaleza que genera. Por haber sido hechos hijos de Dios, hemos quedado divinizados.

Para los Santos Padres la divinización tiene una claro origen trinitario: “Por la participación en el Verbo, mediante el Espíritu, recibimos los hombres, desde el Padre, la divinización” (San Atanasio). Cristo: El Hijo de Dios, por su propia encarnación, confiere a la naturaleza la gracia, la divinización, que está por encima de la naturaleza. El nos ha glorificado. La naturaleza humana se hace divina en Cristo y en todos los que por la fe viven como Él nos ha enseñado. Por una enseñanza celeste el hombre es divinizado, que, por la fe, queda injertado en Cristo, que es la raíz, la cepa y nosotros, los sarmientos. Dios modela en nosotros a Cristo, somos revestidos de Él. El Logos, mediante el Espíritu, diviniza a las criaturas y a la creación. Enviando el Espíritu a nuestras almas, nos llamamos y somos templos de Dios y hasta dioses.

El Espíritu diviniza, porque es Dios. Nos hace hombres espirituales y partícipes de Dios. Queda divinizado aquel en el que está presente. Por la comunión con el Espíritu Santo somos partícipes de la naturaleza divina, estamos unidos a la divinidad, asimilados a Dios, porque somos portadores del Espíritu. Iluminados por Él, nos diviniza en el bautismo y nos modela según la plenitud de la imagen de la naturaleza divina; imprime en nosotros, como en la cera, la imagen de Dios. La acción misteriosa del Espíritu nos hace semejantes a Dios.

El hombre se hace Dios, porque quiere lo que quiere Dios. Amando a Dios nos deificamos. Cada uno es lo que ama, ¿amas a Dios?, eres Dios. El alma está divinizada porque contempla. Lo más divino es hacer el bien. La divinidad es pureza, liberación de las pasiones, remoción de todo mal. Si todo esto está en ti, Dios está realmente en ti.

TEXTOS PATRÍSTICOS

SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA (+107)

1-Es justo que vosotros glorifiquéis de todas las maneras a Jesucristo, que os ha glorificado a vosotros (Ephes 2, 2).

2-Sois, pues, vosotros y todos vuestros compañeros de viaje deíferos, templíferos, cristíferos, santíferos (Ephes 9, 1-3).

3-Él mismo se llama en varias ocasiones “Teóforo” [Portador de Dios]: Ephes 9, 2; Magn , Trall.
4-Hagamos, pues, todas las cosas con la fe de que Él mora en nosotros, a fin de ser nosotros templos suyos y Él Dios nuestro (Ephes 15, 3).

5-Aguarda al que está por encima del tiempo, al Intemporal, al Invisible que por nosotros se hizo visible, al Impasible que por nosotros se hizo pasible: al que por todos los modos sufrió por nosotros (Polyc 3, 2).

6-Jesucristo es nuestro solo Maestro, ¿cómo podemos nosotros vivir fuera de Él? (Magn 9, 1).

SAN JUSTINO (100-165)

1-El Verbo que procede del mismo Dios ingénito e inefable; pues Él, por amor nuestro, se hizo hombre para participar de nuestros sufrimientos y curarlos (Apol II 10,2-8).

2-Habiendo sido creados impasibles e inmortales, como Dios, con tal de guardar sus mandamientos, y habiéndoles Él concedido ser llamados hijos de Dios…Sea la interpretación del salmo [81] la que vosotros queráis; aun así queda demostrado que a los hombres se les concede llegar a ser dioses y que pueden convertirse en hijos del Altísimo (Dial con Tryph 124, 4).

SAN TEÓFILO DE ANTIOQUÍA (+181)

Y así, si el hombre se inclina a la inmortalidad, guardando los mandamientos de Dios, recibirá de Dios como galardón la inmortalidad y llegaría a ser Dios (Ad Aut 2, 27).

SAN IRENEO (135-202)

1-A la manera que el olivo silvestre injertado no pierde su naturaleza de árbol, sino que cambia la cualidad de su fruto y también su mismo nombre…así el hombre injertado por la fe y que ha recibido el Espíritu Santo, no pierde su naturaleza carnal, sino que transforma la cualidad del fruto de sus obras y recibe un nombre nuevo, que expresa su mejora. Ya no se llama carne y sangre sino hombre espiritual (Adv Haer 1, 5).

2-Él ha derramado el Espíritu del Padre para operar la unión y la comunión entre Dios y el hombre (Adv Haer 1, 59.

3-¿Cómo hubiéramos podido unirnos a la incorruptibilidad y a la inmortalidad, si la incorruptibilidad y la inmortalidad no se hubiera convertido en lo que nosotros somos, para que lo que era corruptible fuera absorbido por la incorruptibilidad y lo que era mortal por la inmortalidad, y para que nosotros recibiéramos la adopción de hijos?…El Hijo de Dios se hizo hombre para que el hombre, unido al Verbo de Dios y recibiendo la adopción, se hiciera hijo de Dios (Adv Haer 3,19).

4-El Hijo de Dios asumió la carne para incitar al hombre a hacerse semejante a Él (Adv Haer 3, 20).

5-El hombre que vive es la gloria de Dios, asimismo la vida del hombre consiste en la visión de Dios (Adv Haer 4, 20).

6-¿Cómo puede el hombre llegar a ser Dios si Dios no se hace hombre? (Adv Haer 4, 33).

7-No fuimos creados dioses desde el principio, sino primero hombres, luego al fin dioses (Adv Haer 4, 33).

8-El Verbo de Dios… que por su inmenso amor se hizo lo que nosotros somos para hacernos llegar a ser lo que es Él mismo (Adv Haer 5, pref ).

9-Porque si no hubiera de salvarse la carne, en modo alguno se habría encarnado el Verbo de Dios (Adv Haer 5, 14).

10-El Verbo de Dios se hizo hombre para que por Él recibamos la adopción (Adv Haer 16, 3).

11-Por eso el Verbo se ha hecho hombre y el Hijo de Dios se ha hecho hijo del hombre, para que el hombre, uniéndose al Verbo y recibiendo la adopción, se haga hijo de Dios (Adv Haer 19,1).

CLEMENTE DE ALEJANDRÍA (150-216)

1-El Logos de Dios se hizo hombre, para que aprendas de un hombre cómo el hombre puede llegar a ser dios (Protr, 1).

2-El Logos de Dios se hizo hombre para que también tú aprendas de un hombre cómo el hombre puede llegar a ser dios (Protr 8, 64).

3-Él nos ha hecho la gracia de la herencia paterna, grande, divina y que no se pierde, divinizando al hombre por una enseñanza celeste (Protr 11, 114).

4-El hombre que ha tenido en sí al Logos, recibe la hermosa figura del Logos, y él mismo se embellece porque se asemeja a Dios. Se hace Dios, porque Dios así lo quiere (Pedag 1, 5).

5-Bautizados, somos iluminados; iluminados, somos adoptados como hijos; adoptados, llegamos a la perfección; perfectos, venimos a ser inmortales (Pedag 1, 6).

6-El hombre habitado por el Logos…es la verdadera belleza porque es Dios. El hombre se hace Dios porque quiere lo que Dios quiere (Pedag 3, 19).

TERTULIANO (+220)

Dios es capaz de hacer a otros dioses y deificar a los hombres ( Apolog 11).

SAN HIPÓLITO (+ 235)

Serás partícipe de Dios y coheredero de Cristo, liberado de la concupiscencia y de las pasiones. Has sido hecho dios…Dios ha prometido concederte estas cosas, porque has sido deificado, has renacido como inmortal (Adv Haer 1, 10).
Pero si, de todos modos, quieres llegar a ser dios también tú, obedece a aquel que te ha hecho y no le resistas ahora (Philosoph., 33).

ORÍGENES (185-255)

l-Para que la naturaleza humana, al unirse con una sustancia más divina, se hiciese divina, no sólo en Jesucristo, sino en todos los que, por la fe, abrazan la vida que Cristo ha enseñado, que conduce a la amistad y a la comunión con Dios a todo el que acomode sus costumbres a los preceptos de Jesucristo (Contra Celsum 1, 3).

2-Así la naturaleza humana, por su comunión con la divinidad se torna divina no sólo en Jesús, sino también en todos los que después de creer abrazan la vida que Jesús enseñó, vida que conduce a la amistad y comunión con Dios (Contra Celsum 1, 57).

3-Ellos [los discípulos] reconocieron que en Cristo había empezado la unificación de la naturaleza divina con la humana, para que la humana, gracias a esta íntima unión, se hiciera divina, no sólo en Jesús, sino también en todos los hombres (Contra Celsum 3, 28).

4-En Él la naturaleza divina y la naturaleza humana han comenzado a unirse estrechamente, a fin de que, por su comunión con lo que es más divino, la naturaleza humana llegue a ser divina, no sólo en Jesús, sino también en todos aquellos que, con la fe, abrazan la vida que Jesús ha enseñado y que conduce a la amistad y comunión con Dios (Contra Celsum, 3, 28).

5-El alma está divinizada porque contempla (In Io 32, 27).

SAN METODIO DE OLIMPO (+311)
Cristo no ha venido a cambiar o a transformar la naturaleza humana, sino a conducirla allí donde se encontraba antes de la caída, a la inmortalidad (De res. I, 49).

SAN HILARIO DE POITIERS (+367)
1-Sólo en Cristo, Hijo de Dios e Hijo del hombre, la humanidad encuentra salvación. Al asumir la naturaleza humana, unió consigo a todo hombre. Asumió en sí la naturaleza de toda carne y, convertido así en la vida verdadera, es la raíz de todo sarmiento (Tract in Ps 51, 16).
2-Realmente estamos llenos de Él, lo mismo que Él está lleno de la divinidad (De Trinit 9, 3).

DÍDIMO DE ALEJANDRÍA (314-398): Si por el bautismo junto con Dios Padre y su Hijos, el Espíritu Santo nos conduce a la imagen primera, si, comunicándose a nosotros, causa nuestra adopción y nuestra divinización y si ninguna criatura tiene el poder de adoptar y de divinizar ¿cómo no es Dios? (De Trinitate, III, 2; PG 39, 801d-804ª).

SAN ATANASIO (328-373)
1-Por medio del Espíritu todos nosotros somos llamados partícipes de Dios…Entramos a formar parte de la naturaleza divina mediante la participación en el Espíritu…He aquí por qué el Espíritu diviniza a aquellos en quienes se hace presente (Ep ad Serap 1, 14).

2-Si por la comunicación del Espíritu somos partícipes de la naturaleza divina, sería necio decir que el Espíritu es de naturaleza creada y no de la naturaleza de Dios. Aquellos en quienes Él está, son divinizados. Pues si diviniza, no hay dudas que su naturaleza es la de Dios (Ep ad Serap 1, 24).

3-Participando en el Espíritu, participamos de la naturaleza divina. Pues si el Espíritu diviniza es indudable que su naturaleza es divina (Ep ad Serap 4).

4-En el Espíritu Santo glorifica el Logos la creación, al conducirla al Padre mediante la divinización y admisión a la adopción…Mediante Él diviniza el Logos a las criaturas…A través de Él la creación es divinizada ( Ep ad Serap 25).

5-El Verbo al asumir la carne, no quedó disminuido, antes bien, convirtió en divino lo que revistió…Sólo por la participación en el Verbo mediante el Espíritu reciben [los hombres] desde el Padre esta gracia [la divinización] (Adv Ar 1,42).

6-El Verbo se hizo carne para hacer al hombre capaz de recibir la divinidad (Adv Ar 2, 59).

7-Si el Hijo no fuera verdadero Dios, el hombre unido a una criatura, no podría ser divinizado (Adv Ar 2,70).

8-Dios se hizo portador de carne [sarcóforo] para que el hombre se hiciera portador del Espíritu [pneumatóforo] (Adv Ar 8).

9-Por la gracia del Espíritu que nos ha sido concedida estamos en Él y Él en nosotros…mediante la participación en el Espíritu estamos unidos a la divinidad (Adv Ar 24).

10-Del mismo modo que el Señor se hizo hombre asumiendo el cuerpo, así nosotros los hombres somos asumidos por el Logos en su carne y divinizados (Adv Ar 34).

11-Cristo no fue antes hombre y luego Dios, sino viceversa: siendo Dios se hizo hombre para hacernos dioses (Adv Ar 39).

12-Con relación al Verbo dice San Atanasio: El hombre no podría quedar divinizado mediante su unión con una cosa creada (Adv Ar 70).

13-El [Cristo] es Hijo de Dios por naturaleza, nosotros por gracia (De Incar Verbi 8).
14-El Verbo de Dios se ha hecho hombre para que el hombre se hiciera Dios (De Incar Verbi 54, 3).

15-Tenemos la suma de todos los bienes por el bautismo: recibimos el perdón de los pecados, la santificación, la participación en el Espíritu, la adopción de hijos, la vida eterna (In Act Apost Hom 40, 2).

16-La pureza del alma tiene el poder de reflejar a Dios en ella (C. Gent 2, 8).

SAN BASILIO DE CESAREA (329-379)
1-Las almas portadoras del Espíritu, iluminadas por el Espíritu…de ahí la ciudadanía celestial, la danza con los ángeles, la alegría interminable, la permanencia en Dios, la asimilación a Dios y el deseo supremo de hacerse Dios….Él [el Espíritu Santo] iluminando a aquellos que se han purificado de toda mancha, los hace espirituales por medio de la comunión con Él…Así las almas que llevan el Espíritu se hacen plenamente espirituales…De ahí el cumplimiento de los deseos: convertirse en Dios (De Spiritu Sancto 9, 23).
2-Y así el que no vive ya según la carne, sino que es conducido por el Espíritu de Dios, es llamado hijo de Dios y se conforma a la imagen del Hijo de Dios(De Spiritu Sancto 26, 61).
3-¿Cómo no va a ser Dios quien hace dioses a los hombres? (Adv Eunom 3, 5).

SAN GREGORIO NACIANCENO (+390)
l-Tratemos de ser como Cristo, pues también Cristo se hizo como nosotros: Tratemos de ser dioses por medio de Él, pues Él mismo se hizo hombre por nosotros. Cargó con lo peor, para darnos lo mejor (Orat 1, 5).
2-El sacerdote haciéndose como Dios diviniza a otros (Orat 2, 71 y 73).
3-Si el Espíritu no debe ser adorado, ¿cómo es que puede divinizarme por el bautismo? (Orat 5, 28).
4-Un gran misterio me envuelve y me penetra. Pequeño soy y al mismo tiempo grande, exiguo y sublime, mortal e inmortal, terreno y celeste. Con Cristo soy sepultado, y con Cristo debo resucitar; estoy llamado a ser coheredero de Cristo e hijo de Dios; llegaré incluso a ser Dios mismo (Orat 7, 23).
5-Reconoce de dónde tienes lo que eres: hijo de Dios, coheredero de Cristo y para hablar con más audacia, incluso has sido hecho Dios (Orat 14, 23).
6-Conviértete en Dios para el desventurado, imitando la misericordia de Dios (Orat 14, 26).
7-Lo más divino en el hombre es hacer el bien. Tienes, por tanto, la posibilidad de hacerte Dios sin gran trabajo: no dejes pasar esta ocasión de divinización (Orat 17, 9)
8-Si el Espíritu no es Dios, si no tiene derecho a mi adoración, ¿cómo puede divinizarme?…Si es del mismo rango que yo, ¿cómo me hace Dios o cómo me une a la divinidad? (Orat 31, 4).
9-Si el Espíritu Santo no es Dios, que primero se divinice y luego me divinice (Orat 34, 12).
10-El hombre es un ser viviente capaz de ser divinizado (Orat 45, 7).
11-Lo que no ha sido asumido no ha sido curado (Ep 101, 32).
12-Llegar a ser dios, un dios hecho, es verdad, pero lleno de luz suprema (Poem moral., 10).

SAN MACARIO DE EGIPTO (300-390)
1-El Señor ha venido para cambiar y recrear nuestras almas, para hacerles participar de la naturaleza divina, como está escrito, para dar a nuestra alma un alma celestial, a saber, el Espíritu de la divinidad, para cnducirnos a través de las virtudes, para que nosotros podamos vivir la vida eterna (Homilía IV).
2-Por la fuerza del Espíritu y el nuevo nacimiento espiritual…el hombre llega a ser más grande que el primer Adán, porque el hombre es deificado (Homilía XXVI).
3-En la oración por la cual somos dignos de llamar a Dios Padre, se nos da la verdadera filiación adoptiva en la gracia del Espíritu Santo; en la santa participación de los inmaculados misterios de vida se nos da la comunión y la identidad con él, recibida participadamente por semejanza, y por ella, el hombre es juzgado digno de pasar a ser de hombre a Dios (Mystagogia, C. 24).

SAN GREGORIO DE NISA (+396)
1-Dios se ha mezclado a nuestra naturaleza, a fin de que, gracias a su mezcla con lo divino, nuestra naturaleza llegue a ser divina (Orat Cat 25).
2-El Dios que se ha manifestado se ha mezclado a la naturaleza perecedera, a fin de que, por su participación en la divinidad, la humanidad fuera con-divinizada (Orat Cat 37).
3-Por la unión con aquel que es inmortal también el hombre se hace partícipe de la incorrupción (Orat Cat 37).
4-Dios mismo modela el bloque…limando y puliendo nuestro espíritu, forma en nosotros a Cristo (In Ps 2, 11).
5-El llegar a ser semejantes a Dios no es obra nuestra, ni resultado de una potencia humana, es obra de la generosidad de Dios, que desde su origen ofreció a nuestra naturaleza la gracia de la semejanza con él (De virginitate 12, 2).
6-Para el alma no se trata de conocer algo de Dios, sino de tener a Dios en sí misma…La divinidad es pureza, es liberación de las pasiones y remoción de todo mal: si todo esto está en ti, Dios está realmente en ti (De beatitudinibus 6).

SAN AMBROSIO (340-397)
l-Cristo envía el Espíritu Santo a las almas de los creyentes y hace que more en ellos…Cuando por la santificación somos configurados a su imagen, somos formados a imagen de Dios…y así nos llamamos y somos templos de Dios y hasta dioses…Nos llamamos también dioses porque por la unión con Él somos hechos partícipes de la naturaleza divina (De Spiritu Sancto 1).

SAN JUAN CRISÓSTOMO (+407)
l-El Logos se hizo hijo del hombre, siendo Hijo de Dios por generación, para hacer hijos de Dios a los hijos de los hombres (In Io Hom 11, 1).
2-Por eso se mezcla Él con nosotros y por eso injerta su cuerpo con nosotros: así nos haremos uno con Él como un cuerpo unido a su cabeza (In Io Hom 46).
3-Yo [dice Cristo] estoy identificado, entretejido contigo. No quiero que en adelante haya nada en medio de nosotros: deseo ser uno contigo (In Tim Hom 15).

TEODORO DE MOPSUESTIA (350-428)
l- Así nos uniremos todos en la comunión con los santos misterios y, por medio de ella, nos uniremos a nuestra cabeza, nuestro Señor Cristo, del que –como creemos- somos el Cuerpo y por el que obtenemos la comunión con la naturaleza divina [ 2 Pe 1, 4] (Hom 16, 13).

SAN AGUSTÍN (+430)
l-De no haberse tu Verbo hecho carne y habitado entre nosotros, hubiéramos podido juzgarlo apartado de la naturaleza humana y desesperar de nosotros (Conf 10, 43).
2-Porque el único Hijo de Dios por naturaleza se hizo hombre por misericordia, para que nosotros, que somos hijos de hombre por naturaleza, por gracia y mediación suya nos hiciéramos hijos de Dios (De Civ Dei 21, 15).
3-Nosotros hemos sido hechos su Cuerpo y por su misericordia somos lo que recibimos (Ser 6).
4-Sois lo que recibís, por la gracia con que habéis sido redimidos (Ser 7).
5-Nuestro Señor Jesucristo quiso nacer hoy en el tiempo para conducirnos hasta la eternidad del Padre. Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios (Ser 13).
6-Amando a Dios nos deificamos (Ser 121, 1).
7-Por tanto, nosotros somos Él mismo, porque somos sus miembros, porque somos su cuerpo, porque Él es nuestra cabeza, porque cabeza y cuerpo hacen el Cristo total (Ser 133, 8).
8-Dios te quiere hacer Dios, no por naturaleza como es aquel a quien engendró, sino por don y adopción (Ser 166, 4).
9-Para divinizar a aquellos que son hombres, Él que era Dios se hizo hombre (Ser 192, 1).
10-Aquel Hijo, que siendo Hijo de Dios, vino para hacerse hijo del hombre y para darnos a nosotros, que éramos hijos del hombre, hacernos hijos de Dios (Ep 140, 3).
11-Al tomar la naturaleza de los hijos de los hombres, Él ha extendido por adopción su propia naturaleza a los hijos de los hombres…Descendió Él para que nosotros ascendiéramos y permaneciendo en su naturaleza se hizo partícipe de nuestra naturaleza para que nosotros permaneciendo en nuestra naturaleza nos hiciéramos partícipes de su naturaleza (Ep 140, 4).
12-Revestidos como estamos de Cristo, somos todos Cristo, con nuestra cabeza (En in Ps 3).
13-Llamó dioses a los hombres, deificados por su gracia, no nacidos de su sustancia…Si hemos sido hechos hijos de Dios, somos también dioses, pero esto por la gracia que adopta, no por la naturaleza que genera (En in Ps 40).
14-Si hemos sido hechos hijos de Dios, hemos sido también hechos dioses; pero por donación gratuita de Dios, no por generación de sustancia (En in Ps 49).
15-Dios llama dioses a los que Él ha deificado sin haberlos engendrado de sus sustancia…Sólo deifica aquel que es Dios por sí mismo y no por la participación de otro…
El que justifica, deifica, porque al justificar a los hombres los hace hijos de Dios…Si nosotros hemos venido a ser hijos de Dios, es que hemos llegado a ser también dioses, por la gracia de la adopción, se entiende, y no por la naturaleza de la generación…Pues no hay más que un Hijo de Dios que sea Dios y con el Padre, un solo Dios…los otros que han sido hechos dioses se aprovechan de su gracia, no nacen de sus sustancia para ser lo que Él es (En in Ps 42).
16-El que justifica, deifica, pues justificando hace hijos de Dios…Es evidente que llamó dioses a quienes quedaron deificados por su gracia, pero no nacieron de su sustancia.
Sólo puede justificar quien es justo por sí mismo, sin que reciba la justicia, ya que por la justificación, hace que los hombres se conviertan en hijos de Dios…Si hemos sido hechos hijos de Dios, hemos quedado deificados y esto únicamente por gracia de quien nos adoptó, pero no por la naturaleza de quien nos ha engendrado (En in Ps 49).
17-Yo dije: Dioses sois e hijos todos del Altísimo. Claro es que llamó dioses a los hombres deificados con su gracia, no nacidos de su sustancia. Porque justifica el que por sí mismo y no por otro es justo, y diviniza el que es Dios por sí mismo y no por ajena participación (En in Ps 49).
18-El Hijo de Dios se ha hecho partícipe de nuestra condición mortal, para que el hombre pueda tener parte de la divinidad (En in Ps 52).
19-Porque no nos hubiéramos hecho partícipes de su divinidad si Él no se hubiera hecho partícipe de nuestra mortalidad (En in Ps 118).
20-Congratulémonos y demos gracias a Dios no sólo por haber sido hechos cristianos, sino Cristo…Pues si Él es nuestra cabeza, nosotros somos sus miembros (In Io Ev 2l).
21-No está Cristo [sólo] en la cabeza y no en el cuerpo, sino que Cristo entero está en la cabeza y en el cuerpo (In Io Ev 28).
22-Pues de una misma naturaleza son la cepa y los sarmientos; por lo cual, siendo Dios, cuya naturaleza nos es extraña a nosotros, se hizo hombre de modo que en Él la naturaleza humana fuese la cepa, de la que pudiésemos ser sarmientos nosotros los hombres (In Io Ev 80).
23-Cada uno es lo que es su amor… ¿Amas a Dios? No me atrevo a decirlo por mi autoridad, escuchemos la escritura: Yo he dicho dioses sois e hijos todos del Altísimo [Sal 82, 6; Jn 10, 36] (In Ep Io 2).
24-¿Amas la tierra? Te harás tierra. ¿Amas a Dios? Serás Dios (In Ep Io 2).
25-¿Comenzaste a amar a Dios? Ya comenzó Dios a habitar en ti (In Ep Io 8).
26-Por ti se hizo Cristo temporal, para que tú seas eterno (In Ep Io 10).

SAN CIRILO DE ALEJANDRÍA (370-444)
1- Nacido de mujer según la carne, se ha apropiado el cuerpo (tomado) de ella, a fin de injertarse él mismo en nosotros por una unión indisoluble y hacernos más fuertes que la muerte y la corrupción (In Luc 5, 19).
2-Por Cristo ascendemos a una dignidad por encima de la naturaleza, pero no seremos hijos de Dios como Él sin diferencia, sino como Él por gracia, según imitación, pues Él es el Hijo verdadero que existe del Padre, nosotros adoptivos por benignidad, recibiéndolo como gracia: “Yo dije: dioses sois e hijos del Altísimo todos” [Ps 81, 9] (In Ev Io 1).
3-Del mismo modo que se amasan los trozos de cera y se les pone a derretir al fuego para convertirlos en un solo trozo, así está Él en nosotros y nosotros en Él después de recibir su cuerpo y su preciosa sangre (In Ev Io 10, 2).
4-La eucaristía es el medio que la sabiduría del Hijo ha ideado para unirnos y fundirnos con Dios y entre nosotros, aunque por nuestros cuerpos y almas seamos siempre seres particulares (In Ev Io 11, 11).
5-La comunicación del Espíritu Santo da al hombre la gracia de ser modelado según la plenitud de la imagen de la naturaleza divina (Thes de Trinit 13).
6-Las mismas cosas que se hallan en Cristo derivan también a nosotros (Thes de Trinit 24).
7-¿Cómo puede decirse hecho a aquel que imprime en nosotros la imagen de la esencia divina y fija en nuestras almas el distintivo de la naturaleza increada? El Espíritu Santo no diseña en nosotros la esencia divina a la manera de un pintor –sería distinta de él- ; no nos hace a imagen de Dios de esta manera. Porque es Dios y procede de Dios, se imprime como en la cera, en los corazones de los que le reciben, a la manera de un sello, invisible; por esta comunicación y asimilación con él, devuelve a la naturaleza humana su belleza original y rehace el hombre a la imagen de Dios (Thes de Trinit 34).
8-Aunque rico, se ha hecho pobre, otorgándonos sus propias riquezas y teniéndonos a todos en sí mismo por la carne que ha asumido (Ad Nestor, 1).

SAN PROCLO DE CONSTANTINOPLA (+446)
1-Si no se hubiera revestido de mi, no me habría salvado. Al encarnarse en el seno de la Virgen se vistió de condenado. Allí se produjo el admirable intercambio: dio el Espíritu y tomó la carne (Hom I de V M 8).

SAN PEDRO CRISÓLOGO (+450)
1-¿Qué provoca más estupor: que Dios se haya dado a la tierra, que haya asociado a sí nuestra carne o que nos asocie a su divinidad?…El abajamiento de la divinidad hacia nosotros es ago tan grande que la criatura no sabe de qué maravillarse más: de que Dios se haya abajado a nuestro estado de siervos o que él, con un rasgo de su poder infinito, nos haya elevado a la dignidad de su misma divinidad (Ser 67).
2-¿Cómo pues los que no nacieron con tal naturaleza celestial llegaron a ser de esta naturaleza y no permanecieron tal cual habían nacido, sino que perseveraron en la condición en que habían renacido? Esto se debe, hermanos, a la acción misteriosa del Espíritu para que aquellos vuelvan a nacer en condición celestial y lleguen a ser semejantes a su mismo Creador (Ser 117).

SAN LEÓN MAGNO (440-46l)
1-El Hijo de Dios al cumplirse la plenitud de los tiempos asumió la naturaleza del género humano para reconciliarla con su Creador…Despojémonos, por tanto del hombre viejo con todas sus obras y ya que hemos recibido la participación de la generación de Cristo, renunciemos a las obras de la carne…Reconoce cristiano tu dignidad y, puesto que has sido hecho partícipe de la naturaleza divina, no pienses en volver con un comportamiento indigno a las antiguas vilezas(Ser 1, 1-3 in Nativ Dom,)
2-La participación del cuerpo y de la sangre de Cristo no hace sino transformarnos en aquello que asumimos; y llevamos por completo así en la carne como en el espíritu, a Aquel mismo, en el cual hemos muerto y hemos sido sepultados y resucitados (Ser 64, 7 de Pass Dom).
DIONISIO AREOPAGITA (Siglos V-VI): La salvación no es posible sino por divinización de los que son salvados: la divinización es la semejanza y unión a Dios en cuanto es posible (De Eclesiastica Hierarchia I, 3).
Dios nos ha hecho la misericordia de venir a nosotros y uniéndonos a Él, nos asimila, como hace el fuego, a todos aquellos que Él ha admitido a su unión en la medida de su propia aptitud para recibir la divinización (Hier Eccl II, 2, l).
Los ministros santísimos de las cosas santas y los asistentes devotos que miran con veneración el Sacramento de los sacramentos, celebran en el himno universal al Príncipe benefactor y dador de bienes, del cual se nos han revelado los ministros salvadores que producen la sagrada divinización de los iniciados (De Eclesiástica Hierarchia III, III, 7).
Toda operación sacramental consiste en unificar deificando nuestras vidas dispersas, en semejanza a la conformidad divina, todo aquello que en nosotros está dividido, en hacernos entrar en este modo en comunión y unión con el Uno (De Eclesiástica Hierarchia, PG 3, 424 D).

LEONCIO DE JERUSALÉN (500-536)
La carne jamás ha subsistido sin Dios y por ella misma en una simple naturaleza propia; en ella no hay nada despojado de la divinidad (Adv.Nest. IV, 37).

SAN MÁXIMO EL CONFESOR (580-662)
1-El hombre se hace Dios en cuanto Dios se hace hombre (PG 91, 101).
2-Dios se hace todo en nosotros…lo que nos pertenece es la buena disposición de la voluntad (Ad Thalas 54).
3-Por su propia encarnación [el Hijo] confiriendo a la naturaleza la gracia que está por encima de la naturaleza, la divinización (Ad Thalas 61).
4- Y Dios nos divinizó por la gracia tanto cuanto Él por la dispensación (economía) se hizo hombre en la naturaleza (Ad Thalas, PG 90,725c).

5-La ley de la gracia es un principio sobrenatural que transforma inmutablemente la naturaleza hacia la divinización (Ad Thalas, 90).
6-Si la obra del designio divino es la divinización de nuestra naturaleza y si el fin de os pensamientos divinos es conducir a término lo que buscamos en nuestra vida, entonces, entonces conviene conocer, practicar y poner por escrito convenientemente la potencia de la oración del Señor (Interpretación del Padre Nuestro, prólogo).
7-Por la degustación de este alimento, saben por conocimiento verdadero que el Señor es bueno, él, que mezcla a quienes comen de él con una cualidad divina, para divinizarlos, de manera que es y es llamado, con toda caridad, pan de vida y de potencia (Interpretación del Padre Nuestro).
8-Hagámonos dioses por su gracia, por eso Él se hizo hombre, siendo Dios y Señor por naturaleza (Diálogo Ascético, 43).
9-¿Qué es más deseable para los que son dignos de la divinización, según la cual Dios, unido con los que han sido hechos dioses, hace todo suyo por bondad? (PG 91, 1088c).
10-Si Dios, el Logos de Dios Padre, se hizo Hijo del hombre y hombre para hacer dioses e hijos de Dios a los hombres, creamos que estaremos allí donde Él está ahora (Theol. Et oecon. 2, 25).
11-Porque Dios se ha hecho hombre, el hombre puede convertirse en Dios (Cap. Teol. et eco., PG 90, 1165).
12-La gracia de la divinización es no-relativa, ni tiene la naturaleza poder capaz de producirla, de lo contrario no sería una gracia, sino la manifestación de una operación de su poder natural. Así lo que sucedería no sería algo extraordinario, si la divinización fuera según efecto del poder de la naturaleza capaz de producirla… El hombre que se ha hecho en todo obediente a Dios, es llamado dios (Amb; PG 91, 1237ab).
13-La potencia que diviniza al hombre en Dios por amor a Dios, y humaniza a Dios en el hombre por amor al hombre y produce la bella conversión, el hombre se hace Dios por la divinización del hombre, y Dios hombre, por la encarnación de Dios (Amb; PG 91, 1084cd.).
14-El hombre, fortalecido por el amor, se diviniza ( Amb; PG 91, 1113 BC.
15-No era posible que el hombre creado, se manifestara hijo de Dios y Dios según la divinización por la gracia, sin antes haber sido engendrado según la voluntad por el Espíritu (Amb; PG 91, 1345 d)
16-Así ellos pueden ser y ser llamados dioses por divinización, a causa del Dios que, todo Él, los colma totalmente, no dejando nada de ellos vacío de su presencia (Myst 21; PG 21, 697a).
17-El hombre divinizado es imagen y manifestación de la luz invisible (Myst 23; PG 91, 701c).
18-Nada es más divino que el amor divino…el misterio de la caridad, el cual nos hace de hombres, dioses (Ep 2; PG 91, 393bc).
19-La divina y feliz caridad…une a Dios y manifiesta como dios a quien ama a Dios (Ep. 2; PG 91, 397b).
20-Como revestidos de Cristo y hechos cristos…(Ep. 4; PG 91).
21-Pues para eso nos ha creado, para que participemos de su naturaleza divina y seamos partícipes de su eternidad y aparezcamos como semejantes a Él por la divinización por gracia (Ep. 24; PG 91, 609c).

SAN ANASTASIO SINAÍTA (+700)
La divinización es la elevación hacia lo mejor, no es una disminución ni una transformación de la naturaleza (Hodegos II, 7, 8-9; PG 89, 77B).

SAN JUAN DAMASCENO (+754)
1-Asumió Él mismo nuestra pobre y débil naturaleza para purificarnos, hacernos incorruptibles y partícipes de nuevo de su propia divinidad (De Fide Orthod 4, 13).

EL TESTIMONIO DE LA LITURGIA

LEX ORANDI LEX CREDENDI

“Cuando la Iglesia celebra los sacramentos confiesa la fe recibida de los apóstoles, de ahí el antiguo adagio: Lex orandi lex credendi. La ley de la oración es la ley de la fe, la Iglesia cree como ora” (Catecismo de la Iglesia Católica 1124). Ya en el siglo V Próspero de Aquitania decía: “la ley de la oración determina la ley de la fe” (Ep. 217; Cf. Denz.-Sch. 246). Y el Concilio Vaticano II, en la Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación, enseña que “la Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo que cree” (DV 8). Juan Pablo II, en su audiencia del 28 de julio de 1982, refiriéndose al “texto-clave y clasico” –gran misterio es éste- de la Carta a los Efesios (5, 22-33) dice que es “un texto muy conocido en la liturgia, en la que aparece siempre relacionado con el sacramento del matrimonio. La lex orandi de la Iglesia ve en él una referencia explícita a este sacramento: y la lex orandi presupone y al mismo tiempo expresa siempre la lex credendi”. El Papa Benedicto XVI en la Exhortación Apostólica “Sacramentum Caritatis” (22-II-2007) se refiere a la relación intrínseca entre fe eucarística y celebración, así como al nexo existente entre lex orandi y lex credendi: “La reflexión teológica nunca puede prescindir del orden sacramental instituido por Cristo mismo”. Y citaba la Relación nº 4 post disceptationem de la XI Asamblea General del Sínodo de los Obispos del año 2005: “El intellectus fidei está originariamente siempre en relación con la acción litúrgica de la Iglesia” (SC 34).
El Concilio Vaticano II, en el decreto “Optatam totius” sobre la formación sacerdotal, dice que se disponga la enseñanza de la teología dogmática de tal manera que también aprendan a reconocer los misterios de la salvación “siempre presentes y operantes en las acciones litúrgicas y en toda la vida de la Iglesia” (OT 16).
Los textos litúrgicos que recogemos hacen referencia al admirable intercambio que nos salva: Dios se hace hombre, toma la naturaleza humana, para que nosotros participemos de la naturaleza divina; el Hijo de Dios asume nuestra humanidad, para que nosotros participemos de su divinidad; se hace hijo de los hombres, para que los hombres puedan llegar a ser hijos de Dios. La liturgia utiliza varias expresiones: el cristiano participa de la vida divina, vida eterna, de la gloria de su inmortalidad, de su divinidad; compartimos su divinidad, la naturaleza divina, la vida inmortal, su condición divina. Somos hechos partícipes ya en esta vida de los bienes eternos de su Reino, de los bienes del cielo, de la misma gloria. Participamos de la vida divina del Hijo, de su divinidad.
A la adopción filial hacen referencia también los textos litúrgicos: somos hijos de Dios, por el bautismo. En Cristo hemos renacido a una vida nueva, hemos sido transformados a su imagen. La gracia nos modela a imagen de Cristo. Estamos llamados a alcanzar la plenitud de la adopción filial, que hemos recobrado. Nos llamamos y somos hijos de Dios.

TEXTOS LITÚRGICOS

I-MISAL

OFERTORIO
El agua unida al vino sea signo de nuestra participación en la vida divina de quien ha querido compartir nuestra condición humana.

CANON
l-Plegaria Eucarística I: Reunidos en comunión con toda la Iglesia, para celebrar el domingo, día en que Cristo ha vencido a la muerte y nos ha hecho partícipes de su vida inmortal…
2-Plegaria Eucarística II: Acuérdate, Señor, de tu Iglesia extendida por toda la tierra y reunida aquí en el domingo, día en que Cristo ha vencido a la muerte y nos ha hecho partícipes de su vida inmortal.
3-Plegaria Eucarística III: Atiende los deseos y súplicas de esta familia, que has congregado en tu presencia, en el domingo, día en que Cristo ha vencido a la muerte y nos ha hecho partícipes de su vida inmortal.

PREFACIOS
l-Prefacio II de Navidad: “…en el misterio santo que hoy celebramos Cristo el Señor sin dejar la gloria del Padre, se hace presente entre nosotros de un modo nuevo: el que era invisible en su naturaleza se hace visible para adoptar la nuestra. El eterno, engendrado antes del tiempo, comparte nuestra vida temporal para asumir todo lo creado.
2-Prefacio III de Navidad: Por Cristo Señor nuestro hoy resplandece ante el mundo el maravilloso intercambio que nos salva, pues al revestirse tu Hijo de nuestra frágil condición no sólo confiere dignidad eterna a la naturaleza humana, sino que por esta unión admirable nos hace a nosotros eternos .
3-Prefacio de la Epifanía del Señor: Porque hoy has revelado en Cristo, para luz de los pueblos, el verdadero misterio de nuestra salvación, pues al manifestarse Cristo en nuestra carne mortal nos hiciste partícipes de la gloria de su inmortalidad.
4-Prefacio del IV domingo de Cuaresma: Cristo Señor nuestro, que se hizo hombre, a los que nacieron esclavos del pecado, los hizo renacer por el bautismo, transformándolos en tus hijos adoptivos.
5-Prefacio II de la Ascensión del Señor: …y ante los ojos de sus discípulos fue elevado al cielo para hacernos compartir su divinidad.
6-Prefacio II Dominical del Tiempo Ordinario: El cual, compadecido del extravío de los hombres, quiso nacer de la Virgen, sufriendo la cruz, nos libró de eterna muerte y resucitando nos dio vida eterna.
7-Prefacio III Dominical del Tiempo Ordinario: Porque reconocemos como obra de tu poder admirable no sólo haber socorrido nuestra débil naturaleza con la fuerza de tu divinidad, sino haber previsto el remedio en la misma debilidad humana.
8-Prefacio en la celebración del Matrimonio B: Porque estableciste la nueva alianza con tu pueblo, para hacer partícipes de la naturaleza divina y coherederos de tu gloria a los redimidos por la muerte y resurrección de Jesucristo.
8-Prefacio II de difuntos: … es más quiso entregar su vida para que todos tuviéramos vida eterna.

RITO DE LA COMUNIÓN (Antes del Padre nuestro)
l-Llenos de alegría por ser hijos de Dios, digamos confiadamente la oración que Cristo nos enseñó.
2-El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.

BENDICIÓN SOLEMNE EN TIEMPO PASCUAL
El Dios, que por la resurrección de su Unigénito os ha redimido y adoptado como hijos, os llene de alegría con sus bendiciones.

ORACIONES
1-Tiempo de Adviento:
Colecta del l7 de diciembre:… escucha nuestras súplicas y que Cristo, tu Unigénito, hecho hombre por nosotros, se digne hacernos partícipes de su condición divina.
Oración sobre las Ofrendas del l8 de diciembre:…para que participemos de la vida inmortal de tu Hijo, que nos curó de la muerte, al asumir nuestra mortal naturaleza.

2-Tiempo de Navidad:
Oración sobre las Ofrendas de la misa de media noche de Navidad:…haznos partícipes de la divinidad de tu Hijo, que al asumir la naturaleza humana, nos ha unido a la tuya de modo admirable.
Colecta de la misa del día de Navidad:…concédenos compartir la vida divina de aquel que hoy se ha dignado compartir con el hombre la condición humana.
Oración después de la Comunión de la misa del día de Navidad:…hoy nos ha nacido el Salvador para comunicarnos la vida divina, humildemente te pedimos que nos haga igualmente partícipes del don de su inmortalidad.
Colecta del sábado del tiempo de Navidad:…concédenos que así como él comparte con nosotros, naciendo de la Virgen, la condición humana, nosotros consigamos en su reino participar un día de la gloria de su divinidad.
Colecta del martes antes de la solemnidad de Epifanía: Dios todopoderoso, tú has dispuesto que por el nacimiento de tu Hijo, su humanidad no quedara sometida a la herencia del pecado: por este admirable misterio, humildemente te rogamos que cuantos hemos renacido en Cristo a una vida nueva, no volvamos otra vez a la vida caduca de la que nos sacaste.
Colecta del martes después de la solemnidad de Epifanía: Señor, Dios nuestro, cuyo Hijo se manifestó en la realidad de nuestra carne, concédenos poder transformarnos interiormente a imagen de aquel que hemos conocido semejante a nosotros en su humanidad.
Colecta del sábado después de la solemnidad de Epifanía: Dios todopoderoso y eterno, tú que nos has hecho renacer a una vida nueva por medio de tu Hijo, concédenos que la gracia nos modele a imagen de Cristo, en quien nuestra naturaleza mortal se une a tu naturaleza divina.
Colecta de la fiesta del Bautismo del Señor (2ª): Señor, Dios nuestro, cuyo Hijo se manifestó en la realidad de nuestra carne, concédenos poder transformarnos interiormente a imagen de aquel que hemos conocido semejante a nosotros en su humanidad.

3-Tiempo de Cuaresma:
Oración después de la Comunión del II Domingo de Cuaresma:…al darnos en este sacramento el cuerpo glorioso de tu Hijo nos haces partícipes, ya en esta vida, de los bienes eternos de tu reino.
Oración después de la Comunión del Domingo III de Cuaresma: Alimentados ya en la tierra con el pan del cielo, prenda de eterna salvación, te suplicamos, Señor, que se haga realidad en nuestra vida lo que hemos recibido en este sacramento.
Oración sobre las Ofrendas del lunes IV: Señor, concédenos recibir todo el fruto de estas ofrendas que te presentamos, para que muera en nosotros el antiguo poder del pecado y nos renovemos con la participación en tu vida divina.
En numerosas oraciones de las ferias de Cuaresma pedimos a Dios que la Eucaristía sea para nosotros fuente de vida eterna, nos alcance los bienes de la vida futura, nos haga partícipes de las alegrías del cielo, sea causa de salvación eterna, germen de la vida inmortal, para alcanzar los dones del cielo, nos haga partícipes de la vida eterna.

4-Tiempo de Pascua:
Oración después de la Comunión del miércoles II:…haz, Señor, que vivamos ya desde ahora la novedad de la vida eterna.
Colecta del martes IV: Te pedimos, Señor todopoderoso, que la celebración de las fiestas de Cristo Resucitado aumente en nosotros la alegría de sabernos salvados.
Oración después de la Comunión del jueves IV: Dios todopoderoso y eterno, que en la resurrección de Jesucristo nos has hecho renacer a la vida eterna.
Colecta del martes V: Señor, tú que en la resurrección de Jesucristo nos has engendrado de nuevo para que renaciéramos a una vida eterna.
Colecta del sábado V: Señor, Dios todopoderoso, que por las aguas del bautismo nos has engendrado a la vida eterna, ya que has querido hacernos capaces de la vida inmortal…
Colecta del martes VI: que la alegría de haber recobrado la adopción filial afiance su esperanza de resucitar gloriosamente.
Oración sobre las Ofrendas del jueves V y miércoles VI: Oh Dios, que por el admirable trueque de este sacrificio nos haces partícipes de tu divinidad.
Oración después de la Comunión del miércoles VI:…haz que abandonemos nuestra antigua vida de pecado y vivamos ya desde ahora la novedad de la vida eterna.
Colecta del viernes VI: Escucha, Señor, nuestras súplicas para que la predicación del Evangelio extienda por todo el mundo la prometida salvación de tu Hijo y todos los hombres alcancen la plenitud de la adopción filial.
Oración después de la Comunión de la de la solemnidad de la Ascensión: Dios todopoderoso y eterno, que mientras vivimos aún en la tierra nos das parte en los bienes del cielo, haz que deseemos vivamente estar junto a Cristo, en quien nuestra naturaleza humana ha sido tan extraordinariamente enaltecida que participa de tu misma gloria.
Oración después de la Comunión del jueves VII:…que los santos misterios nos comuniquen tu misma vida divina.
Oración después de la Comunión del sábado VII:…ayúdanos a pasar de nuestra antigua vida de pecado a la nueva vida del Espíritu.
Oración después de la tercera lectura de la Vigilia de Pentecostés: Que tu pueblo, Señor, exulte siempre… y que la alegría de haber recobrado la adopción filial afiance su esperanza de resucitar gloriosamente.

5-Tiempo Ordinario:
Oración después de la Comunión del VII Domingo: Concédenos, Dios todopoderoso, alcanzar un día la salvación eterna, cuyas primicias nos has entregado en estos sacramentos.
Oración después de la Comunión del VIII Domingo:…te pedimos nos hagas un día ser partícipes de la vida eterna.
Oración después de la Comunión del XX Domingo: Señor, después de haber recibido a Cristo en estos sacramentos, imploramos de tu misericordia que, transformados en la tierra a su imagen, merezcamos participar de su gloria en el cielo.
Oración después de la Comunión del XXIII Domingo:…concédenos que estos dones de tu Hijo nos aprovechen de tal modo que merezcamos participar siempre de su vida divina.
Oración después de la Comunión del XXVIII Domingo: Dios soberano, te pedimos humildemente que, así como nos alimentas con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, nos hagas participar de su naturaleza divina.

6-Solemnidades del Señor:
Oración después de la Comunión de la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo: La comunión de tu Cuerpo y de tu Sangre, Señor, signo del banquete del reino, que hemos gustado en nuestra vida mortal, nos llene del gozo eterno de tu divinidad.

7-Memorias:
Oración después de la Comunión de la misa del común de la Virgen María (tiempo de Navidad): Te rogamos, Señor, que estos sacramentos, recibidos con gozo en la conmemoración de la Virgen María, nos hagan partícipes de la divinidad de tu Hijo.
Oración sobre las Ofrendas de la misa nº 36 de las misas de la Virgen María: Te pedimos, Señor, que nos sea provechosa la ofrenda que te dedicamos, para que recorriendo con la Virgen María el hermoso camino de la santidad, nos renovemos con la participación en tu vida divina y merezcamos llegar a la contemplación de tu gloria.
Colecta de la misa de San Cirilo de Jerusalén (18 de marzo): Señor, Dios nuestro…concédenos llegar a conocer de tal modo a tu Hijo que podamos participar con mayor abundancia de su vida divina.
Colecta de la Solemnidad de la Anunciación (25 de marzo): Señor, concédenos que lleguemos a hacernos semejantes a él en su naturaleza divina.
Oración después de la Comunión de la memoria de San Joaquín y Santa Ana (26 de julio): Tú has querido, Señor, que tu Hijo unigénito naciese de los hombres para que los hombres, en misterio admirable, renaciesen de ti…

8-Otras:
Colecta de la misa B por un difunto:…y tú que en esta vida le hiciste imagen de tu Hijo por medio del bautismo…
Oración 2ª para iniciar el oficio de la Pasión (Viernes Santo): Oh Dios, tu Hijo Jesucristo, Señor nuestro, por medio de su pasión ha destruido la muerte, concédenos hacernos semejantes a Él. De este modo llevaremos grabada en adelante, por la acción santificadora de tu gracia, la imagen de Jesucristo, el hombre celestial.

II-RITUAL DEL BAUTISMO

RENUNCIAS Y PROFESIÓN DE FE
Queridos padres y padrinos: En el sacramento del Bautismo, estos niños que habéis presentado a la Iglesia van a recibir, por el agua y el Espíritu Santo, una nueva vida que brota del amor de Dios.
Vosotros, por vuestra parte, debéis esforzaros en educarlos en la fe, de tal manera que esta vida divina quede preservada del pecado y crezca en ellos de día en día.

RECITACIÓN DE LA ORACIÓN DOMINICAL
Hermanos: Estos niños, nacidos de nuevo por el Bautismo, se llaman y son hijos de Dios…Ahora nosotros, en nombre de estos niños, que son ya hijos por el espíritu de adopción que todos hemos recibido, oremos juntos como Cristo nos enseñó.

BENDICIÓN
El Señor todopoderoso… bendiga a estas madres y alegre su corazón con la esperanza de la vida eterna, alumbrada hoy en sus hijos.

III-LITURGIA DE LAS HORAS

EL OFICIO DIVINO

La Constitución sobre la Sagrada Liturgia (SC) del Concilio Vaticano II dedica todo el Capítulo IV al Oficio Divino, que es la Oración de Cristo con su Cuerpo al Padre (84), estando todos los que lo recitan ante el trono de Dios en nombre de la madre Iglesia (85). La Liturgia de las Horas, como las demás acciones litúrgicas, no es una acción privada. Es oración pública de la Iglesia (90).
Refiriéndose al Oficio de Lecturas, dice que las segundas lecturas están tomadas de los Padres, Doctores y escritores eclesiásticos (92b). En la Constitución Apostólica “Laudis Canticum” del Papa Pablo VI (1-XI-1970) se reitera que el Oficio Divino es la oración de todo el pueblo de Dios (19). Expresamente se refiere a la lectura cotidiana de las obras de los santos Padres y de los escritores eclesiásticos, en que se presentan “los mejores escritos de los autores cristianos”, las mejores páginas de los autores espirituales. Hemos recogido algunos testimonios de estos autores como parte integrante del Oficio de Lecturas y, por tanto, del Oficio Divino, con la autoridad que les da ser oración pública de la Iglesia (SC 90). Resumimos estos testimonios:
En numerosas lecturas se repite la verdad de que somos hijos de Dios. Alcanzamos esta dignidad porque participamos de su naturaleza. Somos asimismo hombres celestiales: por la gracia hemos subido al cielo con Cristo (San Agustín). La justificación es una incoación de la transformación al final de los tiempos. Somos resucitados con ÉL, glorificados con Él. El cristiano, por la gracia, participa, ya ahora, de su plenitud, de su propia naturaleza; las vírgenes participan en este mundo de la gloria de la resurrección (San Cipriano).
No son pocos los Padres y Doctores que dan testimonio de que somos deificados, divinizados, más aún, afirman que el Hijo tomó nuestra naturaleza para “hacer dioses a los hombres” (Santo Tomás de Aquino). Te has vuelto inmortal. El alma se hace deiforme y Dios por participación ( San Juan de la Cruz). En virtud de la naturaleza humana, nosotros estamos en Cristo y Cristo en nosotros. Bautizados en Cristo y revestidos de Él, hemos sido hechos semejantes a Él.

ORACIONES:
l-Sábado Santo: Señor todopoderoso, cuyo Unigénito salió victorioso del sepulcro, te pedimos que concedas a tus fieles, sepultados con Cristo por el bautismo, resucitar también con Él a la vida eterna.

PRECES:
l-Vísperas del Jueves I de Adviento: Cristo Jesús, que viniste a nosotros como Hijo del hombre, concede a cuantos te reciben el poder de ser hijos de Dios.

OFICIO DE LECTURAS:
1-Tiempo de adviento:
Lunes I: El Padre, por su inmenso amor hacia nosotros, pecadores, nos envió a su Hijo único… para enriquecernos con los tesoros de su gracia y hacernos hijos sus adoptivos y herederos de la vida eterna (San Carlos Borromeo, Sobre el tiempo de Adviento).
Martes I: El Hijo de Dios en persona, por amor del hombre, se hace hombre, asumiendo todo lo humano, excepto el pecado: y así, siendo Dios, nació con la naturaleza humana que había asumido para que yo pueda conseguir las riquezas de su divinidad, para que yo pudiera ser partícipe de su plenitud.
Convenía que la naturaleza humana fuera santificada mediante la asunción de esta humanidad por Dios. A la oveja descarriada la condujo a la vida celestial. Fue necesario que Dios se hiciera hombre y muriera para que nosotros tuviéramos vida. Hemos muerto con él para ser purificados; hemos resucitado con él, porque con él hemos muerto; hemos sido glorificados con él, porque con él hemos resucitado (San Gregorio Nacianceno, Sermón 45, 9. 22. 26. 28).

Sábado II: Así pues, (el Hijo de Dios) hecho hijo del hombre, hizo a muchos hijos de Dios. Atrajo a muchos hacia sí, único como es por su caridad y su poder: y todos aquellos que por la generación carnal son muchos, por la generación divina son uno solo con él (Beato Isaac de Stella, Sermón 51, PL 194, 1862-1863).

2-Tiempo de Navidad:
30 de diciembre: Pero Dios ha prometido también otorgarte todos sus atributos una vez que hayas sido divinizado y te hayas vuelto inmortal (San Hipólito, Refutación de todas las herejías 10,33-34).
31 de diciembre: Cualquier hombre que cree –en cualquier parte del mundo- y se regenera en Cristo… pasa a ser un hombre nuevo al renacer y ya no pertenece a la ascendencia de su padre carnal sino a la simiente del Salvador, que se hizo precisamente Hijo del hombre, para que nosotros pudiésemos llegar a ser hijos de Dios (San León Magno, Sermón 6, en la Natividad del Señor).
1 de enero, Solemnidad de Santa María, Madre de Dios: Las cosas sucedieron de esta forma para que la Palabra, tomando nuestra condición y ofreciéndola en sacrificio, la asumiese completamente, y revistiéndonos después a nosotros de su condición…(San Atanasio, Carta a Epicteto, 5-9).
4 de enero: Dios se hace efectivamente hombre perfecto…esta carne sería al mismo tiempo remedio de la naturaleza humana, ya que al mismo poder divino presente en aquélla habría de restituir la naturaleza humana a la gracia primera…Inmenso misterio de la divina encarnación, que sigue siendo siempre misterio; pues ¿cómo la Palabra, que es toda ella Dios por naturaleza, se hizo toda ella por naturaleza hombre, sin detrimento de ninguna de las dos naturalezas, ni de la divina, en cuya virtud es Dios, ni de la nuestra, en virtud de la cual se hizo hombre ? (San Máximo el Confesor, Centuria 1, 8-13).
5 de enero: Nuestros conocimientos son ahora parciales, hasta que se cumpla lo que es perfecto. Y ara que nos hagamos capaces de alcanzarlo, él, que era igual al Padre en la forma de Dios, se hizo semejante a nosotros en la forma de siervo para reformarnos a semejanza de Dios; y, convertido en hijo del hombre –él que era único Hijo de Dios-, convirtió a muchos hijos de los hombres en hijos de Dios (San Agustín, Sermón 194, 3-4).
7 de enero: Nuestro Señor Jesucristo quiso nacer hoy en el tiempo para conducirnos hasta la eternidad del Padre. Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios (San Agustín, Sermón l3).
8 de enero: El Padre de la inmortalidad envió al mundo a su Hijo, Palabra inmortal, que vino a los hombres para lavarlos con el agua y el Espíritu: y para regenerarnos con la incorruptibilidad del alma y del cuerpo, insufló en nosotros el espíritu de vida y nos vistió con una armadura incorruptible. Si, pues, el hombre ha sido hecho inmortal, también será dios. Y si se ve hecho dios por la regeneración del baño del bautismo, en virtud del agua y del Espíritu Santo, resulta también que después de la resurrección de entre los muertos será coheredero de Cristo (Del Sermón de la santa Teofanía, atribuido a san Hipólito, presbítero).

3-Tiempo de Cuaresma:
Lunes I: Reconoce de dónde te viene que seas hijo de Dios, coheredero de Cristo, y, dicho con toda audacia, que seas, incluso, convertido en Dios (San Gregorio Nacianceno, sermón 14).
Sábado II: Elevemos, por tanto, nuestros espíritus hasta el Sumo bien, estemos en él y vivamos en él, unámonos a él… este es el bien que lo penetra todo, que hace que todos vivamos en él y dependamos de él, mientras que él no tiene nada sobre sí, porque es divino; pues no hay nadie bueno, sino sólo Dios, y, por tanto, todo lo bueno es divino y todo lo divino es bueno (San Ambrosio, sobre la huida del mundo).
Lunes III: El único motivo que te queda para gloriarte, oh hombre, y el único motivo de esperanza consiste en hacer morir todo lo tuyo y buscar la vida futura en Cristo; de esta vida poseemos ya las primicias, es algo ya incoado en nosotros, puesto que vivimos en la gracia y en el don de Dios (San Basilio Magno, Homilía 20).
Jueves IV: Y como, desde antiguo, la condición humana esperaba ser sanada de sus heridas y purificada de sus pecados, el que era unigénito Hijo de Dios quiso hacerse también hijo del hombre, para que no le faltara ni la realidad de la naturaleza humana ni la plenitud de la naturaleza divina (San León Magno, papa, Sermón 15).
Lunes Santo: Así el inmortal pudo morir, así pudo dar su vida por los mortales; y hará que más tarde tengan parte en su vida aquellos de cuya condición él primero se había hecho partícipe. Pues nosotros, por nuestra naturaleza, no teníamos posibilidad de vivir, ni él, por la suya, posibilidad de morir. Él hizo, pues, con nosotros este admirable intercambio: tomó de nuestra naturaleza la condición mortal, y nos dio de la suya la posibilitas de vivir (San Agustín, Sermón Güelferbitano 3).

4-Triduo Pascual:
Sábado santo: Cristo dijo a Adán: Yo soy tu Dios, que por ti y por todos los que han de nacer de ti me he hecho tu hijo; y ahora te digo que tengo el poder de anunciar a los que están encadenados: “salid”, y a los que se encuentran en las tinieblas: “iluminaos”, y a los que duermen “levantaos”.
Y a ti te mando: Despierta tú que duermes, pues no te creé para que permanezcas cautivo en el abismo; levántate de entre los muertos, pues yo soy la vida de los muertos. Levántate, obra de mis manos; levántate imagen mía, creado a mi semejanza. Levántate, salgamos de aquí, porque tú en mi y yo en ti, formamos una sola e indivisible persona (De una homilía antigua sobre el grande y santo Sábado).

5-Tiempo de Pascua:

Miércoles de la octava: Quiso el Señor ser, por un tiempo, lo que somos nosotros, para que nosotros, participando de la eternidad prometida, viviéramos con él eternamente…Ésta es la gracia de estos sagrados misterios, éste el don de la Pascua, éste el contenido de la fiesta anhelada durante todo el año, éste el comienzo de los bienes futuros (De una homilía pascual de un autor antiguo, Sermón 35, 6-9, PL 17,696-697).
Viernes de la Octava: Bautizados en Cristo y revestidos de Cristo habéis sido hechos semejantes al Hijo de Dios. Fuisteis convertidos en Cristo al recibir el signo del Espíritu Santo (Catequesis Mistagógica de Jerusalén 31, 1-3).
Miércoles II: Es indudable, queridos hermanos, que la naturaleza humana fue asumida tan íntimamente por el Hijo de Dios, que no sólo en Él, que es el primogénito de toda criatura, sino también en todos los santos , no hay más que un solo Cristo (San León Magno, Sermón 12, 3).
Sábado III: Así Cristo entregó su cuerpo por la vida de todos, y a todos nos devolvió la vida. De qué modo lo realizó, intentaré explicarlo, si puedo. Una vez que la Palabra vivificante hubo tomado carne, restituyó a la carne su propio bien, es decir, le devolvió la vida y, uniéndose a la carne con una unión inefable, la vivificó, dándole parte en su propia vida divina (San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el Evangelio de San Juan, Libro 4, 2).
Miércoles IV: Si Cristo está en nosotros y nosotros estamos en Él, todo lo nuestro está con Cristo en Dios. En virtud de la naturaleza divina Cristo está en el Padre y, en virtud de la naturaleza humana, nosotros estamos en Cristo y Cristo está en nosotros (San Hilario, De Trinitate 8,13-18).
Lunes V: El que por nosotros se hizo hombre semejante a nosotros, siendo el Unigénito del Padre, quiere convertirnos en sus hermanos y, al llevar su humanidad al Padre, arrastra tras de sí a todos los que ahora son ya de su raza (San Gregorio de Nisa, Sermón I sobre la resurrección de Cristo).
Martes V: Los que están unidos a él (a Cristo) e injertados en su persona, vienen a ser como sus sarmientos y, al participar del Espíritu Santo, comparten su misma naturaleza (pues el Espíritu de Cristo nos une con él). Nosotros nos adherimos a Cristo por la fe. Así llegamos a participar de su propia naturaleza y alcanzamos la dignidad de hijos adoptivos. Pues así como la raíz hace llegar su misma manera de ser a los sarmientos, del mismo modo el Verbo unigénito de Dios Padre comunica a los santos una especie de parentesco consigo mismo y con el Padre, al darles parte en su propia naturaleza, y otorga su Espíritu a los que están unidos con él por la fe (San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el Evangelio de San Juan, Libro 10, 2).
Viernes V: El cuerpo íntegro con su cabeza es Hijo del hombre, Hijo de Dios y Dios…Por tanto, todo ello con Dios forma un solo Dios…Por esto los miembros fieles y espirituales de Cristo se pueden llamar de verdad lo que es Él mismo, es decir, Hijo de Dios y Dios. Pero lo que Él es por naturaleza, éstos lo son por comunicación y lo que Él es en plenitud, éstos lo son por participación; finalmente, él es Hijo de Dios por generación y sus miembros lo son por adopción (Beato Isaac, abad del monasterio de Stella, Sermón 42, PL 194, 1831-1832).
Lunes VI: En el bautismo nos renueva el Espíritu Santo como Dios que es…nos convierte en espirituales, partícipes de la gloria divina, hijos y herederos de Dios Padre, configurados de acuerdo con la imagen de su Hijo, herederos con él, hermanos suyos…Todos aquellos que creyeron en Cristo recibieron el poder de ser hijos de Dios, esto es, del Espíritu Santo, para que llegaran a ser de la misma naturaleza de Dios (Tratado de Dídimo de Alejandría sobre la Santísima Trinidad, Libro 2, 12).
Martes VI: Ya no nos tenemos simplemente por hombres, sino como hijos de Dios y hombres celestiales, puesto que hemos llegado a ser partícipes de la naturaleza divina. De manera que todos nosotros ya no somos más que una sola cosa con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo: una sola cosa por identidad de condición, por la asimilación que obra el amor , por comunión de la santa humanidad de Cristo y por participación del único y santo Espíritu (San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el Evangelio de San Juan, Libro 11, 11).
Martes VII: De esta comunión con el Espíritu Santo procede la presencia del futuro…De aquí procede la permanencia en la vida divina, de aquí el ser semejantes a Dios, de aquí, finalmente, lo más sublime que se puede desear: que el hombre llegue a ser como Dios (Del libro de San Basilio Magno sobre el Espíritu Santo, 9, 22-23).
Jueves VII: Convenía que nosotros llegáramos a ser partícipes de la naturaleza divina del Verbo…Esto sólo podía llevarse a efecto con la comunión del Espíritu Santo…Este mismo Espíritu transforma y traslada a una nueva condición de vida a los fieles en que habita y tiene su morada (Del comentario de San Cirilo de Alejandría, sobre el Evangelio de San Juan, Libro 10)
Ascensión del Señor: Nosotros estamos identificados con él, en virtud de que él, por nuestra causa se hizo Hijo del hombre, y nosotros, por él, hemos sido hechos hijos de Dios. Bajó pues del cielo por su misericordia, pero ya no subió al cielo él solo, puesto que nosotros subimos también en él por la gracia (San Agustín, Serm in Asc Domini 98, 1-2).

6-Tiempo Ordinario:

Domingo II: Es justo que vosotros glorifiquéis a Cristo que os ha glorificado a vosotros (San Ignacio de Antioquia a los Efesios 13-18,1).
Miércoles IV: El Verbo de Dios se hizo hombre y el Hijo de Dios se hizo Hijo del hombre para que el hombre, unido íntimamente al Verbo de Dios, se hiciera hijo de Dios por adopción (San Ireneo, Tratado contra las herejías 3, 19).
Viernes IV: Los que han llegado a ser hijos de Dios y han sido hallados dignos de renacer de lo alto por el Espíritu Santo y poseen en sí a Cristo, que los ilumina y los crea de nuevo, son guiados por el Espíritu de varias y diversas maneras, y sus corazones son conducidos de manera invisible y suave por la acción de la gracia (Homilía 18 de un autor espiritual del siglo IV).
Lunes V: Por la fe habita Cristo en nuestros corazones (San Buenaventura, Breviloquio – prólogo-).
Jueves V: Cristo toma forma por la fe en el hombre interior del creyente. Recibe la forma de Cristo el que vive unido a Él con un amor espiritual (San Agustín, Carta a los Gálatas 37.38).
Sábado XII: La divinidad es pureza, es carencia de toda inclinación viciosa, es apartamiento de todo mal. Por tanto, si hay en ti estas disposiciones, Dios está en ti. Resumiremos todo esto diciendo que la santidad, la pureza, la rectitud son el claro resplandor de la naturaleza divina por medio del cual vemos a Dios (San Gregorioio de Nisa, Homilía 6).
Martes XVI: Como sé que estáis llenos de Dios… (San Ignacio de Antioquia, a los Magnesios 10).
Viernes XVIII: Y no hay que tener por imposible que el alma pueda una cosa tan alta que el alma aspire a Dios como Dios aspira en ella por modo participado, dado que Dios le haga merced de unirla en la Santísima Trinidad, en que el alma se hace deiforme y Dios por participación (San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual 39, 4).
Sábado XXIX: En aquél (Adán), la tierra se convierte en carne; en éste (Cristo), la carne llega ser Dios….Adoptados como verdaderos hijos de Dios, llevemos íntegra y con plena semejanza la imagen de nuestro Creador: no imitándolo en su soberanía, sino siendo su imagen por nuestra inocencia, simplicidad, mansedumbre, paciencia, humildad, misericordia y concordia virtudes todas por las que las que el Señor se ha dignado hacerse uno de nosotros y ser semejante a nosotros (San Pedro Crisólogo, Sermón 117).
Viernes XXX: Un gran misterio me envuelve y me penetra…llegaré incluso a ser Dios mismo. Esto es lo que significa nuestro gran misterio; esto es lo que Dios nos ha concedido, y, para que nosotros lo alcancemos, quiso hacerse hombre; quiso ser pobre, para levantar así la carne postrada y dar incolumidad al hombre que él mismo había creado a su imagen; así todos llegaremos a ser uno en Cristo, pues él ha querido que todos nosotros lleguemos a ser aquello mismo que Él es con toda perfección (San Gregorio Nacianceno, Sermón 7, 23-24).
Lunes XXXIII: La primera transformación gratuita consiste en la justificación, que es una resurrección espiritual, don divino que es una incoación de la transformación perfecta que tendrá lugar en la resurrección de los cuerpos de los justificados, cuya gloria será entonces perfecta, inmutable y para siempre (San Fulgencio de Ruspe, Tratado sobre el Perdón de los Pecados, Libro 2).
Domingo XXXIV, Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo: Ya desde ahora este nuestro ser, corruptible, debe revestirse de santidad y de incorrupción, y este nuestro ser, mortal, debe revestirse de la inmortalidad del Padre, después de haber reducido a la nada el poder de la muerte, para que así, reinando Dios en nosotros, comencemos ya a disfrutar de los bienes de la regeneración y de la resurrección (Orígenes, Opúsculo sobre la Oración, Cap. 25).

7-Solemnidades del Señor:
Solemnidad de la Santísima Trinidad: No podemos recibir ningún don si no es en el Espíritu Santo, ya que hechos partícipes del mismo, poseemos el amor del Padre, la gracia del Hijo y la comunión de este Espíritu (San Atanasio, Carta I a Serapión 28-30).
Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo: El Hijo único de Dios, queriendo hacernos partícipes de su divinidad, tomó nuestra naturaleza, a fin de que hecho hombre, divinizase a los hombres – “ut homines deos faceret-” (Santo Tomás de Aquino, Opúsculo 57 en la fiesta del Cuerpo de Cristo).
Fiesta de la Transfiguración del Señor (6 de agosto): Debemos apresurarnos a ir hacia allí –así me atrevo a decirlo- como Jesús, que allí en el cielo es nuestro guía y precursor, con quien brillaremos con nuestra mirada espiritualizada, renovados en cierta manera en los trazos de nuestra alma, hechos conformes a su imagen, y, como él, transfigurados continuamente y hechos partícipes de la naturaleza divina, y dispuestos para los dones celestiales (Anastasio Sinaíta -Siglo VII-, Sermón en el día de la Transfiguración del Señor).
8- Memorias de los Santos:
Memoria de San Atanasio (2 de mayo): El Hijo de Dios, inmune a la corrupción, por la promesa de la resurrección, hizo partícipes de esta misma inmunidad a todos los hombres, con los que se había hecho una misma cosa por su cuerpo semejante al de ellos ( San Atanasio, Sermón sobre la Encarnación del Verbo, 8-9).

Memoria de San Cirilo de Alejandría (27 de junio): Jesucristo es Dios y Hombre a la vez: no un hombre divinizado, igual a aquellos que por la gracia se hacen partícipes de la naturaleza divina… (San Cirilo de Alejandría, Carta 1).
Memoria de Santa María Virgen, Reina (22 de agosto): Así pues, (María) durante su vida mortal, gustaba anticipadamente las primicias del reino futuro, ya sea elevándose hasta Dios con inefable sublimidad, como también descendiendo hacia sus prójimos con indescriptible caridad (San Amadeo de Lausana, Homilía 7).
Fiesta de san Esteban Protomártir (26 de diciembre): Ayer celebramos el nacimiento temporal de nuestro Rey eterno…Ayer nuestro Rey, revestido con el manto de nuestra carne y saliendo del recinto del seno virginal…su venida no ha sido en vano, pues ha aportado grandes dones a sus soldados…Ha traído el don de la caridad por la que los hombres se hacen partícipes de la naturaleza divina (San Fulgencio de Ruspe, Sermón 3, 1-3).
Común de Vírgenes: Vosotras participáis ya en este mundo de la gloria de la resurrección (San Cipriano, Trct de Virgin 3-4).

ANTIFONAS:
l-Solemnidad de Santa María, Madre de Dios: Antífona 1 de Vísperas: ¡Qué admirable intercambio! El Creador del género humano, tomando cuerpo y alma, nace de una virgen y, hecho hombre sin concurso de varón, nos da parte en su divinidad.

MAGISTERIO

ENSEÑANZAS DEL MAGISTERIO

LA GRACIA
Nos hace partícipes de la naturaleza divina, hijos de Dios; nos deifica, nos diviniza. La participación en la naturaleza divina es participación de la verdad y del amor de Dios. Nos une a Dios en el amor. Es comunión existencial íntima con Dios. La gracia nos inserta en Dios.
Es la gracia principio y fuente de la nueva vida. Nos introduce en la realidad sobrenatural de la vida divina. Participar en la vida divina lleva consigo la eternidad (es vida eterna) y la participación en la actitud filial. Esta vida eterna no significa sólo que dure para siempre, es una nueva calidad existencial, inmersa en el amor de Dios.
Produce una transformación interior del hombre. La gracia, que es santificante y deificante, eleva nuestro ser y nuestro obrar.
La gracia nos hace hermanos. Es, como dice Santo Tomás, gracia fraterna (STh 2-2, q. 14, a 2). La vida divina nos pone en comunión con los hermanos, que participan del mismo amor.
Ya ahora participamos de la vida divina, recibida en el bautismo. Comienza ya ahora por la fuerza del Espíritu Santo, que habita en nosotros. Estamos salvados, resucitados, somos divinizados ya ahora, aunque caminamos hacia la culminación en la vida del cielo.

LO QUE NO ES LA DEIFICACIÓN
No nos transformamos ni nos convertimos en Dios, que al divinizarnos, no nos da todo lo que es propio de la naturaleza humana de Cristo. El ser humano no desaparece ni entra a formar parte de la esencia de Dios: el hombre divinizado no es una sola cosa con Dios.
No es absorbida la naturaleza humana, ni en Cristo ni en nosotros. Ni hay una negación del hombre, ni se suprime la diferencia entre Dios y el hombre, ni se trata de una fusión sin distinción. La divinización no es sólo una realidad moral

LA SANTÍSIMA TRINIDAD Y LA DIVINIZACIÓN DEL HOMBRE
La vida nueva, obtenida por Cristo es extendida por el Espíritu Santo. Con la gracia somos capacitados para vivir en relación con la Santísima Trinidad. El Espíritu Santo nos inserta en la unidad que une al Hijo con el Padre. Por la vida divina recibida en nosotros somos personalmente partícipes en las relaciones que se dan entre el Padre y el Hijo. La gracia nos hace partícipes de la vida trinitaria y capaces de amar por amor a Dios. La deificación se realizará en su plenitud sólo en la visión de Dios, de la Santísima Trinidad.
El Padre desde toda la eternidad decretó elevar a los hombres a ser partícipes de su vida divina, según su designio de divinizar al hombre mediante la humanización de su Hijo.
En Cristo su humanidad fue divinizada, no anulada (es verdadero Dios y verdadero hombre). Injertados en Cristo, por medio de Él participamos de la vida divina. Dios nos da la vida nueva divina y eterna por medio de Cristo crucificado, muerto y resucitado. El Verbo transforma desde dentro la existencia humana, comunicándonos su ser Hijo del padre: somos hijos en el Hijo. Él es el hombre perfecto, que ha devuelto al hombre la semejanza divina. Nuestra unión con Cristo nos constituye en su Cuerpo una sola persona mística. El objeto de la evangelización debe ser proclamar que en Cristo se nos ofrece la vida de Dios, la salvación.
Del Espíritu Santo proviene la gracia junto con las virtudes. Él hace nacer y crecer en el cristiano la vida divina, que anima y eleva todo su ser; nos hace partícipes de la vida divina. “En quienes habita el Espíritu están divinizados”.
Los Sacramentos y el Bautismo nos dan la gracia de Jesucristo, que produce en nosotros la deificación. En el Bautismo somos hechos hijos de Dios, partícipes de la naturaleza divina. En él recibimos la gracia que nos capacita para entrar en relación con el Creador para siempre y nos introduce en la relación de Jesús con el Padre. La Eucaristía: quien se alimenta de Cristo recibe ya ahora la vida eterna como primicia de la plenitud futura.

DIVINIZAR Y HUMANIZAR
“La deificación, entendida correctamente, hace al hombre perfectamente humano: la deificación es la verdadera y última humanización del hombre”(Comisión Teológica). La primera tarea de la Iglesia es divinizar, pero esto no la exime de humanizar (Juan Pablo I). La vida eterna es cumplimiento de la vocación del hombre, pues, en la divinización, la vida humana es penetrada (no anulada) por la vida divina, que le da una dimensión divina y sobrenatural en su ser y en su vida. La gracia dilata el área vital del hombre. La vida espiritual se desarrolla por las facultades naturales y las nuevas capacidades adquiridas por la gracia, siendo las virtudes teologales las que adaptan las facultades del hombre a la participación de la naturaleza divina.
* * *
No ha definido la Iglesia la participación del cristiano en la naturaleza divina, pero está afirmada de forma explícita en la Sagrada Escritura (2 Pe 1, 4). Puede decirse que es una verdad de fe divina y católica (Flick, M- Alzeghi, Z).

TEXTOS DEL MAGISTERIO DE LA IGLESIA

SAN DAMASO I: Nosotros que nos sabemos íntegra y perfectamente salvados, según la profesión de fe de la Iglesia católica, confesamos que el Dios verdadero asumió al hombre verdadero (Carta a los Obispos Orientales, año 374, DS l46).

CONCILIO TOLEDANO VI: Este Señor Jesucristo, pues, mandado por el Padre, acogiendo lo que no era sin perder lo que era, inviolable por razón de lo que es suyo, vino a este mundo para salvar a los pecadores y justificar a los creyentes, hizo milagros, fue entregado por causa de nuestros pecados y muerto para nuestra expiación, resucitó para nuestra justificación, hemos sido curados mediante sus heridas (Is 53 , 5), mediante su muerte reconciliados con Dios Padre y resucitados mediante su resurrección ( año 638, DS 492).

CONCILIO CONSTANTINOPOLITANO III: Porque a la manera que su carne animada santísima e inmaculada, no por estar divinizada quedó suprimida, sino que permaneció en su propio término y razón, así tampoco su voluntad quedó suprimida por estar divinizada, como dice Gregorio el Teólogo: “Porque el querer de Él, del Salvador, decimos, no es contrario a Dios, como quiera que todo Él está divinizado” (Sesión XVIII, l6 de septiembre de 68l, DS 556).

JUAN XXII: Errores de Eckhart (Const. “In agro dominico”, 27 de marzo de 1329).
Artículo 10: Nosotros nos transformamos totalmente en Dios y nos convertimos en Él. De modo semejante a como en el sacramento el pan se convierte en cuerpo de Cristo. De tal manera me convierto yo en Él que Él mismo me hace ser una sola cosa suya, no cosa semejante: por el Dios vivo es verdad que allí no hay distinción alguna (DS 960).
Artículo 11: Cuanto Dios Padre dio a su Hijo unigénito en la naturaleza humana, todo eso me lo dio a mí. Aquí no exceptúo nada, ni la unión ni la santidad, sino que todo me lo dio a mí como a Él (DS 961).
Artículo 12: Cuanto dice la Sagrada Escritura acerca de Cristo, todo eso se verifica también en todo hombre bueno y divino (DS 962).
Artículo 13: Cuanto es propio de la divina naturaleza, todo eso es propio del hombre justo y divino. Por ello, ese hombre obra cuanto Dios obra y junto con Dios creó el cielo y la tierra y es engendrador del Verbo eterno y, sin tal hombre, no sabría Dios hacer nada (DS 963).
Censura: Nos condenamos y reprobamos de modo expreso los quince primeros artículos y los dos últimos como heréticos (DS 979).

PIO V: Errores de Miguel Bayo sobre la naturaleza humana y sobre la gracia (Bula “Ex ómnibus aflictionibus”,1 de octubre de 1567):

Sentencia 42: La justicia con que se justifica el impío por la fe, consiste formalmente en la obediencia a los mandamientos, que es la justicia de las obras, pero no en gracia alguna infundida al alma, por la que el hombre es adoptado por hijo de Dios y se renueva según el hombre interior y se hace partícipe de la divina naturaleza, de suerte que, así renovado por medio del Espíritu Santo, pueda en adelante vivir bien y obedecer a los mandamientos de Dios (DS l942).
Censura: Estas sentencias en el rigor y sentido propio de las palabras querido por sus defensores las condenamos como heréticas, erróneas, temerarias y escandalosas (DS 1980).

INOCENCIO XI: Errores quietistas de Miguel de Molinos (Decreto del S.O. de 28 de agosto y Constitución “Celestis Pastor” de 20 de noviembre de 1687):
Proposición 5: No obrando nada, el alma se aniquila y vuelve a su principio y a su origen, que es la esencia de Dios, en la que permanece transformada y divinizada, y Dios permanece entonces en sí mismo, porque entonces no son ya dos cosas unidas, sino una sola y de este modo vive y reina Dios en nosotros, y el alma se aniquila a sí misma en el ser operativo (DS 2205).
Censura: Es condenada esta proposición junto con otras más por “errónea y por su sabor herético” (DS 2269).

LEON XIII: Encíclica Divinum Illud Munus (9 de mayo de l897):
l-Tal es la obra de la divina gracia en las almas de los hombres que, en las Sagradas Escrituras y en los Padres de la Iglesia, son llamados “regenerados, nuevas criaturas y consortes de la naturaleza divina, e hijos de Dios y deificados –deifici-“(ASS 29, 652).
2-Esta admirable unión (nuestra con Cristo) y que con nombre propio se llama inhabitación, difiere sólo en la condición o estado de aquella con que Dios abraza a los cielos beatificándolos (ASS 29, 653).

PÍO XII: Encíclica Mystici Corporis (29 dejunio de 1943):
l-Hechos ya por el Verbo Encarnado hermanos, según la carne, del Hijo Unigénito de Dios, recibieran el poder de llegar a ser hijos de Dios (nº 9).
2-Por eso el Hijo Unigénito del Eterno Padre quiso hacerse hombre, para que nosotros fuéramos conformes a la imagen del Hijo de Dios [Rm 8,29] y nos renovásemos según la imagen de Aquel que nos creó [Col 3, 10] (nº 32).
3-Ni solamente asumió Cristo nuestra naturaleza, sino además un cuerpo frágil, pasible y mortal, se a hecho consanguíneo nuestro…El Verbo lo hizo para hacer partícipes de la naturaleza divina a sus hermanos según la carne [II Pe 1, 14], tanto en este destierro terreno por medio de la gracia santificante, cuanto en la patria celestial por la eterna bienaventuranza (nº 32).
4-Nuestra unión con Cristo…se la presenta tan íntima que conforme a aquello del Apóstol: “Él mismo es la Cabeza del Cuerpo de la Iglesia [Col 1, 18], enseña la más antigua y constante tradición de los Padres que el Redentor divino constituye con su Cuerpo social una sola persona mística, o como dice San Agustín: el Cristo íntegro [En in Ps 17,51 y 40,2] (nº 52).

JUAN XXIII: Encíclica “Mater et Magistra” (15 de mayo de 1961):
Exhortamos, pues, insistentemente a nuestros hijos de todo el mundo, tanto del clero como del laicado, a que procuren tener una conciencia plena de la gran nobleza y dignidad que poseen por el hecho de estar injertados en Cristo como los sarmientos en la vid [Jn 15, 5] y porque se les permite participar de la vida divina de Aquel (nº 32).

CONCILIO VATICANO II (11 de octubre de l962 a 8 de diciembre de 1965):
1-Constitución Dogmática sobre la Iglesia “Lumen Gentium” (21 de noviembre de 1964): El Padre Eterno, por una disposición libérrima y arcana de su sabiduría y bondad, creó todo el universo, decretó elevar a los hombres a participar de la vida divina (nº 2).
2-Constitución Dogmática “Lumen Gentium”: Los seguidores de Cristo…han sido hechos por el bautismo, sacramento de la fe, verdaderos hijos de Dios y partícipes de la naturaleza divina, y, por lo mismo, realmente santos. En consecuencia, es necesario que con la ayuda de Dios conserven y perfeccionen la santificación que recibieron (nº 40).
3-Constitución Dogmática “Lumen Gentium”:El benignísimo y sapientísimo Dios, queriendo llevar a cabo la redención del mundo, cuando llegó la plenitud del tiempo, envió a su Hijo, hecho de mujer…, para que recibiésemos la adopción de hijos [Gal 4, 4-5] (nº 52).
4-Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el Mundo Actual “Gaudium et Spes” (7 de diciembre de 1965): La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo conserva. Y sólo se puede decir que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador. Muchos son, sin embargo, los que hoy día se desentienden del todo de esta íntima y vital unión con Dios o la niegan en forma explícita (nº 19).
5-Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el Mundo Actual “Gaudium et Spes”: El que es imagen de Dios invisible [Col 1, l5] es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado. En Él, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre…Cristo resucitado, venciendo a la muerte con su muerte, y nos dio la vida, de modo que, siendo hijos de Dios en el Hijo, podamos clamar en el Espíritu: “¡Abba!” [Padre] (nº 22).
El Verbo de Dios, por quien todo fue hecho, se encarnó para que, Hombre perfecto, salvara a todos y recapitulara todas las cosas (nº 45).
6-Decreto sobre la Actividad Misionera de la Iglesia “Ad Gentes Divinitus” (7 de diciembre de l965): El Hijo de Dios marchó por los caminos de la verdadera encarnación para hacer a los hombres partícipes de la naturaleza divina…Los Santos Padres proclaman constantemente que no está sanado lo que no ha sido asumido por Cristo. Mas Él asumió la entera naturaleza humana cual se encuentra en nosotros, miserables y pobres, pero sin el pecado (nº 3).
7- Textos del Concilio Vaticano II que se refieren al cristiano como “hijo de Dios”:
Constitución Lumen Gentium:
El Padre nos predestinó en Cristo a ser hijos adoptivos (LG 3); el Espíritu Santo ora en nosotros y da testimonio de nuestra adopción como hijos (LG 4); la dignidad y la libertad de los hijos de Dios (LG 9,2); los fieles incorporados a la Iglesia por el bautismo… quedan regenerados como hijos de Dios…en el bautismo quedan constituidos hijos de Dios (LG 11, 1-2); Cristo es cabeza del nuevo pueblo de los hijos de Dios (LG 13, 1); los presbíteros han de estar siempre preocupados por el bien de los hijos de Dios (LG 28,2); la diversidad de gracias, servicios y funciones congrega en la unidad a los hijos de Dios (LG 32, 3); a los sagrados pastores han de manifestarles sus necesidades y deseos con aquella libertad y confianza que conviene a los hijos de Dios y a los hermanos en Cristo (37,1); los seguidores de Cristo por el bautismo han sido hechos verdaderos hijos de Dios y partícipes de la naturaleza divina (40, 1); las personas que siguen los consejos evangélicos dan un testimonio más evidente del Salvador, al abrazar la pobreza en la libertad de los hijos de Dios (LG 42, 4); la Iglesia vive entre las criaturas, que gimen con dolores de parto en espera de la manifestación de los hijos de Dios…Unidos a Cristo en la Iglesia con verdad recibimos el nombre de hijos de Dios y los somos (LG 48, 3-4); todos los que somos hijos de Dios y constituimos una sola familia en Cristo (LG 51, 2); Dios envió su Hijo al mundo para que recibiéramos la adopción de hijos (LG 52); la Iglesia, por la predicación y el bautismo, engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios (LG 64).
Constitución Dei Verbum:
En los libros sagrados, el Padre, que está en el cielo, sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos (DV 21).
Constitución Sacrosanctum Concilium:
Para que se congreguen en la unidad los hijos de Dios que están dispersos hasta que haya un solo rebaño y un solo Pastor (SC 2); Y así, por el bautismo, los hombres reciben el espíritu de adopción de hijos (SC 6); los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo… (SC 10).
Constitución Gaudium et Spes:
El hombre es llamado, como hijo, a la unión con Dios y a la participación de su felicidad (GS 21, 3); Cristo resucitó; con su muerte destruyó la muerte y nos dio la vida, para que, hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu: Abba !, ¡ Padre! (GS 22,6); cuando el Señor ruega al Padre que todos sean uno, como nosotros también somos uno, abriendo perspectivas cerradas a la razón humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad (GS 24, 3); entonces – en la consumación- vencida la muerte, los hijos de Dios resucitarán en Cristo (GS 39); la Iglesia está formada por hombres que tienen la vocación de formar en la propia historia del género humano la familia de los hijos de Dios …Es un misterio permanente de la historia humana que se ve perturbada por el pecado hasta la plena revelación de la claridad de los hijos de Dios (GS 40, 2-3); el Evangelio anuncia y proclama la libertad de los hijos de Dios (GS 41, 2); la Iglesia advierte a sus hijos a que con este familiar espíritu de hijos de Dios superen todas las desavenencias (GS 42, 14); Dios Padre es el principio y el fin de todos. Por ello, todos estamos llamados a ser hermanos (GS 92, 5).
Otros documentos conciliares:
Decreto Presbyterorum Ordinis: la obediencia de los prebíteros conduce a la más madura libertad de los hijos de Dios (PO 15, 2); unidos íntimamente con Cristo puedan así clamar como hijos de adopción: Abba! ¡Padre! (PO 18, 3).
Decreto Perfectae Caritatis: la obediencia religiosa…lleva, por la más amplia libertad de los hijos de Dios, a la madurez…Los superiores gobiernen a sus súbditos como a hijos de Dios (PC 14, 2-3).
Decreto Apostolicam Actuositatem: quienes poseen esta fe viven con la esperanza de la revelación de los hijos de Dios (AA 4,4).
Decreto Ad Gentes Divinitus: los regenerados en Cristo por el Espíritu Santo, contemplando unánimemente la gloria de Dios, podrán decir: Padre nuestro (AG 7, 3).
Declaración Dignitatis Humanae: el hombre, redimido por Cristo Salvador y llamado por Jesucristo a la filiación divina (DH 10); quiera Dios Padre de todos que la familia humana…llegue a la sublime e indefectible libertad de la gloria de los hijos de Dios (DH 15, 15):
Declaración Gravissimum Educationis: Todos los cristianos, puesto que en virtud de la regeneración por el agua y el Espíritu Santo han llegado a ser nuevas criaturas y se llaman y son hijos de Dios, tienen derecho a la educación cristiana (GE 2).
Declaración Nostra Aetate: el Concilio ruega a los fieles…tengan paz con todos los hombres, para que sean verdaderamente hijos del Padre que está en los cielos (N AE 5,3).

PABLO VI:
Encíclica “Ecclesiam Suam” (6 de agosto de 1964): La presencia de Cristo, más aún, su misma vida, se hará operante en cada una de las almas y en el conjunto del Cuerpo Místico, mediante el ejercicio de la fe viva y vivificante (I La Conciencia).
Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi, (8 de diciembre de 1975): La evangelización también debe contener siempre –como base, centro y a la vez culmen de su dinamismo- una clara proclamación de que en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación a todos los hombres, como don de la gracia y de la misericordia de Dios… una salvación que desborda todos estos límites para realizarse en una comunión con el único Absoluto, Dios, salvación trascendente, escatológica, que comienza ciertamente en esta vida, pero que tiene su cumplimiento en la eternidad (nº 27).

JUAN PABLO I:
Audiencia del 20 de septiembre de 1978: La primordial misión de divinizar no exime a la Iglesia de humanizar (il compito principale del divinizare non esime la Chiesa dell’ umanizare).

JUAN PABLO II:
l-Encíclica” Redemtor Hominis” (4 de marzo de 1979): Esta unión de Cristo con el hombre es en sí misma un misterio, del que nace el “hombre nuevo” , llamado a partir de la vida de Dios. La unión de Cristo con el hombre es la fuerza y la fuente de la fuerza, según la incisiva expresión de San Juan en el prólogo de su Evangelio:
“Dios les dio poder de llegar a ser hijos de Dios” [Jn 1, 12]. Esta es la fuerza que transforma interiormente al hombre, como principio de una vida nueva que no se desvanece y no pasa, sino que dura hasta la vida eterna [Cf Jn 4, 14].Esta vida prometida y dada a cada hombre por el Padre en Jesucristo… es el final cumplimiento de la vocación del hombre (nº 18).
2-Encíclica “Dives in Misericordia” (30 de noviembre de 1980): La cruz de Cristo sobre el Calvario surge en el camino de aquel admirabile commercium, de aquel comunicarse de Dios al hombre en el que está contenida a su vez la llamada dirigida al hombre, a fin de que, donándose a sí mismo a Dios y donando consigo mismo todo el mundo visible, participe en la vida divina, y para que como hijo adoptivo se haga partícipe de la verdad y del amor que está en Dios y proviene de Dios (nº 7).
3-Exhortación Apostólica “Familiaris Consortio” (22 de noviembre de 1981): En realidad la gracia de Cristo, “el primogénito de entre los muertos”, es por su naturaleza y dinamismo interior una “gracia fraterna como la llama santo Tomás de Aquino” (nº 21).

4.- Audiencia del 9 de diciembre de 1981: Las palabras de los sinópticos atestiguan que el estado del hombre en el «otro mundo» será no sólo un estado de perfecta espiritualización, sino también de fundamental «divinización» de su humanidad. Los «hijos de la resurrección» —como leemos en Lucas 20, 36 — no sólo «son semejantes a los ángeles», sino que también «son hijos de Dios». De aquí se puede sacar la conclusión de que el grado de espiritualización, propia del hombre «escatológico», tendrá su fuente en el grado de su «divinización», incomparablemente superior a la que se puede conseguir en la vida terrena. Es necesario añadir que aquí se trata no sólo de un grado diverso, sino en cierto sentido de otro género de «divinización». La participación en la naturaleza divina, la participación en la vida íntima de Dios mismo, penetración e impregnación de lo que es esencialmente humano por parte de lo que es esencialmente divino, alcanzará entonces su vértice, por lo cual la vida del espíritu humano llegará a una plenitud tal, que antes le era absolutamente inaccesible. Esta nueva espiritualización será, pues, fruto de la gracia, esto es, de la comunicación de Dios en su misma divinidad, no sólo al alma, sino a toda la subjetividad psicosomática del hombre. Hablamos aquí de la «subjetividad» (y no sólo de la «naturaleza») porque esa divinización se entiende no sólo como un «estado interior» del hombre (esto es, del sujeto), capaz de ver a Dios «cara a cara», sino también como una nueva formación de toda la subjetividad personal del hombre a medida de la unión con Dios en su misterio trinitario y de la intimidad con El en la perfecta comunión de las personas. Esta intimidad —con toda su intensidad subjetiva— no absorberá la subjetividad personal del hombre, sino, al contrario, la hará resaltar en medida incomparablemente mayor y más plena.
La «divinización» en el «otro mundo», indicada por las palabras de Cristo aportará al espíritu humano una tal «gama de experiencias» de la verdad y del amor, que el hombre nunca habría podido alcanzar en la vida terrena. Cuando Cristo habla de la resurrección, demuestra al mismo tiempo que en esta experiencia escatológica de la verdad y del amor, unida a la visión de Dios «cara a cara», participará también, a su modo, el cuerpo humano.
La vida eterna hay que entenderla en sentido escatológico, esto es, como plena y perfecta experiencia de esa gracia (= charis) de Dios, de la que el hombre se hace partícipe mediante la fe, durante la vida terrena, y que, en cambio, no sólo deberá revelarse a los que participarán del «otro mundo» en toda su penetrante profundidad, sino ser también experimentada en su realidad beatificante.
Suspendemos aquí nuestra reflexión centrada en las palabras de Cristo, relativas a la futura resurrección de los cuerpos. En esta «espiritualización» y «divinización», de las que el hombre participará en la resurrección, descubrimos —en una dimensión escatológica— las mismas características que calificaban el significado «esponsalicio» del cuerpo; las descubrimos en el encuentro con el misterio del Dios viviente, que se revela mediante la visión de El «cara a cara».

5-Encíclica “Dominum et Vivificantem” (18 de mayo de 1986): La gracia santificante es en el hombre el principio y la fuente de la nueva vida: vida divina y sobrenatural…Así la vida humana es penetrada por la participación de la vida divina y recibe también una dimensión divina y sobrenatural ( nº 52).
Mediante el don de la gracia que viene del Espíritu el hombre entra en una nueva vida, es introducido en la realidad sobrenatural de la misma vida divina…
En la comunión de gracia con la Trinidad se dilata el “área vital” del hombre, elevada a nivel sobrenatural por la vida divina (nº 58).
El hombre viviendo una vida divina es la gloria de Dios (nº 59).
Cuando, bajo el influjo del Paráclito, los hombres descubren esta dimensión divina de su ser y de su vida…(nº 60).
6-Encíclica “Redemtoris Mater” (25 de marzo de 1987): El misterio de la “plenitud de los tiempos”…Esta misma plenitud señala el momento en que el Espíritu Santo, que ya había infundido la plenitud de gracia en María de Nazaret, plasmó en su seno virginal la naturaleza humana de Cristo. Esta plenitud define el instante en el que, por la entrada del Eterno en el tiempo, el tiempo mismo es redimido y, llenándose del misterio de Cristo, se convierte definitivamente en tiempo de salvación (nº 1).
Si él (Dios) ha querido llamar eternamente al hombre a participar de su naturaleza divina (cf 2 Pe 1, 4), se puede afirmar que ha predispuesto la “divinización” del hombre según su condición histórica, de suerte que, después del pecado, está dispuesto a restablecer con gran precio el designio eterno de su amor mediante la “humanización” del Hijo, consustancial a él (nº 51).
7-Exhortación Apostólica “Christifideles Laici” (30-XII-1988): El bautismo nos regenera a la vida de los hijos de Dios: nos une a Jesucristo y a su cuerpo, que es la Iglesia; nos unge en el Espíritu Santo, constituyéndonos en templos espirituales (nº 10).
Por el santo bautismo somos hechos hijos de Dios en su unigénito Hijo, Cristo Jesús …el EspírituSanto es quien constituye a los bautizados en hijos de Dios y, al mimo tiempo, en miembros del cuerpo de Cristo (nº 11).
El bautismo significa y produce una incorporación mística pero real al cuerpo crucificado y glorioso de Jesús. Mediante este sacramento, Jesús une al bautizado con su muerte para unirlo a su resurrección (nº 12).
La comunión de los cristianos con Jesús tiene como modelo, fuente y meta la misma comunión del Hijo con el Padre en el don del Espíritu Santo: los cristianos se unen al Padre al unirse al Hijo en el vínculo amoroso del Espíritu…la comunión de los cristianos entre sí nace de su comunión con Cristo (nº 18).
9-Audiencia de 26 de julio de l989: El inicio de la vida nueva se realiza mediante el don de la filiación divina, obtenida para todos por Cristo con la redención, y extendida a todos por obra del Espíritu Santo que, en la gracia, rehace y casi re-crea al hombre a semejanza del Hijo unigénito del Padre. De esta manera el Verbo encarnado renueva y consolida el “donarse” de Dios, ofreciendo al hombre mediante la obra redentora aquella “participación en la naturaleza divina”, a la que se refiere la Segunda Carta de Pedro [cf. 1, 4]; y también San Pablo, en la Carta a los Romanos [1, 4] habla de Jesucristo como de Aquel que ha sido “constituido Hijo de Dios, con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos”.
10-Encíclica “Redemtoris Missio” (7 de diciembre de 1990): Cristo no es sino Jesús de Nazaret y éste es el Verbo de Dios hecho hombre para la salvación de todos (nº 6).
Ante todo debemos afirmar con sencillez nuestra fe en Cristo, único salvador del hombre…Jesús vino a traer la salvación integral, que abarca al hombre entero y a todos los hombres, abriéndoles a los admirables horizontes de la filiación divina (nº 11).
El anuncio tiene por objeto a Cristo crucificado, muerto y resucitado: en él se realiza la plena y auténtica liberación del mal, del pecado y de la muerte. Por él Dios da la “nueva vida”, divina y eterna (nº 44).
11-Audiencia del 3 de abril de 1991: Toda la vida cristiana se desarrolla en la fe y en la caridad, en la práctica de todas las virtudes, según la acción íntima de este Espíritu renovador, del que procede la gracia que justifica, vivifica y santifica, y con la gracia proceden las nuevas virtudes que constituyen el entramado de la vida sobrenatural. Se trata de la vida que se desarrolla no sólo por las facultades naturales del hombre -entendimiento, voluntad, sensibilidad-, sino también por las nuevas capacidades adquiridas mediante la gracia, como explica santo Tomás de Aquino [Summa Theologica, I-II, q. 62, aa 1, 3]. Ellas dan a la inteligencia la posibilidad de adherirse a Dios-Verdad mediante la fe; al corazón, la posibilidad de amarlo mediante la caridad, que es en el hombre como “una participación del mismo amor divino, el Espíritu Santo” [II-III, q. 23, a. 3, ad 3]; y a todas las potencias del alma y de algún modo también del cuerpo, la posibilidad de participar en la vida nueva con actos dignos de la condición de hombres elevados a la participación de la naturaleza y de la vida de Dios mediante la gracia: “partícipes de la naturaleza divina”, como dice San Pedro en su segunda carta [1, 4].
12-Audiencia del 12 de febrero de 1992: Seguir las huellas de Cristo quiere decir revivir en nosotros su vida santa, de la que hemos sido hechos partícipes con la gracia santificante y consagrante recibida en el bautismo.
13-Encíclica Evangelium Vitae (25 de marzo de 1995): La salvación realizada por Jesús es don de vida y de resurrección…consistente en el perdón de los pecados, es decir, en liberar al hombre de su enfermedad más profunda, elevándolo a la vida misma de Dios (50).
El hombre participa de la misma vida de Dios. Es la vida que, mediante los sacramentos de la Iglesia –de los que son símbolo la sangre y el agua manados del costado de Cristo-, se comunica continuamente a los hijos de Dios (51).
14-Carta Apostólica “Orientale Lumen” (2 de mayo de 1995).-Nº 6: Hay algunos rasgos de la tradición espiritual y teológica comunes a las diversas Iglesias de Oriente, que caracterizan su sensibilidad con respecto a las formas asumidas por la transmisión del Evangelio en las tierras de Occidente. Así los sintetiza el Vaticano II: «Todos conocen también con cuánto amor los cristianos orientales realizan el culto litúrgico, principalmente la celebración eucarística, fuente de la vida de la Iglesia y prenda de la gloria futura, por la cual los fieles, unidos al Obispo, al tener acceso a Dios Padre por medio de su Hijo, el Verbo encarnado, que padeció y fue glorificado, en la efusión del Espíritu Santo, consiguen la comunión con la santísima Trinidad, hechos «partícipes de la naturaleza divina» (2 P 1, 4)».
En esos rasgos se perfila la visión oriental del cristiano, cuyo fin es la participación en la naturaleza divina mediante la comunión en el misterio de la santísima Trinidad. Con ellos se delinean la «monarquía» del Padre y la concepción de la salvación según la economía, como la presenta la teología oriental después de san Ireneo de Lión y como se difunde entre los Padres capadocios.
La participación en la vida trinitaria se realiza a través de la liturgia y, de modo especial, la Eucaristía, misterio de comunión con el cuerpo glorificado de Cristo, semilla de inmortalidad. En la divinización y sobre todo en los sacramentos la teología oriental atribuye un papel muy particular al Espíritu Santo: por el poder del Espíritu que habita en el hombre la deificación comienza ya en la tierra, la criatura es transfigurada y se inaugura el Reino de Dios.
La enseñanza de los Padres capadocios sobre la divinización ha pasado a la tradición de todas las Iglesias orientales y constituye parte de su patrimonio común. Se puede resumir en el pensamiento ya expresado por san Ireneo al final del siglo II: Dios ha pasado al hombre para que el hombre pase a Dios. Esta teología de la divinización sigue siendo uno de los logros más apreciados por el pensamiento cristiano oriental.
En este camino de divinización nos preceden aquellos a quienes la gracia y el esfuerzo por la senda del bien hizo «muy semejantes» a Cristo: los mártires y los santos. Y entre éstos ocupa un lugar muy particular la Virgen María, de la que brotó el Vástago de Jesé (cfr. Is 11, 1). Su figura no es sólo la Madre que nos espera sino también la Purísima que -como realización de tantas prefiguraciones veterotestamentarias- es icono de la Iglesia, símbolo y anticipación de la humanidad transfigurada por la gracia, modelo y esperanza segura para cuantos avanzan hacia la Jerusalén del cielo.
Aun acentuando fuertemente el realismo trinitario y su implicación en la vida sacramental, el Oriente vincula la fe en la unidad de la naturaleza divina con la inconoscibilidad de la esencia divina. Los Padres orientales afirman siempre que es imposible saber lo que es Dios; sólo se puede saber que Él existe, pues se ha revelado en la historia de la salvación como Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Este sentido de la inefable realidad divina se refleja en la celebración litúrgica, donde todos los fieles del Oriente cristiano perciben tan profundamente el sentido del misterio.
«Existen también en Oriente las riquezas de aquellas tradiciones espirituales que encontraron su expresión principalmente en el monaquismo. Pues allí, desde los tiempos gloriosos de los Santos Padres, floreció aquella espiritualidad monástica, que se extendió luego a Occidente y de la cual procede, como de su fuente, la institución religiosa de los latinos, y que más tarde recibió también del Oriente nuevo vigor. Por lo cual, se recomienda encarecidamente que los católicos se acerquen con mayor frecuencia a estas riquezas espirituales de los Padres orientales que elevan a todo el hombre a la contemplación de lo divino».
En este número 6 de Orientale Lumen, Juan Pablo II hace la siguiente cita: (15) Injertados en Cristo, «los hombres se convierten en dioses e hijos de Dios,… el polvo es elevado a tal grado de gloria que prácticamente es igual en honor y deidad a la naturaleza divina», NICOLÁS CABASILAS, La vida en Cristo, I: PG 150, 505.
15-Audiencia del 10 de diciembre de 1997: El Hijo de Dios vino a ofrecer a todos la participación en su vida divina. El don de esta vida conlleva una participación en su eternidad. Jesús lo afirmó especialmente a propósito de la Eucaristía: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna” [n 6, 54]. El efecto del banquete eucarístico es la posesión, ya desde ahora, de esa vida….La comunicación de la vida eterna de Cristo significa también una participación en su actitud de amor filial hacia el Padre…La entrada de la eternidad en el tiempo es el ingreso, en la vida terrena de Jesús, del amor eterno que une al Hijo con el Padre.
16-Audiencia del 2 de abril de 1998: El Espíritu Santo hace nacer y crecer en el cristiano una vida “espiritual”, divina, que anima y eleva todo su ser. A través del Espíritu la vida misma de Cristo produce sus frutos en la existencia cristiana.
17-Audiencia del 27 de mayo de 1998: Santo Tomás recoge esas afirmaciones: “El Hijo unigénito de Dios, queriendo que también nosotros fuéramos partícipes de su divinidad, asumió nuestra naturaleza humana, para que, hecho hombre, hiciera dioses a los hombres” [Opusc. 57 in festo Corporis Christi, 1], es decir, partícipes por gracia de la naturaleza divina.
18- Audiencia del día 22 de julio de 1998.- El Espíritu del Señor no sólo destruye el pecado; también realiza una santificación y divinización del hombre. Dios nos «ha escogido —dice san Pablo— desde el principio para la salvación mediante la acción santificadora del Espíritu y la fe en la verdad» (2 Ts 2, 13).
Veamos más de cerca en qué consiste esta «santificación-divinización».
El Espíritu Santo es «Persona-amor. Es Persona-don» (Dominum et vivificantem, 10). Este amor donado por el Padre, acogido y correspondido por el Hijo, se comunica al hombre redimido, que se convierte así en «hombre nuevo» (Ef 4, 24), en «nueva creación» (Ga 6, 15). Los cristianos no sólo somos purificados del pecado; también somos regenerados y santificados. Recibimos una nueva vida, pues somos hechos «partícipes de la naturaleza divina» (2 P 1, 4): somos «llamados hijos de Dios, y ¡lo somos!» (1 Jn 3, 1). Se trata de la vida de la gracia: el don gratuito con que Dios nos hace partícipes de su vida trinitaria.
No se debe separar a las tres Personas divinas en su relación con los bautizados, puesto que cada una obra siempre en comunión con las otras; tampoco se las debe confundir, ya que cada Persona se comunica en cuanto Persona.
En la reflexión sobre la gracia es importante evitar concebirla como una «cosa». Es, «ante todo y principalmente, el don del Espíritu que nos justifica y nos santifica» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 2.003). Es el don del Espíritu Santo que nos asemeja al Hijo y nos pone en relación filial con el Padre: en el único Espíritu, por Cristo, tenemos acceso al Padre (cf. Ef 2, 18).
La presencia del Espíritu Santo obra una transformación que influye verdadera e íntimamente en el hombre: es la gracia santificante o deificante, que eleva nuestro ser y nuestro obrar, capacitándonos para vivir en relación con la santísima Trinidad. Esto sucede a través de las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad, «que adaptan las facultades del hombre a la participación de la naturaleza divina» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 1.812). Así, con la fe, el creyente considera a Dios, a sus hermanos y la historia no simplemente según la perspectiva de la razón, sino desde el punto de vista de la revelación divina. Con la esperanza, el hombre contempla el futuro con certeza confiada y activa, esperando contra toda esperanza (cf. Rm 4, 18), con la mirada fija en la meta de la bienaventuranza eterna y de la realización plena del reino de Dios. Con la caridad, el discípulo se esfuerza por amar a Dios con todo su corazón y a los demás como el Señor Jesús nos amó, es decir, hasta la entrega total de sí.
La santificación del creyente se realiza siempre mediante la incorporación en la Iglesia. «La vida de cada uno de los hijos de Dios está ligada de una manera admirable, en Cristo y por Cristo, con la vida de todos los otros hermanos cristianos, en la unidad sobrenatural del Cuerpo místico de Cristo, como en una persona mística» (Pablo VI, Indulgentiarum doctrina, 5).
19-Audiencia del 29 de julio de 1998: El mismo Espíritu nos hace “uno en Cristo” [Ga 3, 28], y así nos inserta en la misma unidad que une al Hijo con el Padre.
Quedamos admirados ante esta intensa e íntima comunión entre Dios y nosotros.
La comunión invisible, un siendo por naturaleza un crecimiento, supone la vida de gracia, por medio de la cual se nos hace “partícipes de la naturaleza divina” (2 Pe 1, 4).
20-El día 29 de noviembre de 1998, Juan Pablo II publicaba la Bula “Incarnationis mysterium”de convocación del gran Jubileo del año 2000. En el número 2 de este documento decía: “La Iglesia, al anunciar a Jesús de Nazaret, verdadero Dios y Hombre perfecto, abre a cada ser humano la perspectiva de ser “divinizado” y, por tanto, de hacerse así más hombre. Éste es el único medio por el cual el mundo puede descubrir la alta vocación a la que está llamado y llevarla a cabo en la salvación realizada por Dios”.

21- En la Audiencia del día 17 de marzo de 1999, Juan Pablo II decía: “El conocimiento, en el lenguaje bíblico del Antiguo y del Nuevo Testamento, no se refiere sólo a la esfera intelectual; implica normalmente una experiencia vital que compromete a la persona humana en su totalidad y, por tanto, también en su capacidad de amar. Se trata de un conocimiento que permite «encontrar» a Dios, situándose en el proceso que la tradición teológica oriental llama «divinización», y que se realiza por la acción interior y transformadora del Espíritu de Dios (cf. san Gregorio de Nisa, Oratio catech., 37: PG 45, 98 B).

22- En la Carta Apostólica NovoMillenio Inaunte (23) escribe Juan Pablo II: Jesús es el « hombre nuevo » (cf. Ef 4,24; Col 3,10) que llama a participar de su vida divina a la humanidad redimida. En el misterio de la Encarnación están las bases para una antropología que es capaz de ir más allá de sus propios límites y contradicciones, moviéndose hacia Dios mismo, más aún, hacia la meta de la « divinazación », a través de la incorporación a Cristo del hombre redimido, admitido a la intimidad de la vida trinitaria. Sobre esta dimensión salvífica del misterio de la Encarnación los Padres han insistido mucho: sólo porque el Hijo de Dios se hizo verdaderamente hombre, el hombre puede, en él y por medio de él, llegar a ser realmente hijo de Dios.
En la nota 12 de esta Carta Apostólica añade el Santo Padre: A este respecto observa san Atanasio: « El hombre no podía ser divinizado permaneciendo unido a una criatura, si el Hijo no fuese verdaderamente Dios », Discurso II contra los Arrianos 70: PG 26, 425 B.

23-Encíclica “Ecclesia de Eucaristía” (17 de abril de 2003): Quien se alimenta de Cristo en la Eucaristía no tiene que esperar el más allá para recibir la vida eterna: la posee ya en la tierra como primicia de la plenitud futura, que abarcará al hombre en su totalidad (nº 18).
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BENEDICTO XVI:

1-En la homilía de la Asunción de nuestra Señora decía el Papa Benedicto XVI: “El hombre es grande, sólo si Dios es grande. Con María debemos comenzar a comprender que es así. No debemos alejarnos de Dios, sino hacer que Dios esté presente, hacer que Dios sea grande en nuestra vida; así también nosotros seremos divinos: tendremos todo el esplendor de la dignidad divina.”.
2-En la Homilía de la Inmaculada de 2005, el Papa Benedicto XVI decía: “El hombre que se dirige hacia Dios no se hace más pequeño, sino más grande, porque gracias a Dios y junto con él se hace grande, se hace divino, llega a ser verdaderamente él mismo”
3-Homilía de Nochebuena del año 2005: Dios se ha hecho uno de nosotros para que podamos estar con él, para que podamos llegar a ser semejantes a él.
4-Audiencia del 29 de marzo de 2006: En el tiempo de la peregrinación terrena el discípulo, mediante la comunión con el Hijo, ya puede participar de la vida divina de él y del Padre.
5-Homilía en la Vigilia Pascual, 15 de abril de 2006: Vosotros habéis llegado a ser uno en Cristo, responde Pablo [cf. Ga 3, 28]. No sólo una cosa, sino uno, un único sujeto nuevo.
6-Viviremos mediante la comunión existencial con Él, por estar insertos en Él, que es la vida misma. La vida eterna, la inmortalidad beatífica, no la tenemos por nosotros mismos ni en nosotros mismos, sino por una relación, mediante la comunión existencial con Aquel que es la Verdad y el Amor y, por tanto, es eterno, es Dios mismo (de la misma homilía).
7-En el Ángelus del 18 de junio de 2006, decía Benedicto XVI: La Eucaristía tiene también un valor cósmico, pues la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo constituye el principio de la divinización de la misma creación.
8-Meditación Mariana (1 de noviembre de 2006): Para nosotros los cristianos, “vida eterna” no indica sólo una vida que dura para siempre, sino más bien una nueva calidad de existencia, plenamente inmersa en el amor de Dios, que libra del mal y de la muerte, y nos pone en comunión sin fin con todos los hermanos y las hermanas que participan del mismo amor. Por tanto, la eternidad ya puede estar presente en el centro de la vida terrena y temporal, cuando el alma, mediante la gracia, está unida a Dios, su fundamento último.
9-Audiencia del 15 de noviembre de 2006: El Espíritu nos sitúa en el mismo ritmo de la vida divina, que es vida de amor, haciéndonos participar personalmente en las relaciones que se dan entre el Padre y el Hijo.
10-Mensaje de Navidad, año 2006: ¿Tiene todavía valor y sentido un “Salvador” para el hombre del tercer milenio?…Este hombre del siglo veintiuno, artífice autosuficiente y seguro de la propia suerte, se presente como productor entusiasta de éxitos indiscutibles…Cristo es también Salvador del hombre de hoy.
11-Exhortación Apostólica “Sacramentum Caritatis” (22-II-2007): Jesucristo…nos comunica la misma vida divina en el don eucarístico. Se trata de un don absolutamente gratuito, que se debe sólo a las promesas de Dios, cumplidas por encima de toda medida (Nº 8).
Aún siendo todavía como “extranjeros y forasteros” [1 Pe 2, 11], participamos ya por la fe de la plenitud de la vida resucitada (Nº 30).
12-Homilía en la Misa Crismal del 5 de abril de 2007: Cristo se ha puesto nuestros vestidos: alegría de ser hombre, el hambre, la sed, el cansancio, las esperanzas y las desilusiones, el miedo a la muerte, todas nuestras angustias hasta la muerte. Y nos ha dado sus “vestidos”…el don del nuevo ser [Ef 4, 22-26].
13-Audiencia del 20 de junio de 2007:…San Atanasio afirma con una frase que se hecho justamente célebre que el Verbo de Dios “se hizo hombre para que nosotros llegáramos a ser Dios”.
14-Mensaje a los jóvenes del mundo con motivo de la XXIII Jornada Mundial de la Juventud (20 de julio de 2007): “Una vez más os repito que sólo Cristo puede colmar las aspiraciones más íntimas del corazón del hombre; sólo Él es capaz de humanizar la humanidad y conducirla a su «divinización»”.
15-Discurso 5 de octubre de 2007: Dios realizó el sacrum commercium, el sagrado intercambio, para que nosotros pudiéramos recibir lo que era suyo, ser semejantes a Dios.
16- Encíclica “Spe Salvi” (30-XI-2007): Estar en comunión con Jesucristo nos hace participaren su ser “para todos”(S S 28).
17-Angelus del 16 de diciembre de 2007: Cristo, el Dios-con-nosotros, ha asumido nuestra condición, escogiendo ser en todo como nosotros, excepto en el pecado, para hacer que llegáramos a ser como él.
18-Angelus del 23 de diciembre de 2007: Dios se hizo Hijo del hombre para que nosotros nos convirtiéramos en hijos de Dios.
19-Homilía con ocasión del “Te Deum” el 31 de diciembre de 2007: El Verbo encarnado transforma desde dentro la existencia humana, comunicándonos su ser Hijo del Padre. Se hizo como nosotros para hacernos como él: hijos en el Hijo.
20-Homilía del 13 de enero de 2008: En el bautismo el pequeño ser humano recibe una vida nueva, la vida de la gracia, que lo capacita para entrar en relación personal con el Creador, y esto para siempre, para toda la eternidad.
El Hijo de Dios, que desde la eternidad comparte con el Padre y con el Espíritu Santo la plenitud de la vida, se “sumergió” en nuestra realidad de pecadores para hacernos participar en su misma vida.
21- En el Ángelus del día 17 de febrero de 2008 dijo el Papa Benedicto XVI: Hoy, segundo domingo de Cuaresma, prosiguiendo el camino penitencial, la liturgia, después de habernos presentado el domingo pasado el evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto, nos invita a reflexionar sobre el acontecimiento extraordinario de la Transfiguración en el monte. Considerados juntos, ambos episodios anticipan el misterio pascual: la lucha de Jesús con el tentador preludia el gran duelo final de la Pasión, mientras la luz de su cuerpo transfigurado anticipa la gloria de la Resurrección. Por una parte, vemos a Jesús plenamente hombre, que comparte con nosotros incluso la tentación; por otra, lo contemplamos como Hijo de Dios, que diviniza nuestra humanidad.
22-Audiencia del día 25 de junio de 2008, dedicada a San Máximo el Confesor: Sólo en Dios nos encontramos a nosotros mismos; sólo en él encontramos nuestra totalidad e integridad. Así se ve que el hombre que se encierra en sí mismo no está completo; por el contrario, el hombre que se abre, que sale de sí mismo, es un hombre completo y precisamente en el Hijo de Dios se encuentra a sí mismo, encuentra su verdadera humanidad”. Y siguió diciendo el Papa: El grado máximo de la libertad es el «sí», la conformidad con la voluntad de Dios. El hombre sólo llega a ser realmente él mismo en el «sí»; el hombre sólo llega a estar inmensamente abierto, sólo llega a ser «divino» en la gran apertura del «sí», en la unificación de su voluntad con la voluntad divina. Adán deseaba ser como Dios, es decir, ser completamente libre. Pero el hombre que se encierra en sí mismo no es divino, no es completamente libre; lo es si sale de sí; en el «sí» llega a ser libre. Este es el drama de Getsemaní: no se haga mi voluntad, sino la tuya. Cambiando la voluntad humana por la voluntad divina nace el verdadero hombre; así somos redimidos. Este era, en síntesis, el punto principal del pensamiento de san Máximo y vemos que en él está en juego todo el ser humano; está en juego toda nuestra vida.
23-Catequesis del 22 de octubre de 2008: Cristo es la recapitulación de todo, lo asume todo y nos guía a Dios. Así nos implica en un movimiento de descenso y de ascenso, invitándonos a participar en su humildad, es decir, en su amor al prójimo, para ser así partícipes también de su glorificación, convirtiéndonos con él en hijos en el Hijo. Pidamos al Señor que nos ayude a conformarnos a su humildad, a su amor, para ser así partícipes de su divinización.

24-Meditación Mariana del 23 de noviembre de 2008: El Padre encomendó al Hijo la misión de dar a los hombres la vida eterna, amándolos hasta el supremo sacrificio y, al mismo tiempo, le otorgó el poder de juzgarlos, desde el momento que se hizo Hijo del hombre, sem Sólo en Dios nos encontramos a nosotros mismos; sólo en él encontramos nuestra totalidad e integridad. Así se ve que el hombre que se encierra en sí mismo no está completo; por el contrario, el hombre que se abre, que sale de sí mismo, es un hombre completo y precisamente en el Hijo de Dios se encuentra a sí mismo, encuentra su verdadera humanidad.
Sólo en Dios nos encontramos a nosotros mismos; sólo en él encontramos nuestra totalidad e integridad. Así se ve que el hombre que se encierra en sí mismo no está completo; por el contrario, el hombre que se abre, que sale de sí mismo, es un hombre completo y precisamente en el Hijo de Dios se encuentra a sí mismo, encuentra su verdadera humanidad.
25-Ángelus del 11 de enero de 2009: La persona humana, mediante el Bautismo, es introducida en la relación única y singular de Jesús con el Padre, de manera que las palabras que resonaron desde el cielo sobre el Hijo unigénito llegan a ser verdaderas para todo hombre y toda mujer que renace por el agua y por el Espíritu Santo: Tú eres mi hijo amado”.
26-Homilía en el Bautismo de trece niños el 11 de enero de 2009: Si en este sacramento el recién bautizado se convierte en hijo adoptivo de Dios, objeto de su amor infinito que lo tutela y defiende de las fuerzas oscuras del maligno, es preciso enseñarles a reconocer a Dios como Padre y a relacionarse con él con actitud de hijos. Por tanto, según la tradición cristiana, tal como hacemos hoy, cuando se bautiza a los niños introduciéndolos en la luz de Dios y de sus enseñanzas, no se los fuerza, sino que se les da la riqueza de la vida divina en la que reside la verdadera libertad, que es propia de los hijos de Dios…Queridos padres, queridos padrinos, os saludo a todos con afecto y me uno a vuestra alegría por estos niños que hoy renacen a la vida eterna.
27- En la audiencia del día 6 de mayo de 2009, dedicada a San Juan Damasceno, Benedicto XVI decía que, “a causa de la encarnación, la materia aparece como divinizada, es considerada morada de Dios”. Y concluía su catequesis con estas palabras: “Dios quiere morar en nosotros, quiere renovar la naturaleza también a través de nuestra conversión, quiere hacernos partícipes de su divinidad”.
28-El 14 de mayo de 2009, en la homilía de las Vísperas, en el santuario de la Anunciación de Nazaret, decía el Papa: “El prodigio de la Encarnación sigue desafiándonos a abrir nuestro entendimiento a las posibilidades ilimitadas del poder transformante de Dios, de su amor por nosotros, de su deseo de unirse a nosotros. Aquí el Hijo eterno de Dios se hizo hombre, y así nos capacitó a sus hermanos y hermanas para que compartiéramos su filiación divina. Aquel movimiento de abajamiento de un amor que se despojó de sí mismo hizo posible el movimiento inverso de exaltación con el que nosotros también nos vemos elevados a compartir la vida misma de Dios”.
29-Homilía de la misa de la Solemnidad de la Ascensión, celebrada en Cassino el 24 de mayo de 2009: En el Cristo elevado al cielo el ser humano ha entrado de modo inaudito y nuevo en la intimidad de Dios; el hombre encuentra, ya para siempre, espacio en Dios. El «cielo», la palabra cielo no indica un lugar sobre las estrellas, sino algo mucho más osado y sublime: indica a Cristo mismo, la Persona divina que acoge plenamente y para siempre a la humanidad, Aquel en quien Dios y el hombre están inseparablemente unidos para siempre. El estar el hombre en Dios es el cielo. Y nosotros nos acercamos al cielo, más aún, entramos en el cielo en la medida en que nos acercamos a Jesús y entramos en comunión con él.
30-Benedicto XVI dedicó a Juan Escoto la audiencia del 10 de junio de 2009. En esta ocasión decía el Papa: Así, el reconocimiento adorante y silencioso del Misterio, que desemboca en la comunión unificadora, se revela como el único camino de una relación con la verdad que sea a la vez la más íntima posible y la más escrupulosamente respetuosa de la alteridad. Juan Escoto, utilizando también aquí un vocabulario arraigado en la tradición cristiana de lengua griega, llamó a esta experiencia, a la que tendemos, «theosis» o divinización, con afirmaciones tan atrevidas que en algunos suscitaron sospechas de panteísmo heterodoxo. Por lo demás, se experimenta una fuerte emoción al leer textos como el siguiente, donde, recurriendo a la antigua metáfora de la fusión del hierro, escribe: «Por tanto, del mismo modo que todo el hierro candente se licúa hasta el punto de que parece haber sólo fuego, pero siguen siendo distintas las sustancias de uno y otro, así se debe aceptar que, después del fin de este mundo, toda la naturaleza, tanto la corpórea como la incorpórea, sólo manifiesta a Dios, aunque permanezca íntegra de tal modo que a Dios se le pueda com-prender aunque siga siendo in-comprensible y la criatura misma sea transformada, con maravilla inefable, en Dios» .
31-En la audiencia del día 25 de junio de 2009, dedicada a San Máximo el Confesor, decía el Papa Benedicto XVI: “El grado máximo de la libertad es el «sí», la conformidad con la voluntad de Dios. El hombre sólo llega a ser realmente él mismo en el «sí»; el hombre sólo llega a estar inmensamente abierto, sólo llega a ser «divino» en la gran apertura del «sí», en la unificación de su voluntad con la voluntad divina. Adán deseaba ser como Dios, es decir, ser completamente libre. Pero el hombre que se encierra en sí mismo no es divino, no es completamente libre; lo es si sale de sí; en el «sí» llega a ser libre. Este es el drama de Getsemaní: no se haga mi voluntad, sino la tuya. Cambiando la voluntad humana por la voluntad divina nace el verdadero hombre; así somos redimidos. Este era, en síntesis, el punto principal del pensamiento de san Máximo y vemos que en él está en juego todo el ser humano; está en juego toda nuestra vida”.

32-Encíclica Caritas in Veritate (29 de junio de 2009): El desarrollo conlleva atención a la vida espiritual, tener en cuenta seriamente la experiencia de fe en Dios, de fraternidad espiritual en Cristo, de confianza en la Providencia y en la Misericordia divina, de amor y perdón, de renuncia a uno mismo, de acogida del prójimo, de justicia y de paz. Todo esto es indispensable para transformar los «corazones de piedra» en «corazones de carne» (Ez 36,26), y hacer así la vida terrena más «divina» y por tanto más digna del hombre (nº 79).

33-El día 5 de octubre de 2009, al inicio de los trabajos del Sínodo de los obispos para África, el Papa Benedicto XVI decía: “En nosotros mismos debería realizarse esta unidad de razón y caridad, de fe y caridad. Y así, transformados en la caridad, ser divinizados, como dicen los padres griegos…El hombre debería ser divinizado y, de este modo, realizarse”.
34-En la Audiencia del día 2 de diciembre de 2009, Benedicto XVI habló sobre Guillermo de Saint-Thierry. Haciendo una síntesis de su pensamiento, dijo el Papa: “Guillermo funda este itinerario en una sólida visión del hombre, inspirada en los antiguos Padres griegos –sobre todo Orígenes- , los cuales, con un lenguaje audaz, habían enseñado que la vocación del hombre es llegar a ser como Dios, que lo creó a su imagen y semejanza”.
35-En la Homilía de las primeras Vísperas de la solemnidad de Santa María Madre de Dios, el 31 de diciembre de 2009, decía Benedicto XVI que “con la encarnación del Hijo de Dios, la eternidad entró en el tiempo, y la historia del hombre se abrió al cumplimiento en el absoluto de Dios”. Y se refería al misterio de la Navidad: “Dios se hace hombre y al hombre se le da la inaudita posibilidad de ser hijo de Dios”.
36-Audiencia del 17 de febrero de 2010: “También Jesús, el Señor, quiso compartir libremente con todo hombre la situación de fragilidad, especialmente mediante su muerte en cruz; pero precisamente esta muerte, colmada de su amor al Padre y a la humanidad, fue el camino para la gloriosa resurrección, mediante la cual Cristo se convirtió en fuente de una gracia donada a quienes creen en él y de este modo participan de la misma vida divina. Esta vida que no tendrá fin comienza ya en la fase terrena de nuestra existencia, pero alcanzará su plenitud después de la resurrección de la carne”.
37-El día 18 de febrero de 2010, en la Lectio divina con el clero de la diócesis de Roma, decía Benedicto XVI: San Máximo el Confesor, en su interpretación del Monte de los Olivos, de la angustia expresada precisamente en la oración de Jesús, «no mi voluntad, sino tu voluntad», ha descrito este proceso, que Cristo lleva en sí mismo como verdadero hombre, con la naturaleza, la voluntad humana; en este acto —»no mi voluntad, sino tu voluntad»— Jesús resume todo el proceso de su vida, es decir, de llevar la vida natural humana a la vida divina y, de este modo, transformar al hombre: divinización del hombre y así redención del hombre, porque la voluntad de Dios no es una voluntad tirana, no es una voluntad que está fuera de nuestro ser, sino que es precisamente la voluntad creadora, es precisamente el lugar donde encontramos nuestra verdadera identidad.
Y siguió hablando el Papa: Dios nos ha creado y somos nosotros mismos si actuamos conforme a su voluntad; sólo así entramos en la verdad de nuestro ser y no estamos alienados. Al contrario, la alienación tiene lugar precisamente si nos apartamos de la voluntad de Dios, porque de ese modo nos apartamos del designio de nuestro ser, ya no somos nosotros mismos y caemos en el vacío. En verdad, la obediencia a Dios, es decir, la conformidad, la verdad de nuestro ser, es la verdadera libertad, porque es la divinización. Jesús, llevando el hombre, el ser hombre, en sí mismo y consigo, en la conformidad con Dios, en la perfecta obediencia, es decir, en la perfecta conformación entre las dos voluntades, nos redimió y la redención siempre es este proceso de llevar la voluntad humana a la comunión con la voluntad divina.
38-En la alocución, que pronunció en el Regina caeli del día 16 de mayo de 2010, solemnidad de la Ascensión del Señor, el Papa Benedicto XVI dijo: “El Señor, al

abrirnos el camino del cielo, nos permite saborear ya en esta tierra la vida divina”.
39- “Hemos sido “incorporados” también en el hombre nuevo, en Cristo resucitado, y así la vida de la Resurrección ya está presente en nosotros. Esta incorporación, que se nos da en el bautismo, es incorporación, que da la vida”, decía el Papa el 15 de agosto de 2010, en la Homilía de la solemnidad de la Asunción de María.

40-En el Mensaje para la Cuaresma de 2011 (4 de noviembre de 2010) escribía Benedicto XVI: “El Evangelio de la Transfiguración del Señor pone delante de nuestros ojos la gloria de Cristo, que anticipa la resurrección y que anuncia la divinización del hombre.
41-El día 27 de noviembre de 2010, en la Homilía de las vísperas del inicio del tiempo de adviento, decía Benedicto XVI: “Dios nos ama de modo profundo, total, sin distinciones; nos llama a la amistad con él; nos hace partícipes de una realidad por encima de toda imaginación y de todo pensamiento y palabra: su misma vida divina”.
42-El día 15 de septiembre de 2011 decía a los Prelados de reciente nombremineto: “El don fundamental que estáis llamados a alimentar en los fieles encomendados a vuestro cuidado pastoral es ante todo el de la filiación divina, que es participación de cada uno en la comunión trinitaria. Lo esencial es que llegamos a ser realmente hijos e hijas en el Hijo. El Bautismo, que constituye a los hombres «hijos en el Hijo» y miembros de la Iglesia, es la raíz y la fuente de todos los demás dones carismáticos”.
43-“Del evento cristológico forma parte algo incomprensible, pues incluye –como dicen los Padres de la Iglesia– un sacrum commercium, un intercambio entre Dios y los hombres. Los Padres lo explican del modo siguiente: nosotros no tenemos nada que podríamos dar a Dios; sólo podemos poner ante Él nuestro pecado. Y Él lo acoge, lo asume como propio y nos da a cambio a sí mismo y su gloria. Se trata de un intercambio verdaderamente desigual, que se lleva a cabo en la vida y la pasión de Cristo. Él se hace pecador, toma sobre sí el pecado, asume lo que es nuestro y nos da lo que es suyo. Pero después, en el desarrollo del pensamiento y de la vida a la luz de la fe, se ha ido aclarando que nosotros no le damos sólo el pecado, sino que Él nos ha dado la capacidad; desde lo íntimo nos da la fuerza de darle también algo positivo, nuestro amor, de entregarle la humanidad en sentido positivo. Naturalmente, está claro que únicamente gracias a la generosidad de Dios el hombre, el mendicante que recibe la riqueza divina, puede no obstante dar también algo a Dios; Dios hace que el don nos sea soportable haciéndonos capaces de convertirnos en quienes pueden darle algo” (Discurso en Alemania, 25 de septiembre de 2011).
44-En la Audiencia del 4 de enero de 2012, Benedicto XVI una amplia reflexión sobre el admirabile commercium. Dijo el Papa en esta ocasión:La teología y la espiritualidad de la Navidad usan una expresión para describir este hecho: hablan de admirabile commercium, es decir, de un admirable intercambio entre la divinidad y la humanidad. San Atanasio de Alejandría afirma: «El Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios» (De Incarnatione, 54, 3: pg 25, 192), pero sobre todo con san León Magno y sus célebres homilías sobre la Navidad esta realidad se convierte en objeto de profunda meditación. En efecto, el santo Pontífice, afirma: «Si nosotros recurrimos a la inenarrable condescendencia de la divina misericordia que indujo al Creador de los hombres a hacerse hombre, ella nos elevará a la naturaleza de Aquel que nosotros adoramos en nuestra naturaleza» (Sermón 8 sobre la Navidad: ccl 138, 139). El primer acto de este maravilloso intercambio tiene lugar en la humanidad misma de Cristo. El Verbo asumió nuestra humanidad y, en cambio, la naturaleza humana fue elevada a la dignidad divina. El segundo acto del intercambio consiste en nuestra participación real e íntima en la naturaleza divina del Verbo. Dice san Pablo: «Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción filial» (Ga 4, 4-5). La Navidad es, por lo tanto, la fiesta en la que Dios se hace tan cercano al hombre que comparte su mismo acto de nacer, para revelarle su dignidad más profunda: la de ser hijo de Dios. De este modo, el sueño de la humanidad que comenzó en el Paraíso —quisiéramos ser como Dios— se realiza de forma inesperada no por la grandeza del hombre, que no puede hacerse Dios, sino por la humildad de Dios, que baja y así entra en nosotros en su humildad y nos eleva a la verdadera grandeza de su ser. El concilio Vaticano II dijo al respecto: «Realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado» (Gaudium et spes, 22); de otro modo permanece un enigma: ¿Qué significa esta criatura llamada hombre? Solamente viendo que Dios está con nosotros podemos ver luz para nuestro ser, ser felices de ser hombres y vivir con confianza y alegría. ¿Dónde se hace presente de modo real este maravilloso intercambio, para que se haga presente en nuestra vida y la convierta en una existencia de auténticos hijos de Dios? Se hace muy concreto en la Eucaristía. Cuando participamos en la santa misa presentamos a Dios lo que es nuestro: el pan y el vino, fruto de la tierra, para que él los acepte y los transforme donándonos a sí mismo y haciéndose nuestro alimento, a fin de que recibiendo su Cuerpo y su Sangre participemos en su vida divina.
45-Angelus, 8 de enero de 2012: “Dios se hizo hijo del hombre, para que el hombre llegara a ser hijo de Dios”.
46-Audiencia, 1 de febrero de 2012: Jesús vive su existencia según el centro de su Persona: su ser Hijo de Dios. Su voluntad humana es atraída por el yo del Hijo, que se abandona totalmente al Padre. De este modo, Jesús nos dice que el ser humano sólo alcanza su verdadera altura, sólo llega a ser «divino» conformando su propia voluntad a la voluntad divina; sólo saliendo de sí, sólo en el «sí» a Dios, se realiza el deseo de Adán, de todos nosotros, el deseo de ser completamente libres. Es lo que realiza Jesús en Getsemaní: conformando la voluntad humana a la voluntad divina nace el hombre auténtico, y nosotros somos redimidos.
47-Regina Caeli, 27 de mayo de 2012: Jesús, después de resucitar y subir al cielo, envía a la Iglesia su Espíritu para que cada cristiano pueda participar en su misma vida divina y se convierta en su testigo en el mundo.
48-Homilía, 27 de mayo de 2012: El Espíritu Santo nos guía hacia las alturas de Dios, para que podamos vivir ya en esta tierra el germen de una vida divina que está en nosotros.
49-Audiencia, 5 de diciembre de 2012.-Dios no sólo dice algo, sino que se comunica, nos atrae en la naturaleza divina de tal modo que quedamos implicados en ella, divinizados. Dios revela su gran designio de amor entrando en relación con el hombre, acercándose a él hasta el punto de hacerse, Él mismo, hombre.
50-Audiencia, 9 de enero de 2013.- Dios hizo de su Hijo único un don para nosotros, asumió nuestra humanidad para donarnos su divinidad. Este es el gran don.

CATECISMOS

CATECISMO ROMANO (Publicado por mandato del Papa Pío V, año 1566):
1-Los puntos más importantes que creemos deben explicarse acerca del admirable misterio de la encarnación…son los siguientes:
1) Dios tomó nuestra carne y se hizo hombre.
2) El modo íntimo como se realizó esta encarnación…
3) Por último, Dios quiso hacerse hombre para que nosotros renaciéramos como hijos de Dios (Cap. III, 2).

2-Dios quiso asumir la humilde fragilidad de nuestra carne para levantar a los hombres al más alto grado de dignidad. Es evidente que toda la sublime grandeza concedida a los hombres en la encarnación deriva de este solo hecho: haberse querido hacer hombre el que es verdadero y perfecto Dios (Cap. III, 6).
3-Esta divina gracia une nuestras almas con Dios en un apretado lazo de amor, y por ella –encendidos en ardientes sentimientos de piedad- comienza en nosotros la nueva vida de cristianos: ser partícipes de la divina naturaleza [2Pe l, 4] y llamarnos y ser realmente hijos de Dios [l Jn 3, 1] (Cap. VIII, 3).

CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA (Publicado el 11 de octubre de 1992 por el Papa Juan Pablo II mediante la Const. Apost. “Fidei Depositum”):
l-Por la participación del Espíritu venimos a ser partícipes de la naturaleza divina…Por eso, aquellos en quienes habita el Espíritu están divinizados [San Atanasio ep. Serap. 1,14] (nº 1988).
2-La gracia de Cristo es el don gratuito que Dios nos hace de su vida infundida por el Espíritu Santo en nuestra alma para sanarla del pecado y santificarla: es la gracia santificante o divinizante, recibida en el bautismo. Es en nosotros la fuente de la obra de santificación [Jn 4,14 y 7,38-39] (nº 1999).
3-Las virtudes humanas se arraigan en las virtudes teologales que adaptan las facultades del hombre a la participación de la naturaleza divina [cf 2 P 1, 4]. Las virtudes teologales se refieren directamente a Dios. Disponen a los cristianos a vivir en relación con la Santísima Trinidad. Tienen como origen, motivo, y objeto a Dios Uno y Trino (nº 1812).

COMPENDIO DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATOLICA (Publicado mediante Motu Proprio del Papa Benedicto XVI el 28 de junio de 2005):
l-La gracia es un don gratuito de Dios, por el que nos hace partícipes de su vida trinitaria y capaces de obrar por amor a El. Se llama gracia habitual, santificante o deificante, porque nos santifica y nos diviniza. Es sobrenatural, porque depende enteramente de la iniciativa gratuita de Dios y supera la capacidad de la inteligencia y de las fuerzas del hombre. Escapa, por tanto, a nuestra experiencia (nº 423).

COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL

DOCUMENTO “TEOLOGÍA-CRISTOLOGÍA-ANTROPOLOGÍA” (año 1981)

1-“El Verbo de Dios se ha hecho hombre para que el hombre se hiciera Dios” [Atanasio, oratio de incarnatione Verbi 54, 3]. Este axioma de la soteriología de los Padres, sobre todo de los Padres griegos, se niega en nuestros tiempos por varias razones. Algunos pretenden que la “deificación” es una noción típicamente helenista de salvación que conduce a la fuga de la condición humana y a la negación del hombre. Les parece que la deificación suprime la diferencia entre Dios y el hombre y conduce a la fusión sin distinción. A veces se le opone como un adagio más coherente con nuestra época esta fórmula:”Dios se ha hecho hombre para hacer al hombre más humano”. Ciertamente, las palabras deificatio, zeosis, zeopoiesis, omoiosis Zeo, etc., ofrecen, de suyo, alguna ambigüedad. Por eso, hay que exponer brevemente, en sus líneas fundamentales, el sentido genuino, es decir, cristiano de la “deificación”.
2-De hecho, la filosofía y la religión griegas reconocían un cierto parentesco “natural” entre la mente humana y la divina. Mientras que la revelación bíblica considera claramente al hombre como criatura que tiende a Dios por la contemplación y el amor. La cercanía a Dios no se alcanza tanto por la capacidad intelectual del hombre cuanto por la conversión del corazón, por una obediencia nueva y por la acción moral, las cuales no se realizan sin la gracia de Dios. El hombre llamado puede sólo por la gracia alcanzar lo que Dios es por naturaleza.
3-Deben añadirse los temas propios de la predicación cristiana. El hombre, que ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, es invitado a la comunión de vida con Dios, el cual es el único que puede colmar los deseos más profundos del hombre. La idea de deificación alcanza su culminación en la encarnación de Jesucristo: el Verbo encarnado asume nuestra carne mortal para que nosotros, liberados del pecado y de la muerte, participemos de la vida divina. Por Jesucristo en el Espíritu Santo somos hijos y así también coherederos [cf. Rom 8, 17], “partícipes de la naturaleza divina” [2 Pe l, 4)]. La deificación consiste en esta gracia, que nos libera de la muerte del pecado y nos comunica la misma vida divina: somos hijos e hijas en el Hijo.
4-El sentido verdaderamente cristiano de nuestro adagio se hace más profundo por el misterio de Jesucristo. De la misma manera que la encarnación del Verbo no muda ni disminuye la naturaleza divina, así tampoco la divinidad de Jesucristo muda o disuelve la naturaleza humana, sino que la afirma más y la perfecciona en su condición creatural original. La redención no convierte a la naturaleza humana simplemente en algo divino, son que la eleva según la medida de Jesucristo.
En san Máximo el Confesor, esta idea está también determinada por la experiencia extrema de Jesucristo, es decir, por la pasión y el abandono de Dios: cuanto más profundamente desciende Jesucristo en la participación de miseria humana, tanto más alto asciende el hombre en la participación de la vida divina.
En este sentido, la “deificación” entendida correctamente hace al hombre perfectamente humano: La deificación es la verdadera y última “humanización” del Hombre.

5-La asimilación deificante del hombre no se realiza fuera de la gracia de Jesucristo, la cual se da principalmente por los sacramentos de la Iglesia. Los sacramentos nos unen eficazmente con la gracia deiforme del Salvador, en una forma visible y bajo los símbolos de nuestra vida frágil [Cf. LG 7]. La deificación, además, no se comunica al individuo en cuanto tal, sino como miembros de la comunión de los santos; más aún, en el Espíritu Santo la invitación de la gracia divina se extiende a todo el género humano. Por tanto, los cristianos deben con su vida corroborar y perfeccionar la santificación que recibieron [Cf. LG 39-42]. La deificación se realiza en su plenitud sólo en la visión del Dios trino, que implica la vida bienaventurada en la comunión de los santos.

CARTA ORATIONIS FORMAS (15-10-1989)
14. Para aproximarse a ese misterio de la unión con Dios, que los Padres griegos llamaban divinización del hombre, y para comprender con precisión las modalidades en que se realiza, es preciso ante todo tener presente que el hombre es esencialmente criatura[16] y como tal permanecerá para siempre, de manera que nunca será posible una absorción del yo humano en el Yo divino, ni siquiera en los más altos estados de gracia. Pero se debe reconocer que la persona humana es creada «a imagen y semejanza» de Dios, y el arquetipo de esta imagen es el Hijo de Dios, en el cual y para el cual hemos sido creados (cf. Col 1, 16). Ahora bien, este arquetipo nos descubre el más grande y bello misterio cristiano: el Hijo es desde la eternidad «otro» respecto al Padre, y, sin embargo, en el Espíritu Santo, es «de la misma sustancia»: por consiguiente, el hecho de que haya una alteridad no es un mal, sino más bien el máximo de los bienes. Hay alteridad en Dios mismo, que es una sola naturaleza en tres Personas y hay alteridad entre Dios y la criatura, que son por naturaleza diferentes. Finalmente, en la sagrada eucaristía, como también en los otros sacramentos —y análogamente en sus obras y palabras—, Cristo se nos da a sí mismo y nos hace partícipes de su naturaleza divina[17], sin que destruya nuestra naturaleza creada, de la que él mismo participa con su encarnación.
15. Si se consideran en conjunto estas verdades, se descubre, con gran sorpresa, que en la realidad cristiana se cumplen, por encima de cualquier medida, todas las aspiraciones presentes en la oración de las otras religiones, sin que, como consecuencia, el yo personal y su condición de criatura se anulen y desaparezcan en el mar del Absoluto. «Dios es Amor» (1 Jn 4, 8): esta afirmación profundamente cristiana puede conciliar la unión perfecta con la alteridad entre amante y amado, el eterno intercambio con el eterno diálogo. Dios mismo es este eterno intercambio, y nosotros podemos verdaderamente convertirnos en partícipes de Cristo, como «hijos adoptivos», y gritar con el Hijo en el Espíritu Santo: «Abba, Padre». En este sentido, los Padres tienen toda la razón al hablar de divinización del hombre que, incorporado a Cristo Hijo de Dios por naturaleza, se hace, por su gracia, partícipe de la naturaleza divina, «hijo en el Hijo». El cristiano, al recibir al Espíritu Santo, glorifica al Padre y participa realmente en la vida trinitaria de Dios.

TEOLOGÍA

LOS TEÓLOGOS Y LA DIVINIZACIÓN DEL HOMBRE

En estas páginas se recoge el testimonio de los teólogos. Sus reflexiones nos ayudan a identificar algunos principios fundamentales de la divinización o deificación del hombre.
En la base de la divinización está la participación en la vida divina como consecuencia de nuestra incorporación a Cristo. Participamos de la divinidad en razón de la humanidad de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre verdadero. Él es la vid. Esta participación excluye cualquier tipo de identificación panteísta o igualación con Dios. El concepto de participación es fundamental en el pensamiento agustiniano sobre la gracia. Dios nos deifica “por medio de una cierta participación de semejanza” (Santo Tomás de Aquino).
La divinización es don de Dios, no resultado del esfuerzo humano. Consecuencia de la realidad deiforme, deificante, de la gracia. El conocimiento por fe y amor teologales imprimen en el cristiano una semejanza sobrenatural con Dios: “amando a Dios nos hacemos dioses” (San Agustín).
Esta deificación del hombre no es simplemente moral de mera relación intencional o pseudomística, sino real y entitativa en todo el ser personal (esencial y existencial). Se trata de una transformación absoluta y óntica (Rahner). Tiene consistencia ontológica y dinámica. El don de la vida divina nos transforma realmente.
Nuestra filiación es nuestra divinización: El cristiano es deificado por su participación en la vida de Cristo resucitado, que nos configura con él. Dios diviniza al hombre en su Hijo, conformándolo con él por el don del Espíritu Santo. Nuestra unión con Cristo en la participación de su filiación divina constituye la máxima perfección del hombre (Ladaria). Esta incorporación a Cristo hace que participemos de su vida divina, que es vida filial. Somos hijos en el Hijo. Nuestra filiación es nuestra divinización. Nuestra filiación n es un acto jurídico de Dios, sino creador: nos crea en el orden espiritual. El creyente es constituido hijo. La autocomunicación divina produce efectos divinizantes.
Realidad escatológica: La divinación del hombre no es un hecho puntual. Es un proceso hacia la plenitud escatológica. Realidad ya presente, pero todavía no consumada. La gracia, en razón de su “pulsión escatológica” (Ruiz de la Peña), no es un medio. Es ya el fin incoado: la gracia es la gloria en el exilio, la gloria es la gracia en la casa del Padre (Newman). Los que ven a Dios son, de alguna manera, transformados en Dios: imperfectamente, ahora ya por la fe (como en un espejo); y perfectamente transformados los bienaventurados, porque verán a Dios perfectamente (Santo Tomás de Aquino). El acto de fe divina es participación, ya ahora, en la vida de Dios, que implica la transformación divinizante del creyente.
La estructura sacramental: La gracia de Cristo es gracia de encarnación. Tiene estructura sacramental, pues la naturaleza humana de Cristo, divinizada, es signo eficaz de la autocomunicación de Dios. En el encuentro sacramental con Cristo se realiza la comunión con Dios, que nos santifica y nos diviniza. Así la comunión con Cristo en los sacramentos hace que en Él entremos en comunión con la vida divina. La participación de la naturaleza divina, de la que se nos habla en la 2ª Carta de San Pedro (1, 4) es la participación en la vida de Dios por medio de la gracia que se nos da en los sacramentos, especialmente en del bautismo.

REFLEXIÓN TEOLÓGICA

ALBERTO MAGNO (SAN): En sus obras emplea con frecuencia la palabra “deiformis” para referirse al cristiano.
El alma, divinizada por la gracia, entra en la familia trinitaria (In Io 6, 44).
Así la natividad divina produce el carácter de la virtud divina, por la cual el nacido es llamado hijo de Dios y dios por participación…semejantes a Él; esto es, por participación de la divinidad (In Matth 6, 10).
ALFARO, J.: (II)La Encarnación ( el hacerse hombre el Hijo de Dios, la humanización de lo divino en Cristo) implica la divinización de la Humanidad de Cristo, que queda constituida en la Humanidad del Hijo de Dios…La gracia creada de Cristo (que constituye la divinización de su Humanidad) es la expresión-realización de su gracia increada. Esto quiere decir que la gracia de Cristo, por ser gracia de encarnación, tiene estructura sacramental. En Cristo tiene lugar la unión suprema de lo divino con los humano (bajo la primacía de lo divino), de tal modo que lo divino se manifiesta y obra en lo humano, y lo humano es elevado a signo eficaz de la autocomunicación de Dios (6-7).
Como misión del Hijo de Dios al mundo, la Encarnación proviene en último término del amor del Padre hacia los hombres. La iniciativa salvífica de Dios, que implica la intención de dar al hombre participación en la vida divina, radica en la persona misma del Padre “invisible”, Principio fontal de la vida trinitaria. La comunicación de la vida divina a los hombres debe pasar a través de su Hijo y de su Espíritu (7).
La transformación divinizante del hombre Cristo en su glorificación confiere al Resucitado el poder de enviar a la humanidad el Espíritu Santo, que obra internamente en el corazón del hombre y crea en él una actitud filial para con Dios…Por su Resurrección entra Cristo en la plena comunión de vida con Dios y (por su Espíritu) comunica a los hombres la vida eterna, que Él recibe del Padre (12-13).
La presencia personal de Hijo de Dios comporta la divinización de la naturaleza humana de Cristo, a saber, su elevación a signo supremo, por sí mismo absolutamente eficaz, de la autocomunicación de Dios y de la unión suma posible del hombre con Dios…La presencia del Espíritu Santo comporta la divinización de la comunidad humana, a saber, su elevación a signo eficaz de la gracia de Cristo (19).
(IV) Vana sería la fe, si Cristo no hubiese resucitado realmente (1 Cor 15, 14.17); esto quiere decir que la fe aprehende la muerte y la resurrección de Cristo como reales. La fe vive de la realidad de su objeto, sin esta realidad el acto de fe carece de contenido y se reduce a una actitud puramente subjetiva (109).
El acto de fe divina es en su misma estructura formal una participación supercreatural en la vida de Dios, y por eso implica esencialmente la transformación divinizante del hombre…Por la gracia el hombre es elevado a participar en la vida misma de Dios…El creyente posee ya ahora la vida eterna, que vitalmente tiende a su plenitud escatológica en la unión inmediata con Dios en Cristo (115).
Ya desde ahora el creyente participa en el misterio salvífico de Cristo; pero todavía no ha alcanzad la plenitud de esta participación…Por su misma estructura formal (creer a Dios), la fe tiende a la visión de Dios…por la fe el hombre entra en la intimidad con Dios y comienza a participar en su vida divina (123).
ANSELMO DE CANTORBERY (SAN): En la resurrección, Dios nos hará concorpóreos con su hijo unigénito y convertirá en dioses a los llamados por su nombre. En efecto, está escrito: “Os he dicho, sois dioses e hijos del Altísimo” (De beatitudine coeli 12).
ANTONIO DE PADUA (SAN): La gracia está de pie cuando hace perseverar varonilmente en la penitencia al penitente, para que llene todos sus miembros de muerte, es decir, de mortificación, a fin de que, muerto al pecado, viva para Dios en Cristo Jesús. Entonces se podrá decir de él lo que sigue: caminando por la tierra llegaba al cielo. La gracia llega hasta el cielo, estando sobre la tierra, cuando hace llegar hasta el cielo por su vida celestial al penitente, afincado todavía en este mundo (II 1763).
ARA, A.: (I) Tomás afirma que la criatura deviene realmente no Dios sino como Dios, en virtud de la donación de una forma inteligible que es la misma esencia divina y que permite al beato contemplarla (390). Una segunda lectura posible, pero equivocada, es considerar la deificación limitada al entendimiento (394). La deificación del hombre por la gracia tiene una importancia notable en el pensamiento y en los escritos de Tomás de Aquino (414).
(II) La deificación del hombre en Tomás de Aquino: reconocimiento de textos.- En el corpus tomasiano la idea aparece 135 veces con términos propios y otras 142 de forma equivalente. En total aparece 277 veces, si son tenidas en cuenta sólo aquellas que aparecen “in recto”. El dato estadístico, por tanto, demuestra, fuera de toda duda, que la idea de la deificación del hombre tiene un peso notable en el pensamiento del Doctor communis (321).
De la consulta del Index Thomisticus aparece que, si es verdad que la expresión “conformatio ad Deum” aparece una sola vez y “conformitas ad Deum” 4, la exprsión “similis Deo” aparece 47 veces, “assimilari Deo”, 37; “assimilatio ad Deum”, 53; el sustantivo “deificatio” aparece sólo 6 veces y “deiformitas”, 14; el verbo “deifico”, en todas sus variantes, aparece 52 veces y el adjetivo “deiformis”, 63 (nota 9, página 321)
Se puede decir que para Tomás de Aquino la deificación del hombre tiene lugar en dos estados: la primera, “in statu viae”, la gracia confiere una naturaleza semejante a la angélica; después “in patria”, el lumen gloriae eleva al santo a la “visio Dei per essentiam” (336).
La acción deificante de la gracia tiene efctos reales en primer lugar sobre la esencia específica existente en el individuo (342).
ARGÁRATE, P.: (II) La encarnación es divinizante para el hombre y para el mundo (11). La encarnación tiene por fin la divinización del hombre. Esto es una constante en los Padres griegos. El fin de la encarnación no puede ser sólo ni principalmente la redención, sino la deificación del hombre y el reunir todas las cosas en Cristo (12). La encarnación del Señor diviniza ya al hombre dándole todo el ser que Dios quiso desde el comienzo para él (20). Encarnación que –como hemos mostrado largamente- tiene para los Padres griegos y orientales y para su liturgia, una profunda dimensión transfiguradora y divinizante del mundo (21).
(III) A lo largo de este estudio queremos dilucidar la importancia de la concepción de Máximo el Confesor.
Su Mystagogía es ante todo una ontología eclesial y una eclesiología, inspiradas ellas -como todo su pensamiento- por la unión divinizante del hombre con Dios, en la persona de Jesucristo. La liturgia aparece como el ámbito de ese teandrismo divinizante. En ella se manifiesta plenamente la acción salvífica de Dios, por la cual Dios hace que toda la creación con-spire a la unión consigo.
La iglesia, y su liturgia, aparece como ese locus de divinización del hombre. Sin embargo la piedra de toque de esa divinización es, no podía ser de otro modo, el agape, la caridad de la filanthropiapor el hermano sufriente, en la cual mostramos, desde ya, transfigurados, el rostro del Dios vivo.
(IV) Esta divinización responde al deseo más hondo del hombre. El hombre no se diviniza a sí mismo, sino que es divinizado. El agente de la divinización es siempre Dios. Los Padres van a acentuar, precisamente, esa dimensión trinitaria del proceso de divinización. Esa divinización es una transfiguración, una transformación de lo humano por la penetración de lo divino. Resulta evidente, entonces, que la transfiguración del hombre no implica la destrucción de lo humano. El hombre no deja de ser hombre. Por el contrario, empieza a ser plenamente hombre, un hombre divino, por participación en el torrente de vida trinitaria. Este hombre divinizado es quien obra desde Dios. La divinización es la plenitud de la vida del Espíritu en nosotros. Si bien la divinización es obra de toda la Trinidad, es apropiada especialmente al Espíritu, el santificador (Introducción, 9-14).
La transfiguración operada en el hombre y el cosmos no implica una confusión entre Dios y la criatura, no constituye una identificación, sino que es más bien una gracia y una participación por la gracia en la naturaleza divina. Se trata de alcanzar por gracia lo que Dios es por naturaleza; participar en las propiedades de la divinidad, pero sin jamás obtener la identidad de naturaleza con Dios. Al mismo tiempo se dice que la salvación es la gracia de la divinización. La diferencia que podemos establecer entre ambos conceptos es que salvación tiene un matiz negativo, es siempre un “salvar de”, un rescate de una situación negativa. La divinización tiene, por el contrario, una connotación positiva: es la transfiguración del hombre en Dios. El hombre no es sólo redimido del mal sino que es transformado en imagen del bien, en luz divina. La divinización es la participación del hombre en el ser y obrar de Dios. La divinización es así una verdadera introducción en el misterio trinitario (Hombres ebrios de Dios, 24-38).
Para explicar el paso de la primera a la segunda fase de la divinización, es decir de la divinización de la naturaleza humana de Cristo a la divinización de los individuos, algunos Padres acuden a una determinada concepción filosófica: la comprensión de la naturaleza humana como un todo, genérico, como un hombre genérico, y del cual participarían todos los individuos. Esta doctrina física de la divinización conlleva, sin embargo, ciertos riesgos y no debe ser confundida con la doctrina general de la divinización del hombre. El principal de aquellos riesgos es el de llegar a pensar que en virtud de la divinización de la naturaleza humana de Cristo, esa divinización se prolonga automáticamente a todos los hombres. Será san Máximo el Confesor quien desarrolle todas las implicaciones del misterio cristológico para la divinización. El hombre puede ser divinizado porque Dios se humanizó. El hombre se diviniza tanto, cuanto Dios se humanizó. El hombre divinizado es así el que ha sido transformado, y alcanza el culmen de la libertad por una fijación en el bien. Llega a ser dios e imitador de Dios por esa permanencia en el bien. La divinización del hombre se presenta como un don de toda la Trinidad: viniendo del Padre como de la fuente de todo bien, ella nos es directamente conferida por el Logos, pero en el Espíritu Santo. La divinización es, pues, la irrupción de la Vida trinitaria y su gloria en el mundo y en el hombre. En síntesis somos divinizados por la unión íntima con el Espíritu Santo, que nos une al Hijo de Dios y, a través de Él, al Padre (Fuego trisolar, 61-86).
La Iglesia es el ámbito de divinización del hombre y transfiguración del mundo, esa dynamis transformante alcanza su máxima potencia en la celebración de la Iglesia. La liturgia ritualiza y sacramentaliza el ascenso a Dios: adopción filial, unificación, comunión, semejanza y finalmente, y como englobando todo, la divinización. La Iglesia es la matriz dvinizadora del cosmos. La Iglesia es el gran sacramento, la presencia operante de Dios en el mundo. Todos los sacramentos, y en especial los misterios eucarísticos, se orientan a la divinización del hombre y transfiguración del mundo, la pneumatización de la creación entera, fundada en el Misterio Pascual del Señor. Todo el misterio divinizante de la Iglesia y de sus ritos litúrgicos, así también como todo el ascenso espiritual, culminan en la eucaristía y, más precisamente, en la comunión eucarística. Por el misterio eucarístico, penetra en nosotros el obrar divino y lleva a la perfección nuestra divinización. La celebración que realiza la Iglesia del misterio eucarístico va divinizando al hombre. Por la comunión Dios nos transforma en Sí, en lo que comemos, haciéndonos semejantes a Él. Ella nos hace dioses por gracia y participación, sin que esa divinización disminuya, sin embargo, nuestra naturaleza humana. La divinización es un proceso de divinización en cuanto Dios nos llena todos con su presencia, no dejando nada vacío (El Tálamo, la Iglesia, 122-131).
La divinización es la realización última de la creación. La vida en Cristo tiende a la divinización como fin de todo. La divinización aparece como término y culmen. La divinización aparece como el término de toda la historia de la salvación. De todo esto se sigue que la divinización es, en realidad, una realidad futura, aún cuando esté, de algún modo, incoada en la vida presente. Este carácter futuro de la divinización hace que Máximo (el Confesor) la denomine pascua escatológica (Hombre y mundo saturados por la luz divina, 136-142).
El hombre para responder a esta vocación divinizadora se ve necesitado de la fe, por la cual empieza el proceso divinizador. Un lugar privilegiado en el proceso de divinización se le concede a la obediencia. Así la obediencia en cuanto escucha amorosa del Señor se manifiesta como camino de divinización. La caridad es la dynamis unificante en el misterio de la divinización. Ella hace a Dios descender hacia el hombre; ella hace que el hombre ascienda hacia Dios. La caridad aparece como el medio para alcanzar la divinización, pues es la concentración y plenitud de todos los bienes. Sólo la caridad puede divinizarnos porque, en definitiva, ella no es sino el Nombre de Dios. La compasión hace no que amemos como Dios, sino que amemos con su mismo Corazón. Por la compasión el hombre se vuelve como la luna, que todo lo ilumina por el reflejo en ella de la Luz del Sol de justicia. La divinización requiere un corazón sensible, un corazón que perciba y sienta con los hermanos, especialmente con los que sufren; un corazón que padezca con los que está sumidos en el dolor. El misericordioso “llega a ser dios de aquellos que reciben” esa misericordia (San Máximo el Confesor). No hay imitación mayor del Señor, y por la cual se alcance un grado más alto de divinización, que el dejar que brille en nosotros y en todo su esplendor su corazón compasivo. Nada nos hace más divinos que cuidar del hermano. El hombre divinizado es aquel que manifiesta en sí el Corazón de Dios, la pasión trinitaria: la kénosis de amor. La manifestación suma de la divinización es la de estar dispuestos a dar la vida unos por otros (El Corazón que arde: praxis de la divinización, 160-177).
ARRONIZ, J.M.: Para Ireneo, el hombre no es de sustancia divina, pero queda deificado, al recibir de Dios y hacer suyo el don de la inmortalidad que lo eleva por encima de todo lo que es meramente creado (262). Cuando Ireneo dice que en la consumación el hombre está “dentro de Dios”, “dentro de la luaz de Dios”, “participando de su claridad”, indica que el hombre llega a ser él mismo incorruptible, lúcido, eterno: es decir, espiritual y, en algún modo, de naturaleza divina. La incorruptibilidad es un perfeccionamiento ontológico del hombre, que llega a ser en algún modo Luz conmo Dios mismo (272). La vivificación del ombre corre paralela a un progresivo y ontológico perfeccionamiento, de suerte que la vida se va apoderando más y más del hombre, a medida que se acerca la consumación (276). El hombre persevera eternamente en vida, no porque Dios lo mantenga eternamente en el ser, sino porque Dios lo perfecciona en tal grado que el hombre permanece eternamente porque tiene en sí mismo la fuente de esta permanencia eterna (279).
BALTHASAR (von) H.U.: “Divinización” [más griego] e “incorporación a Cristo” [más latino]…las distinciones entre ambas cosas se esfuman casi completamente: para los griegos la “divinización” tiene como presupuesto irrenunciable la encarnación de Dios, y su prolongación en la eucaristía; por consiguiente, tampoco aquí se llega de otro modo al Padre que –paulina y joánicamente- por el Hijo y en el Espíritu; para los latinos, la incorporación a Cristo es el único camino para llegar a ser partícipes de la vida divina trinitaria; Agustín tampoco rechazará el concepto de divinización (188).
BARZAGHI, G.: El tema de la divinización del hombre es central en la fe cristiana. Por este motivo los padres de la Iglesia lo señalan como una verdad casi indiscutible (40). La divinización del hombre está dentro de dos límites de la presencia de Dios: la presencia de inmensidad y la presencia de gracia (42). Si la gracia es el don que Dios hace de sí mismo al alma del hombre, ocurre que el alma no es el receptor adecuado: esto es, debe ser capaz de recibir la gracia. Pero si la gracia es por esencia la vida divina infinita, el alma humana debe poseer una capacidad infinita. Pero esta capacidad infinita, pasiva y obediencial no es de cualquier manera una capacidad de recibir una acción material y transitiva, porque el alma humana es espiritual y otro tanto se debe decir de Dios y de su obrar, que es también su mismo ser (44).
BELTRAN, M.: Esta participación en lo divino lleva al hombre más allá de los confines de su propia naturaleza, algo caracterizado a veces como un éxtasis por el que trasciende los límites del mundo, pues se trata de la propia participación con lo increado, una unión entre Dios y el hombre que se produce sin confusión ni cambio de esencia. El hombre participa de los atributos divinos sólo por la gracia, de modo que su naturaleza humana no se trasnforma (13).
Y si la naturaleza divina puede hallarse inmanente en la humana sin que haya confusión ni alteración entre ellas, a fortiori en Cristo ambas naturalezas se dan sin que ello comporte dificultad alguna (23).
BIFFI, G.: El verdadero término asignado a la asunción de nuestra humanidad por parte del Unigénito del Padre es la divinización del hombre (33). Desde la eternidad todos los hombres han sido pensados y queridos en Cristo Redentor…Él, antes aun de ser la cabeza de la Iglesia, es la cabeza de todo lo creado (94). La gracia libera al hombre de la opresión sofocante del mal y le permite realizar su índole de “icono de Cristo”, haciéndolo crecer progresivamente en la conexión y en la semejanza con su Salvador. Como se ve, el hombre sin la gracia es “menos hombre”; con la gracia “se humaniza totalmente” (95).
BOFF, L.: La divinización representa el punto culminante de la redención, de la gratuita comunicación de Dios y de la personalización (39). La divinización no es resultado de una dialéctica racional de caminos mistagógicos o de indicaciones rituales. Es don de Dios, quien, con gran amor, se abaja hasta el hombre y lo asume para hacerlo aquello que no es, pero que representa el sumo grado de ser, la divinización (240). El hombre sólo es hombre en la medida en que comulga con alguien distinto a él…Cuanto más se relaciona con el absolutamente Otro, tanto más es él mismo…Por consiguiente la perfecta personalización implica la divinización del hombre. En esta perspectiva comienza a tener nuevamente sentido hablar de participación de la naturaleza divina (243). Para el hombre, participar de Dios es poder tener lo que en Dios es ser: es amar radicalmente, autodonarse permanentemente, comulgar abiertamente con todas las cosas… Cuanto más sale uno de sí mismo, comulga con otro y se da, tanto más se asemeja al ser propio de Dios. Amar es dejar acontecer a Dios en la vida, es divinizarse y permitir que Dios se humanice. Divinizarse no constituye un proceso milagroso, inexperimentable y exterior a nuestra vida. Divinizarse es vivir el amor en la existencia cotidiana (246-247).
BOROS, L.: Sólo la participación sobrenatural (obra de la gracia) en la actividad creadora de Dios hace que el hombre consiga llevar a la plenitud su propia naturaleza…Plena autorrealización es, pues, participación en la actividad creadora de Dios (28-29). Como el ser de Dios es esencialmente idéntico a su acción, el hombre, con cuerpo y alma, y el mundo, recreado por el poder del hombre en virtud de Dios, participan de la esencia divina. En este punto hemos llegado a los límites de la reflexión filosófica sobre el cielo, por cuanto hemos atisbado el misterio de los misterios como fin y contenido del impulso creador del hombre: la divinización de todo (29).
BOULGAKOV, S.: La esencia de la Iglesia es la vida divina revelándose en la vida de las criaturas; es la deificación de la criatura por la fuerza de la Encarnación y de Pentecostés (5).
BRUNO CARTUJANO (1030-1101): Christus, cum Deus sit, deificabit quoque suos (Expositio in Psalmis, 83).
BUENAVENTURA (SAN). : La gracia nos conduce a Dios y actúa de forma que Dios nos posea y que nosotros le poseamos a él, y que así él habite en nosotros (Breviloquium, 1, 5).
La gracia santificante, gratia gratum faciens, nos vuelve deiformes y nos lleva a Dios. Hace que Dios nos posea y que sea poseído por nosotros y de este modo habite en nosotros (Breviloquium, 1, 5).
Esta influencia deiforme (de la gracia), porque es de Dios y según Dios y por Dios, vuelve la imagen de nuestra alma corpórea conforme a la Beatísima Trinidad, no sólo según el orden del origen, sino también según la rectitud de la elección y según la quietud de la fruición (Breviloquium 5, 1).
Nadie posee a Dios, si antes no ha sido poseído por él de una manera especial. Nadie le tiene ni es tenido por él, si no le ama por encima de todo y sin comparación y si él no es el objeto de su amor (Beviloquium, 5, 1).
CABASILAS, NICOLÁS (1322-1398): La vida en Cristo germina ya en este mundo. Aquí tiene sus primicias. Y su consumación en el cielo, cuando lleguemos a aquel día (19). La vida en Cristo no es algo puramente futuro; es ya una realidad presente, que acompaña a los santos que viven y obran conforme a esta vida (27).
¡Que los hombres se divinicen y se hagan hijos de Dios! ¡Que nuestra naturaleza reciba honores divinos y sea elevado el polvo a gloria tan alta, que alcance el honor y condición divina de la Naturaleza Divina misma! ¿Hay acaso alguna otra cosa parecida a ésta? ¿Novedad tan extraordinaria no supera todo? (32).
Pues bien, tal es la obra de la economía dispensada en favor de los hombres: Aquí no comunicó Dios a la naturaleza humana un bien cualquiera, reservándose para Sí lo mejor, sino que infundió en las almas la plenitud de la divinidad y toda la riqueza de su naturaleza (33).
El Salvador, al morir, además de libertarnos, reconciliándonos con el Padre, nos dio el poder de ser Hijos de Dios: y esto lo hace uniendo nuestra naturaleza a la suya, mediante la carne que Él había asumido, y uniendo a cada uno a su propia carne por medio de la virtud de los Misterios (sacramentos). Así hace nacer su propia justicia y su propia vida en nuestras almas (35).
Tal es el precio, la muerte del Salvador, por la que llega a nosotros la verdadera vida. La iniciación en los Misterios (sacramentos) es el medio de hacer afluir esa Vida a nuestras almas: ser lavados por el Bautismo, ungidos con el crisma, y alimentados en la sagrada Mesa. Quienes esto realizan, Cristo habita en ellos, se une a ellos, se entraña en ellos, les borra el pecado, les infunde su vida y fuerza, les hace participar de su Victoria, y -¡oh, bondad!- les corona en el Bautismo y proclama triunfadores en la Cena (43).
En el cielo seremos dioses con Dios (47). Cristo siendo desde la eternidad Dios por naturaleza deificó la humana naturaleza asumida (49). Al quedar deificada nuestra naturaleza humana en el cuerpo salvador, desapareció el vaso que separaba a Dios del hombre (106). Cristo vive entrañado en los que se acercan a los sagrados Misterios (sacramentos), se les entrega (117).
Al encarnarse desciende Dios a la tierra; al asumirnos nos levanta a las alturas. Lo uno es humanizarse, lo otro deificar al hombre (130). Para que los seguidores de Cristo puedan unirse a Él y vivir su misma vide se requiere, por una parte, la obra de la regeneración que Dios obra en ellos y por la que les une a Sí. Pero es además necesario que esta unión se perfeccione por nuestra parte con la práctica de la virtud y los combates gloriosos (151).

CAPÁNAGA, V.: La deificación de los hombres es la obra maestra de Cristo y del Cristianismo, revelada sobre todo en los salmos y en los libros del Nuevo Testamento (746).
La regeneración cristiana infunde una justicia o santidad que es una participación del mismo Dios (474).
El texto del salmo 81, 6: “Ego dixi Dii estis et filii excelsi omnes” le sirve ( a san Agustín) para formular su fe en este misterio y para identificar la filiación adoptiva y la deificación, como también para los Padres Griegos, theopoiein y uiopoiein son la misma cosa (476).
Frecuentemente S.Agustín compara la Encarnación y la justificación. En la Encarnación hay un admirable descenso, pero sin ningún deterioro del ser divino: en la justificación hay un admirable ascenso de la criatura, que tampoco destruye, sino perfecciona y mejora su ser… En ambas hay un intercambio de naturalezas: Dios se hace partícipe de la naturaleza humana, y el hombre se hace partícipe de la naturaleza de Dios (747).
El concepto de participación es fundamental en la doctrina agustiniana de la gracia, y con él se enlazan los de justificación, deificación y filiación adoptiva…No se trata, pues, de una igualación absoluta con Dios, sino de una participación de su ser (748).
La participación de la divinidad en el hombre tiene por fundamento la participación de la humanidad en Jesús, que es la Vid en comunión vital con los sarmientos…He aquí una bella analogía de la deificación, para expresar las relaciones de intimidad entre Cristo y los cristianos, que reciben su vida de Cristo, como los sarmientos de la Vid (749).
Muchas de las fórmulas agustinianas, relativas a la deificación, tienen un alcance escatológico, pues se trata de un proceso temporal que se acaba en la eternidad. Por eso la deificación equivale a inmortalidad (750).
La actuación concreta de estos cambios maravillosos, debidos a la omnipotencia, sabiduría y bondad del Creador, recibe el nombre de participación, concepto que va en la entraña misma de la filosofía agustiniana y en la doctrina de la gracia deificante…Tal participación es analógica, y excluye toda deificación en un sentido panteístico, al estilo de algunos falsos místicos, e incluye más que la participación de semejanza por simple imitación moral, como quieren los semirracionalistas (751).
La divinización de la criatura racional no es un proceso evolutivo de las fuerzas inmanentes en ella, sino una donación gratuita que viene de lo alto. Lo perfecto perfecciona lo imperfecto (752)
El conocimiento por fe imprime una semejanza sobrenatural con Dios…Idéntico efecto produce el amor sobrenatural o infuso. Lo mismo para S. Agustín que para los místicos el amor es asimilativo… “Amando a Dios nos hacemos dioses” [Ser 121, 1] (753).
Resumiendo, concluimos que en la soteriología agustiniana la deificación tiene una importancia considerable. La justicia sobrenatural implica la deificación (754)
CAPDEVILA, V. M.: (III) Tres temas de la patrística oriental (no ajenos a occidente) íntimamente relacionados entre sí y con la divinización del hombre: 1º. La imagen y semejanza de Dios; 2º. La filiación adoptiva, fruto de la encarnación del Logos; 3º. El don del Espíritu Santo (570).
La gracia es a la vez liberación y divinización del hombre…la gracia es siempre divinización del hombre, configura a Jesucristo (589). Los orientales [con relación a la gracia] ponen el acento en la “divinización del hombre”, los occidentales en su “liberación”…la teología oriental de la gracia es optimista…En occidente, san Agustín descubre en la gracia el auxilio divino que lo hace realmente libre (563).
CARBONE, G.: Por una parte está claro que la divinización no significa que la criatura sea absorbida en Dios como la estatua de sal que se disuelve en el agua del mar. Pero de otro lado la divinización no comporta simplemente una liberación de toda forma de alienación y una restitución de la criatura a la propia autonomía, sino que comporta también una elevación, esto es, la comunicación de la vida misma de Dios (193). La dicotomía entre humanización y divinización no es otra cosa que el reflejo del modo de concebir la relación entre creación y redención, entre naturaleza y gracia. La oposición divinización-humanización, deificación-secularización pierde gran parte de su relevancia en la medida en que se toma en serio tres verdades de fe: la inmanencia del Creador en su creación, la prsencia de la shekhinah divina en la historia de la salvación y la función de Cristo en la creación y en la redención (198). La verdad de la divinización del hombre puede ser utilizada como tema unificante y ordenador de la teologóa moral (201). Profundizar en el tema clásico y patrístico de la deificación de la persona humana es particularmente eficaz a fin de superar la fragmentación y la pérdida de unidad en la teología moral y en el saber teológico en general (203).
CERFAUX, L.: (I) La filiación (divina), en sentido paulino, siempre es natural, en el sentido de que no se limita a ser un acto jurídico de Dios, sino que nos crea en el orden espiritual glorificándonos realmente (272).
(II) La resurrección de Cristo ha sido una primera comunicación de esta vida divina…Nuestro ser cristiano es una participación de la vida de Cristo resucitado (266).
La vida del cristiano tiene el mismo origen y la misma naturaleza que la de Cristo resucitado. Es como si la vida, esta vida nueva divina, desbordara de Cristo y se derramara en todos los cristianos para volverlos a crear y renovarlos en su ser…Lo esencial en la relación entre la vida de Cristo y la del cristiano procede de una relación de causalidad: Cristo resucitado es el origen de nuestra vida (269).
“Cristo vive en mi”, simplemente significa: La vida de Cristo (por la eficiencia de la resurrección de Cristo sobre mi) está en mi y constituye mi propia vida (270-271).
Cristo, una vez resucitado con el poder de santificación y de espiritualización, transmite la vida (la vida de la que él es origen, causa eficiente, modelo y depósito) a los cristianos, individual y colectivamente (285).
COLZANI, G.: La relación de Cristo con la criatura no es sólo sanante, no es sólo victoria sobre el pecado, sino que es sobre todo una elevación de la misma a las alturas de la criatura nueva, dándole su misma vida. Este vivir en Cristo es lo que los padres llaman théiosis, divinización. La divinización es el misterio de la presencia y de la actividad de Cristo en nosotros: la comunión con él conduce al hombre a su plenitud (164).
Globalmente hablando la divinización se presenta según dos acentuaciones distintas. La primera contempla un predominio de los tonos escatológicos, llegando a señalarla como una participación en la resurrección de Cristo en virtud de aquel bautismo que nos inserta en la muerte-resurrección del Señor: la participación en la vida divina se describe entonces como una participación en la inmortalidad, en la incorruptibilidad, en la apathéia, es decir, en la situación de vida gloriosa propia del Señor Jesús…La segunda acentuación consiste más bien en el presente de la vida cristiana y vincula la divinización al renacimiento bautismal y a su desarrollo a través de la Palabra, la eucaristía y la ascesis, la oración y la fe, hasta llegar a la unión transformante y hasta la visión de Dios (165).
COMITÉ PARA EL JUBILEO DEL AÑO 2000: La tradición de la Iglesia llama a esta obra santificadora del Espíritu “divinización” o “deificación”… presencia del Espíritu en el hombre se puede llamar también “gracia santificante”, porque si es cierto que los cristianos son “partícipes de la naturaleza divina” [2 Pe 1, 4] esto es posible mediante la santificación del Espíritu [cf. 1 Pe 1, 2] (138).
CONGAR, Y. M. J.: (I) Tenemos que dar todo su impresionante realismo al carácter teologal de esta vida. Es nuestra, enraizada vitalmente en nosotros por dones que son verdaderamente nuestros, pero tiene a Dios mismo por principio y por término. Somos hijos de Dios [1 Jn 3, l-2]. Se trata de una divinización. Dios es Dios no sólo en sí mismo, sino también en nosotros. Y lo es tanto en la tierra como en el cielo. Se comprende que el Espíritu Santo, que es el término de la comunicación de la vida divina intra Deum, sea el principio de esta comunicación de Dios fuera de sí, más allá de sí mismo(587).
Las personas divinas se hacen presentes por medio de los dones de gracia, efecto de las mociones invisibles del Verbo y del Espíritu, como participantes de una comunión espiritual…Cristo y el Espíritu Santo se convierten en la vida de esos fieles… ¿Podemos definir esto como “divinización”?. En la perfecta posesión del cielo, sí. Allí, Dios será “todo en todos” [l Cor 15, 28]…en la tierra, podemos gustar, a lo sumo, las primicias (587).
Los ortodoxos tienen la firme convicción de que la teología latina no expresa una verdadera divinización. Sin embargo, fundada en la doctrina profundísima de las misiones divinas, ve, en la comunicación de gracia, una continuación, en lo creado, de las procesiones eternas… Mediante las misiones del Verbo y del Espíritu, con sus efectos de gracia, Dios –el Dios Trinidad- existe verdaderamente fuera de sí mismo… (588).
(III) Para la antropología antigua, sobre todo la platonizada, el hombre es por naturaleza y por creación imagen de Dios; partícipe propiamente, en orden a la culminación de sí mismo, de las condiciones de la vida divina; ha sido hecho para realizar plenamente la semejanza de Dios (omoiosis to Theó), gozando de las condiciones de la vida divina, la athanasía o inmortalidad. Esto es la divinización, es la entrada en la luz de Dios, la visión de Dios. Así el hombre es en su esencia imagen de Dios, comunicación del ser divino. La naturaleza humana es teófora, hecha esencialmente a imagen de Dios (95-96).
Un tercer elemento determinante de la tradición espiritual oriental: una cierta concepción de la Encarnación redentora como recuperación del proceso de divinización, del que la naturaleza humana guarda una especie de nostalgia…todo lo que el Verbo asume por su venida en carne Él lo salva renovándolo (97).
El Oriente cristiano se inspira principalmente en la tradición platónica; intenta concebir y explicar los seres por una participación de Dios en el orden de la causa formal…Si este punto de vista se aplica a la gracia ésta será concebida como una impresión, una imagen lo más perfecta de Dios…la naturaleza a penas aparecería como una participación imperfecta de Dios, de la que la gracia realiza perfectamente la semejanza (99-100).
El Oriente habla de “deificación”. Se trata de realizar la semejanza con Dios, de llegar a ser “consustancial” con Dios; la realidad de la gracia representa el perfeccionamiento ontológico del hombre que, profundizando y perfeccionando su semejanza nativa y constitutiva con Dios, le comunica las condiciones del ser de Dios. Se trata de una elevación de la ontología humana de una iluminación transformadora del ser mismo de la naturaleza humana (101)…El Occidente habla de bienaventuranza. Se trata de ver a Dios como Él se ve…la gracia es un principio radical de operaciones sobrenaturales; es concebida como participación de la naturaleza divina, es decir, de aquello que en Dios es principio de actos propiamente divinos…A esta doble concepción del término (deificación-semejanza; bienaventuranza-operación) corresponde una doble concepción del hombre: por una parte, una antropología concebida de una manera ontológica y por otra, una antropología pensada desde el punto de vista de la operación (101).
La Iglesia será para el Oriente un medio de operación deificante, por medio de los sacramentos, del culto, por un descenso de la eternidad en el tiempo, de lo invisible en lo visible, de lo increado en lo creado…dándose la tentación de olvidar el carácter militante de la Iglesia (105) La Iglesia es una comunicación y una extensión de la unidad misma de Dios… (131). La Iglesia es como una extensión o manifestación de la Trinidad, el misterio de Dios en la humanidad; la Trinidad y la Iglesia es Dios que viene de Dios y que retorna a Dios llevando consigo y en sí su criatura humana (141).
CORBON, J.: Este poder transformante del río de a Vida que penetra a todo el hombre, persona y naturaleza, la tradición indivisa de la Iglesia lo llama con una palabra maravillosa que resume el misterio de la liturgia vivida: la deificación…Es Jesús quien vino a deificar esta naturaleza humana que Él se ha unido de una vez para siempre…
No hay aquí ninguna pseudomística pancrística, ya que la persona humana permanece la misma, creada y libre, de frente a su Señor y Dios; y no hay tampoco moralismo alguno, otro error que nos acecha, ya que la naturaleza humana participa realmente en la divinidad de su Salvador (215-217).
DE ANGELIS, B.: La divinización, es decir, la filiación que viene por obra del Espíritu, esa por consiguiente prevista desde el momento de la creación y ese objeto mismo de la creación (67). La salvación-deificación es una obra de colaboración entre Dios y el hombre, en la cual la gracia de Dios es el principio activo, sin que la participación del hombre haya de ser entendida en sentido meramente pasivo (71). El proceso de divinización, fundado en la encarnación de Cristo, comienza en el bautismo (75). También la expresión paulina “tengamos el nous de Cristo” es interpretada por Máximo en sentido fuerte, para indicar no solamente el adecuamiento del pensamiento y de la intención a los de Cristo, sino como una real asimilación del nous humano entendido como facultad o “órgasno” del alma, al de Cristo (77).
DE LIBERA, A.: El Libre Espíritu profesaba la deificación sin la gracia (Conclio de Vienne VI, 6, Hefele-Leclerc, pág. 682); distinguiendo los incipientes, los proficientes y los perfecti, afirmaba que una vez llegados a término los perfectos eran deificicados y debían convertirse en objeto de un culto de adoración. Reservaba, sobre todo, la deificación a ciertos elegidos. Para Eckhart, por el contrario, todo hombre debe convertirse en Hijo de Dios…Si la deificación desempeña un papel capital en Eckhart y sus discípulos, Cristo sigue siendo para ellos el único camino posible (20).
Por “deificación” o “justificación”, los místicos renanos entienden la inhabitación de la Trinidad entera en el alma del justo (23).
La justificación y la deificación son presentadas, a menudo, por Eckhart como resultantes del nacimiento del Hijo en el alma asegurando la “penetración” (durchbruch) del alma en Dios (146).
DIADOCO DE FOTICE (+468): Pues el Dios glorioso no se hizo hombre para engañar a la imaginación de su criatura, sino, por la participación en nuestra naturaleza, para destrozar definitivamente la inclinación al mal, sembrada por la serpiente. La “posición” y no la naturaleza es la que ha cambiado la encarnación del Logos para que nos desacostumbremos a recordar el mal y atraigamos el amor de Dios, hemos sido transformados no en algo que no éramos, sino renovados gloriosamente en lo que fuimos una vez (Ascens. VI)
DÍAZ LORITE, F. J.: Pues al comer [la eucaristía] es Él el que nos convierte en suyos y, por tanto, nos hace partícipes de Él mismo y de su divinidad, no por naturaleza como Él es, sino por participación (272).
Esta unión [con Cristo en la eucaristía] es tan fuerte que la única comparación posible es la unión que existe entre el Padre y el Hijo…así al estar unidos a Cristo participamos, también por gracia, de su naturaleza divina, por lo cual llegamos al culmen de lo humano, a ser dioses por participación. Esto significa que al recibir a Cristo en la eucaristía comenzamos a vivir la vida eterna, pues aquella no será sino la consumación de esta vida de gracia (273).
En esta comunión con el Dios trino y uno es donde llegamos al cumplimiento definitivo de lo que estábamos destinados: a ser semejables a la imagen del Hijo (277).
DOCKX, S. I.: El Hijo es el autor de la adopción como causa formal ejemplar. Como hijos de Dios por adopción tenemos una cierta semejanza con el Hijo de Dios por naturaleza. Esta semejanza permite atribuir la adopción, por apropiación, al Verbo (Capítulo primero: la filiación adoptiva). Capítulo II: La deificación en general (párrafo 1): Esta presencia de Dios en nosotros constituye la comunicación de la naturaleza divina. La deificación en el estado de bienaventuranza (párrafo 2). Capítulo III: la fuente de nuestra deificación en este mundo. Capítulo IV: el conocimiento amoroso de Dios. Capítulo V: nuestra deificación y las relaciones trinitarias. Capítulo VI: nuestra filiación sobrenatural: nuestra unión a Dios por la gracia es una semejanza de la naturaleza divina.
DUNS ESCOTO, J. (1265-1308): El alma se hace deiforme gracias a la especial inhabitación de Dios, como el carbón se convierte en fuego, igniforme, mediante el fuego que está presente en él (Ord. II, d.26, q.un., n.16).
La gracia es la participación en la vida divina (Ord. III, d.13, q.4, n. 14
DURRWELL, F. X.: (I) En suma, la resurrección de los muertos tiene su fuente allí donde la creación y la divinización del hombre empiezan: en el misterio del Hijo (98).
(II)Dios crea a los hombres a su imagen; quiere divinizarlos, pero en su Hijo, en la receptividad. El intento luciferino, en donde el hombre tiende a divinizarse fuera de la sumisión a Dios, es una perversión de la naturaleza humana (34).
(III) Es verdad que san Pablo utiliza una palabra (huiothêsia) que, en el lenguaje profano, expresa la adopción filial. Pero lo entiende en su sentido etimológico: el fiel es realmente constituido hijo. Cuando Dios hace del hombre un hijo, no actúa jurídicamente, sino divinamente, es decir, como creador. En su humanidad, Jesús no es un hijo adoptivo y su resurrección es un engendramiento muy verdadero. También es real el engendramiento de los que resucitan junto con Cristo: “El nos ha regenerado…por la resurrección de Jesús de entre los muertos” [1 Pe 1, 3]; “nos ha engendrado con un germen incorruptible” [1 Pe 1, 23], mediante la participación en la “naturaleza divina” [2 Pe 1, 4]. El que nace de este modo es hijo de Dios más aún que de sus padres… Los fieles son hijos de Dios, porque son “uno en Cristo Jesús”, formando con él una unidad personal [Gál 3, 28]. Son uno no porque constituyan una persona colectiva; no existe persona colectiva. Son hijos de Dios y están unidos entre sí en virtud de la persona de Cristo en la que han sido asumidos de alguna manera. Cristo constituye la personalidad profunda de cada uno, filializa a cada uno, lo une a sí mismo en la unidad de su persona…Por tanto el fiel está cristificado, está personalizado por Cristo, está divinamente filializado (81-82).
EMERY, G.: (I) La filiación consiste en la participación de la vida divina que confieren la gracia y más tarde la gloria, en virtud de una conformación con el Hijo por el don del Espíritu Santo (292). Esta participación en la que consiste la filiación adoptiva es una “divinización” o “deificación” (296).
La gracia santificante y sus dones de sabiduría y de amor son necesarios para que se dé “proporción” entre el hombre y las personas divinas, es decir, para elevar la naturaleza humana y el obrar humano a fin de hacer al hombre capaz de llegara Dios [ es la divinización] (542-543).
ESCOTO ERIÚGENA, J. (810-870): «Por tanto, del mismo modo que todo el hierro candente se licúa hasta el punto de que parece haber sólo fuego, pero siguen siendo distintas las sustancias de uno y otro, así se debe aceptar que, después del fin de este mundo, toda la naturaleza, tanto la corpórea como la incorpórea, sólo manifiesta a Dios, aunque permanezca íntegra de tal modo que a Dios se le pueda com-prender aunque siga siendo in-comprensible y la criatura misma sea transformada, con maravilla inefable, en Dios» (V, PL 122, col. 451 b).
Quema el Padre, quema el Hijo, quema el Espíritu Santo, porque a la vez nuestros delitos son consumidos y a nosotros, como un holocausto por THEISIN (esto es, la deificación), nos atraen a su unidad (PP, IV, 743A).
EVAGRIO PÓNTICO (+399): La oración es la más divina de todas las virtudes (Tractatus de Oratione, 150).
FARRUGIA, E.: Deificación o divinización representa la antropología del oriente cristiano desde el tiempo de los padres hasta el día de hoy…“Deificación” es una expresión típica forjada por los padres griegos para expresar el objeto central del hombre en esta vida (236).
El pensamiento de Rahner representa la tentativa de traducir el mensaje de la deificación en clave moderna. Según él, los términos del AT y del NT convergen en el tema de la “participación de la naturaleza divina”. Gracias a la iniciativa divina, el hombre llega a ser “partner de Dios” (241).
Desde esta perspectiva Rahner no duda en llamar a la historia del mundo una “historia de deificación” y de “pneumatización” (espiritualización) del mundo (242).
Entre Dios y el hombre existe, al menos como ideal que se va realizando en la historia, una unidad-en-la-distinción. Lo cual representa para Rahner el modo de expresar la teología patrística del hombre como imagen y semejanza de Dios. Se trata propiamente de la historia de Dios en el mundo, pero dejando espacio a la libertad del hombre (242).
Dios se da a sí mismo: da su vida para que sea participada. Por eso, Rahner uiliza el término “Selbst-mitteilung”, la autocomunicación de Dios al hombre en la revelación y en la gracia. Dios se comunica libremente, y también la respuesta del hombre, de aceptación o de rechazo, es libre (242).
El intento prográmatico de esta apertura al pensamiento oriental aparece en un documento inédito que Rahner escribió durante la segunda guerra mundial: “La teología oriental siempre tiene algo que decir: naturalmente, también viceversa. La teología oriental da un estímulo nuevo a pensadores como Tomás, Petavio, Scheeben. La teología oriental de la resurrección y transfiguración…de la transformación también del universo entero por medio de la gracia posee una cualidad que puede impulsar actualmente también nuestra teología occidental” (243).
En el Curso Fundamental sobre la Fe (1976) como en otros escritos suyos (de Rahner) la categoría de la autocomunicación de Dios viene descrita como “perdonante y deificante” (243).
FERNÁNDEZ JIMÉNEZ, F.M.: Otra característica de la divinización es que a ella están llamados todos los hombres, aunque los caminos para llegar a ella sean distintos (106).
Un hecho importante, en este camino hacia la divinización, es el que Dios dé al hombre el verdadero conocimiento…En efacto sólo conociendo a Dios, el ser humano podrá amarlo y, de este modo, buscar únicamente su gloria, uniéndose a él (107).
FLICK, M.-ALZEGHY, Z.: Los textos litúrgicos que hemos citado demuestran que la doctrina de la participación de la naturaleza divina forma parte del magisterio ordinario de la Iglesia (559).
Para comprender plenamente el peso del testimonio patrístico sobre la deificación, hay que observar que los padres no se limitan a repetir las palabras de la Biblia sobre la “participación de la naturaleza divina”, sino que interpretan esta doctrina de manera diferente, por medio de una terminología muy extendida en la filosofía religiosa helenística (557-558).
Si los padres desafían el peligro de los malentendidos (panteísmo) y no dudan en usar esta terminología para expresar la doctrina revelada, ello quiere decir que juzgaban insuficiente toda explicación puramente moral y metafórica de la participación de la naturaleza divina (558).
La Iglesia no ha definido nunca la participación del justo de la divina naturaleza. Pero la revelación afirma explícitamente esta doctrina, y la Iglesia la enseña como parte integrante de la fe: Por consiguiente, es de fe divina y católica la realidad de esta participación (562).
FORTE, B.: Mientras que Oriente se mantendrá en una contemplación teológica más vinculada a la vivencia espiritual y litúrgica, profundizando en la idea de la “deificación del hombre”. Occidente dirigirá su atención especialmente a las dimensiones antropológicas de la gracia (191).
A través de ellos (los sacramentos) la gracia se hace presente en el tiempo como prenda y anticipación de la eternidad; en este sentido la liturgia revela de forma muy densa cómo la gracia no es más que la gloria en el tiempo de la peregrinación, y la gloria no es más que la gracia en el cumplimiento de la patria. “Grace is glory in exil, glory is grace at home” [J. H. Newman]” (267).
FRANSEN, P.: La doctrina que entiende la gracia como divinización alcanzó su punto culminante precisamente durante las duras controversias cristológicas y pneumatológicas (615).
La doctrina oriental sobre la gracia se puede resumir en el concepto de apocatástasis, con el que se indica el restablecimiento de la humanidad caída operado por Cristo y realizada en nuestras almas por el Espíritu Santo (616).
FROMM, E.: La afirmación más fundamental de la Biblia sobre la naturaleza del hombre es que éste ha sido hecho a imagen de Dios (61). El hombre no es Dios, pero si adquiere las cualidades de Dios, no está por debajo de Dios, sino que anda con Dios (63). ¿De qué modo trata el hombre de imitar las acciones de Dios? Practicando los mandamientosde Dios, su ley…Esta imitación de Dios mediante el obrar del modo que obra Dios significa hacerse más y más semejante a Dios, significa al mismo tiempo conocer a Dios (64). Lo que hemos descrito hasta aquí representa la línea principal del pensamiento bíblico y rabínico: el hombre puede hacerse como Dios, pero no puede hacerse Dios (65).
GALINDO RODRIGO, J. A.: En cuanto a la equivalencia significativa de la participación de la divina naturaleza y la divinización, creo que es patente. En ningún caso puede pensarse la participación sin la divinización y viceversa. Más aún, ambos conceptos se incluyen recíprocamente. Y se identifican (211).
La divinización es una intensificación y plenificación de la justificación. Pero evidentemente no es lo mismo divinizar que justificar…No obstante ambas, la justificación y la divinización, van inseparablemente unidas; porque ambas son dimensiones de una misma realidad que es la gracia (213).
La deificación no es una mera relación intencional entre el hombre y Dios desprovista de consistencia ontológica, cualquiera que sea la forma que se le dé. Sino que es necesario que la divinización sea también entitativa (215-216).
La divinización se realiza en todo el ser personal del hombre. Este ser personal tiene dos dimensiones: el estático-esencial…y el dinámico-existencial…La divinización se realiza en ambos; aunque su centro de gravitación es el ser personal-esencial…El ser personal-esencial, ya establecida la divinización del hombre, genera y determina la continua divinización del ser existencial (222-223).
Pero el bien comunicado al hombre es el amor, que es el ser de Dios, según la Escritura. Así la divinización se constituye en la transición de lo ontológico (bien) a lo personal (amor). Nada hay en la gracia más óntico que la “participación de la naturaleza divina”…la divinización sería el núcleo y la síntesis de la gracia (382).
GARCIA DE HARO, R.: Para revelar el misterio de nuestra nueva relación con Dios, la Sagrada Escritura habla de la filiación divina…siendo hijos de Dios, llegamos a ser un hombre nuevo, una nueva criatura, hasta el punto de no ser extrraños, sino familiares de Dios…Por este nuevo nacimiento llegamos a ser hermanos de Cristo…La filiación divina del cristiano se revela así estrechamente ligada al misterio de la Trnidad: es el modo en que se realiza nuestra participación en la vida íntima de Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo (396).
Nosotros somos dioses por participación: S. Tomás resalta que es todo el ser creado el que es elevado, y no solamente ayudado en su obrar: “la gracia antes está en la esencia que en las potencias”, así se llega a deber hablar de nueva creación o recreación…La correspondencia entre el misterio de la divinización y la participación metafísica, continúa también en realación a la dialéctica del Uno y el múltiple: la criatura en gracia es divinizada, no totalmente, sino participativamente; y por esto somos muchos dioses por participación y un solo Dios (397).
El nuevo ser de la divinización debe estar constantemente sostenido por Dios, en conformidad con el realismo ontológico de la nueva creación: “la gracia es causada en el hombre por la presencia de la divinidad” (S. Th. III, q.7 a 13 ac.)…La filiación adoptiva es una semejanza participada de la Filiación divina natural (398).
La participación en la Filiación natural del Verbo –en la cual consiste nuestra filiación adoptiva- …debe ser relación con el Padre, pero una realación participada de la relación perfecta, única y subsistente. (400).
Somos hijos del Padre en el Hijo por el Espíritu Santo, radicalmente transformados y regenerados en lo profundo de nuestro ser -y por tanto, en toda nuestra persona, naturaleza, potencias y operaciones-; verdaderamente deificados, vivamos en la luminosidad del misterio de la Santísima Trinidad (401).
GARRIGOU-LAGRANGE, R.: La gracia nos asimila también inmediatamente a Dios como tal, en su vida íntima; es una participación formal analógica de la Deidad tal como es en sí…la gracia santificante es una semejanza analógica de Dios en tanto que Dios o de su Deidad, de su vida íntima, que no es naturalmente participable ni naturalmente cognoscible de forma positiva (475).
La palabra deificar [utilizada por Santo Tomás] demuestra que la gracia es una participación de la naturaleza divina, no solamente según la razón del ser o de la inteligencia, sino según la razón propia e íntima de la Deidad (476).
Desde toda la eternidad el Padre tiene un Hijo, al que le comunica toda su naturaleza, un Hijo igual a Él, al que le da ser Dios de Dios… y, por pura bondad, gratuitamente ha querido tener en el tiempo otros hijos, hijos adoptivos, según una filiación no solamente moral (por declaración exterior), sino real, íntima (por la producción de la gracia santificante, efecto del amor activo de Dios por nosotros). Él nos ha amado con un amor no sólo creador y conservador, sino vivificador, que nos hace participar de su vida íntima, de la visión inmediata que Él tiene de sí mismo y que comunica a su Hijo y al Espíritu Santo (478).
La gracia santificante nos hace hijos de Dios por una semejanza analógica y participada de la filiación eterna del Verbo…es, por tanto, en nosotros una participación de la Deidad tal como es en sí…tal como la ven los bienaventurados…el justo tiene una vida no solamente intelectual, sino deiforme, divina, teologal, deificada(479).
La gracia es un accidente finito (un hábito entitativo, recibido en la esencia del alma), la fe es un hábito operativo recibido en nuestra inteligencia, la caridad un hábito operativo, recibido en la voluntad. Todo esto es verdad en razón del sujeto que lo recibe; pero estos hábitos son una participación formal de la vida íntima de Dios; de otra forma, no nos dispondrían a verla tal cual es en sí, por una visión inmediata que tendrá el mismo objeto formal (quod et quo) que la visión increada que el Dios uno en Tres Personas tiene de sí mismo (480).
La gracia santificante es una participación formal analógica de la Deidad tal cual es en sí (482).
GELABERT, M.: (I) En el centro de la paradigmática historia del primer pecado aparece esta dimensión de autoafirmación: “seréis como dioses, conocedores del bien y del mal” [Gén 3, 5]. Adán se pone en lugar de Dios, pretende ser dueño único de su destino, tomarse a sí mismo por medida y disponer de sí mismo a su talante, negándose a depender del que lo ha creado. Entiéndase bien: la gravedad del asunto no está tanto en querer ser como dioses, cuanto en quererlo ser en la desobediencia a Dios. Pues el hombre, creado a imagen de Dios, fue llamado a compartir la vida divina…Apoyándose en la propia finitud no puede sacierse el deseo infinito del hombre. La llamada a compartir la vida divina no puede lograse desde la ruptura, la autonomía y el enfrentamiento. Pues Dios es Amor en la Comunión, y la divinización humana siempre es algo recibido, que no puede alegarse en contra del dador…El hombre, llamado a la divinización, pero criatura limitada, no puede divinizarse por sí mismo, sino por gracia. En suma, el pecado no está en pretender ser como Dios, sino en pretenderlo al maregen de Dios (163-164).
En esta comunicación Dios sigue siendo Dios, el misterio absoluto, la realidad sin medida. Y, sin embargo, viene al hombre, comunica su ser…Y el hombre, sin dejar de ser hombre, sin quedar anulado en su finitud, se diviniza, su área vital queda elevada a nivel sobrenatural por la vida divina. Esta divinización, lejos de anular al hombre, le personaliza, le permite alcanzar su verdadra statura, su auténtica dimensión humana. Dios es más Dios que nunca cuando viene al hombrey el hombre es más hombre que nunca cuando recibe a Dios (226).
GILLET, R.: La misión del hombre es, pues, divinizar el cosmos sensible, sirviendo de intermediario entre el cosmos y Dios (76). El hombre contribuye a dirigir hacia Dios toda la creación (77).
Liberar al hombre de la muerte y deificarle es, según Gregorio de Nisa, la misión del Salvador…La encarnación reconcilia a toda la creación con Dios (79).
El hombre divinizador cósmico, se ha visto, con la encarnación, relevado en esta función por Cristo. Relevado e infinitamente sobrepasado, pues la unión personal con el Verbo, privilegio exclusivo de la humanidad de Cristo, ha extendido su fuerza y sus consecuencias a todas las criaturas racionales. Relevado, pero no reemplazado, pues Cristo para cumplir su misión se ha hecho hombre. Esta es la razón de que podamos decir, según el pensamiento de Gregorio de Nisa, que el hombre, como Cristo, tiene poderes divinos (83).
GONZALEA-AYESTA, C.: Me ineresó, por tanto, desarrollar el estudio de los dones (del Espíritu Santo) desde la perspectiva de la inhabitación como divinización del cristiano (12). La inhabitación de las personas divinas en el hombre se da por las misiones invisibles del Hijo y el Espíritu Santo. Así se opera la divinización del hombre…Santo Tomás se refiere a la radical divinización dl hombre que posee al Dios trino como su fin-felicidad, su bienaventuranza (199).
GRANADOS GARCÍA, L.: “Os he dicho sois dioses, todos vosotros, hijos del Altísimo” [Sal 81, 6]. El tema patrístico de la divinización adquiere en el Confesor una fuerza y síntesis incomparable. A partir de una profunda reflexión metafísica, la imagen bíblica supera la mera metáfora sin caer por ello en una disolución en lo divino. Se trata de una verdadera divinización que, como veremos, es, al mismo tiempo, completa humanización (106).
Jesucristo no sólo posibilita la divinización del hombre, sino que, en cuanto Logos Creador, se presenta como su modelo. Esto no supone una mera reproducción exterior y contingente de sus obras, sino más bien una semejanza interior (129-130).
Como ya vimos la misión divinizadora de Cristo es característica de su sacerdocio. Ahora podemos precisar que esta consiste en una nueva generación [gennomenon] según el modelo de su obediencia al Padre: la divinización consiste en un nuevo nacimiento que nos hace connaturales [symphitoi] con Cristo. De este modo, la nueva plasmación de la imagen, consiste en formar “imágenes vivas de Cristo” [zosas eikonas Xristou] en aquellos que siguen su misma vida: iconos del ágape (131).
La divinización, por ello, consiste en la cristificación. Al igual que en Cristo, supondrá un camino de crecimiento en las virtudes y en la gnosis, y el don del Espíritu que disponiéndolo interiormente posibilitará la acción humana en concordia con la voluntad del Padre (132).
La ausencia de pecado en Cristo implica una diferencia fundamental con la divinización del justo, pues en Él no es necesaria la purificación del mal y de las pasiones contrarias al logos. Por otra arte, la perfección de la libertad de Cristo supoen que no sólo no comete pecado sino que no puede pecar…Esta impecabilidad, presente en Él desde el inicio será para el justo el punto de llegada de su divinización (133).
Así pues, en unidad y diferencia respecto a Cristo, la divinización del justo es plena, sin por ello quedar disuelto en lo divino. Se trata de una renovación en el tropos, no en el logos. La naturaleza humana permanece idéntica pero recibe un nuevo modo divino que no es mera restauración de un estado anterior. En virtud de la encarnación del Logos divino, la dignidad humana es enriquecida de una forma nueva. Redimida del pecado que la alejó de Dios, recibe, además, la salvación, es deci, la divinización a imagen de Cristo (134).
Al igual que Cristo, el hombre debe avanzar desde la imagen hacia la semejanza divina através de las virtudes y la gnosis. A diferencia de Cristo, tal camino incluye la purificación de las pasiones contrarias a la naturaleza, que han roto la armonía interior del hombre (135).
La divinización sólo es posible desde la primacía absoluta de Dios, por su sola fuerza. Esto no niega la colaboración humana [sinergia], sino que aclara que “no hay más que un recurso para aniquilar los males: Dios”, y que sólo a partir de este pilar puede darse una verdadera sinergia (136).
El Espíritu actúa en las potencias naturales llevándolas a su perfección, de modo que éstas, lejos de ser eclipsadas, se convieten en operadoras de divinización…Por tanto, la divinización consiste en la acción divina [del Espíritu] de una persona humana (139).
De este modo, el fundamento de esta sinergia divinizadora se halla en la encarnación. El camino que el Espíritu recorre en nosotros es semejante al del Logos en la humanidad de Cristo, que aprendió a ser hijo a través de su obediencia. Esto es posible porque el mismo Espíritu Santo es el Espíritu de Cristo (140).
Al hacer suyo el obrar divino, las acciones del justo se convierten en manifestación de la presencia de Dios en el mundo. Se produce una unidad en la operación entre Dios y los que son dignos y, más aún, una cieta encarnación de Dios en el justo (148).
El fruto de la divinización es, pues, la plena libertad obtenida por la impecabilidad. La libertad limitada y siempre en camino durante la vida del justo alcanzará su perfección en el cielo, donde la impecabilidad será absoluta…La impecabilidad del justo, como un querer y rechazar lo mismo que Dios, es posible sólo en virtud de la acción redentora de Cristo. La acción humana de la persona divina del Hijo abre el camino de la divinización del hombre…La plenitud de la divinización consiste en la acción divina de una persona humana, es decir, en la acción del justo con un tropos divino, queriendo y rechazando todo y sólo aquello que el Padre quiere y rechaza (151).
La divinización es una gracia divina que se recibe humanamente, pues el Espíritu no actúa sin el hombre, sin sus capacidades naturales: la necesaria colaboración del hombre con Dios [sinergia] supone su docilidad, a imagen de Cristo, el “ungido” por el Paráclito. Así, el mismo Espíritu que camina en Jesús por las virtudes, diviniza lacarne del justo haciéndolo partícipe de Cristo.Los dones del Paráclito, acciones del Espíritu de Cristo, realizan la divinización, es decir, esculpen en el hombre la imagen de Cristo (154).
GROSS, J.: Que el cristiano viva una vida divinizada es una verdad universalmente admitida desde el siglo IV: y no como una verdad puramente especulativa y abstracta, sino como una convicción profunda, una idea-fuerza, que fue tal vez el resorte más poderoso de la época (344).
GROSSI, V.: En la Iglesia ortodoxa griega la divinización en Cristo es la base soteriológica de la mística o unión con Dios. El hombre, en otras palabras, en Cristo es incorporado en la divinidad [la divinización] (322).
En realidad el hombre de Agustín es aquel de la visión paulina, que, sometido al pecado, gime por la redención. Por tanto, la primera acentuación gravita no tanto sobre el hombre que se diviniza cuanto sobre el hombre liberado del mal y adoptado como hijo de Dios. El término “redención” llega ser con él la palabra clave de la teología occidental y, por tanto, su teología constituye un todo de antropología y soteriología. Él, por tanto, trata prevalentemente el aspecto medicinal de la gracia (negado por los pelagianos), la gratia sanans, pero trata también de los frutos de la gracia, que deifica el alma haciéndola partícipe de su naturaleza divina y, por eso mismo, hija adoptiva de Dios. En otras palabras, la deificación se identifica en él con la filiación adoptiva. Agustín por tanto desarrolla la divinización del hombre sobre todo en relación a la comprnsión del misterio de la encarnación, que nos establece en la filiación adoptiva (323-324).
Agustín desarrolló la divinización del hombre sobre todo en relación a la comprensión del misterio de la encarnación, que fundamenta la filiación adoptiva del hombre, también –respecto a los griegos que hacen palanca en la Theopoiesis o divinización y hablan por ello siempre de elevación, de glorificación del hombre- insiste sobre la liberación del mal operado por la gracia, dado que este dato era negado por los pelagianos (335).

GUILLERMO DE SAINT-THIERRY (1075-1148): Hay otra semejanza con Dios, que ya no se llama semejanza, sino unidad de espíritu, cuando el hombre llega a ser uno con Dios, un espíritu, no sólo por la unidad de un idéntico querer, sino por no ser capaz de querer otra cosa. De esta manera, el hombre merece llegar a ser no Dios, sino lo que Dios es: el hombre se convierte por gracia en lo que Dios es por naturaleza.
HONORIO DE AUTUN (1090-1152): La causa de la encarnación de Cristo ha sido la predestinación de la deificación humana. Desde la eternidad, en efecto, estaba predestinado por Dios que el hombre sería divinizado (Liber octo quaestionum, q. 2, PL 172. 1187).
ISAAC DE STELLA (1100-1169): El Hijo de Dios es el primogénito entre muchos hermanos, y, siendo por naturaleza único, atrajo hacia sí muchos por la gracia para que fuesen uno solo con él. Pues da poder para ser hijos de Dios a cuantos lo reciben (Sermón 51).
ISAAC EL SIRIO (640-700)
Déjate conducir por la compasión, que cuando ella se encuentra en tu corazón, es en ti el icono de de la santa belleza, a la semejanza de la cual has sido creado. El carácter universal de la compasión, aun sin que haya necesidad de la mediación del tiempo, da al alma el comulgar con la divinidad, en la unidad del esplendor de la gloria (Discurso 1).
JEREMIAS, J.: Si Dios es el padre, los discípulos son sus hijos…Ser hijos de Dios, a los ojos de Jesús, no es don de la creación, sino don escatológico de la salvación. Tan sólo el que pertenece al reino, puede llamar Abba a Dios, ya desde ahora tiene a Dios como padre, ya desde ahora está en la condición de hijo. La condición de hijos, que los discípulos poseen, es participación en la filiación de Jesús. Es anticipación de la consumación (213-214).
JOURNET, CH.: La gracia de Cristo es una gracia filial…Por el hecho de extenderse de Cristo a su Iglesia no cambia de naturaleza la gracia santificante. Lo mismo en uno que en otro caso es una participación de la naturaleza divina (80-81).
JUAN DE AVILA (San): Pues así como mi Padre está en mí, y, por estar Él en mí, la vida que yo vivo es en todo semejante a la de mi Padre, que es vida de Dios, así aquel en que yo estuviere por medio de este sacramento [eucaristía], la vida suya será semejante a la mía, y así no vivirá ya como hombre, sino como Dios (Meditación del beneficio que nos hizo el Señor en el sacramento de la Eucaristía: II, 759).
El que comulga llega a “ser participante del mismo Dios” (Meditación del beneficio…: II, 760).
Llegamos a ser un espíritu con Él y a ser Dios por participación (Sermón 18, 10: III, 233).
Siendo el manjar tú, los conviertes en ti, y siendo tú verdadero Dios, haces a ellos dioses por participación (Sermón 56,18: III, 755).
El hombre con Dios es como Dios y sin Dios es grandísimo tonto y loco (Carta 2, 19-20: IV 15).
Debéis perseverar en vuestro ejercicio [amar a Dios], porque si no perseveráis, no vendréis a gozar de la corona y el paraíso que vienen a alcanzar los aprovechados en este santo amor, aun acá en la tierra (Carta 26, 195-198: IV, 164).
¿Dónde más alto se puede subir que en amar a Jesucristo, que la amó y lavó con su sangre y se da a sí mismo al que lo ama y de hombre la torna en Dios? (Carta 43, 46-48, IV, 223).
JUAN DE LA CRUZ (San): Este aspirar del aire es una habilidad que el alma dice que le dará Dios allí en la comunicación de el Espíritu Santo, el cual, a manera de aspirar, con aquella su aspiración divina muy subidamente levanta el alma y la informa y habilita para que ella aspire en Dios la misma aspiración de amor que el Padre aspira en el Hijo y el Hijo en el Padre, que es el mismo Espíritu Santo que a ella la aspira en el Padre y el Hijo en la dicha transformación para unirla consigo. Porque no sería verdadera y total transformación si no se transformase el alma en las tres Personas de la Santísima Trinidad en revelado y manifiesto grado. Y esta tal aspiración de el Espíritu Santo en el alma con que Dios la transforma en sí… (891).
De donde las almas esos mismos bienes poseen por participación que Él por naturaleza; por lo cual verdaderamente son dioses por participación, igual y compañeros suyos de Dios…El alma participará al mismo Dios, que será obrando en Él acompañadamente con Él la obra de la Santísima Trinidad de la manera que habemos dicho, por causa de la unión sustancial [y por amor] entre el alma y Dio (893).
Y finalmente, todos los movimientos y operaciones e inclinaciones que antes el alma tenía del principio y fuerza de su vida natural, ya en esta unión son trocados en movimientos divinos…De manera que…la sustancia de esta alma –aunque no es sustancia de Dios, porque no puede sustancialmente convertirse en Él, pero estando unida como está aquí con Él y [asimismo] absorta en Él es Dios por participación de Dios (965-966).
KÜNG, H.: La divinización del hombre que no se entiende como identificación panteísta con la divinidad, sino como participación ontológica y dinámica Dios (56l).
El problema actual no es tanto la divinización del hombre cuanto su humanización…Si esta interpretación ha de tener sentido para el hombre actual, sólo lo logrará en tanto en cuanto diga algo para la humanización del hombre (562).
LADARIA, L. F.: (II) La filiación divina es una participación de aquella relación única e irrepetible que Jesús tiene con el Padre. No es posible por tanto vivirla sin la comunión con Jesús (149). La presencia de Dios mismo en nosotros es el fundamento de nuestra divinización. Sólo si el Espíritu está en nosotros podemos participar realmente en el misterio de la vida divina…La divinización es precisamente un tema de primera magnitud en la teología patrística, que se ha de ver en íntima relación con la filiación divina y con la vocación a la imagen y semejanza divinas. La divinización está en relación con la regeneración bautismal, con la nueva situación que el hombre vive por la fe en Jesús, el Hijo encarnado. Es, en efecto, el misterio de la encarnación el que está en la base de esta teología: la finalidad de la encarnación es, precisamente, la divinización del hombre (151).
(III) La resurrección y la glorificación de Cristo, que significan su perfección en cuanto a la naturaleza humana asumida, son la causa de nuestra plenitud…La salvación y la plenitud del ser humano son la participación en la gloria de Cristo, la que posee en la humanidad que ha asumido en su encarnación y de la cual no se ha desprendido ni nunca se desprenderá (14).
Jesús el Hijo de Dios nos hace hijos de Dios en él. Sólo así participamos en la vida del Dios uno y trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esta es la única vocación divina de todo hombre (15).
El Nuevo Testamento nos presenta en muchas ocasiones la salvación como la participación en la vida de la humanidad glorificada de Jesús…El contenido de nuestra salvación se liga por tanto esencialmente a la plenitud de la vida divina que Jesús recibe en su humanidad (143).
(IV) Nuestra unión al Hijo en la participación de su filiación divina es, pues, la perfección máxima a que el hombre puede aspirar…El hombre es así el ser llamado a la comunión con Dios, a la participación en su vida en Cristo. Por ello no han vacilado los Padres en hablar de la divinización del hombre…La unión de Jesús con todos nosotros por el hecho de haber asumido nuestra naturaleza, que permite después la comunicación a todos de su vida de resucitado, es la base de nuestra participación en su relación con el Padre…Somos hechos partícipes por gracia de la filiación que él posee por naturaleza (151-153)…Sólo Dios Padre es en rigor el sujeto activo de nuestra adopción filial, el que, por la obra de su Hijo y del Espíritu, nos hace hijos suyos; no somos hijos del Hijo, ni tampoco, propiamente hablando, de toda la Trinidad (255)…El Hijo es, según santo Tomás, la causa ejemplar de la adopción. Nuestra filiación depende de la suya (257). …Jesús asumiendo la naturaleza humana, se ha unido con todos nosotros; ha compartido nuestra condición para que nosotros pudiéramos compartir la suya. Este intercambio es el único que nos permite hablar de condición filial y de divinización. La humanidad de Jesús es plenamente divinizada en la resurrección. La divinización del hombre no puede concebirse sino como la incorporación a la humanidad divinizada de Jesús…es aconsejable dar a la noción de filiación una cierta primacía sobre la de divinización (274)…La divinización solo es posible por la acción del propio Dios…La transformación interior del hombre, su “divinización”, no acontece sin la cooperación de la libertad humana, movida por la gracia misma (275)…La transformación divinizadora del hombre no se da de una vez para siempre…hay una santificación continuada del hombre, un constante don divino en virtud del cual nosotros podemos ser gratos a Dios (276).
(V) La divinización significa adopción filial, participación en la filiación divina de Jesús por el don del Espíritu. La divinización del hombre [cf. 2 Pe 1, 4] no puede considerarse más que en relación con la filiación, más aún, solamente a la luz de ésta es bien entendida. Podemos ser divinizados en la medida en que participamos de la condición filial de Jesús…Nuestra divinización no tiene sentido sin la filiación, de la misma manera que, de modo todavía más radical, no podemos separar la divinidad de Cristo de su filiación divina (29-30).

LARCHET, JC.: VII. Análisis y justificación de la concepción de San Máximo el Confesor: La divinización está por encima de la naturaleza (563). La capacidad de operar la divinización no está en la naturaleza humana (564). La divinización, por tanto, no puede proceder más que de una operación sobrenatural de Dios. Dicho de otra forma, no puede ser sino un don de Dios, efecto de su gracia (566). El hombre divinizado permanece plenamente humano (573). Conserva, por tanto sus facultades umanas (574). La energía natural del hombre no es suprimida, sino conservada (576). La libertad humana es salvaguardada (578).
VIII. El hombre llega a ser verdaderamente dios, permaneciendo plenamente hombre: Las leyes y los límites de la naturaleza son abolidos por el hombre divinizado, que es elevado por encima de la naturaleza y de su propia naturaleza (582). En el hombre divinizado se produce una transformación que afecta a su naturaleza (587). El hombre que llega a ser dios no es divinizado por naturaleza, no se convierte en Dios por esencia, no deja de ser un hombre (589).
IX. El hombre llega ser dios según la gracia: según la gracia y por participación (600).
XI. La divinización del hombre implica una comunión personal con Dios (612).
XII. El hombre divinizado guarda su identidad personal (614).
XIII. La divinización del hombre va pareja con su adopción filial (616).
XV. El hombre es divinizado completamente: alma y cuerpo (638).
LEBRETON, J.: Si los cristianos son hijos de Dios, se debe ello al hecho de que han sido incorporados al Hijo único y de que participan de su vida…La filiación divina de Jesucristo es la fuente de la que brota la filiación de los cristianos (249).
LISON: (II) La divinización, o deificación, se encuentra en el corazón del designio de Dios, es su don supremo, es la salvación y la vocación más profunda del ser humano. Según una fórmula frecuentemente evocada, que remonta a Atanasio, Dios se hizo sarcoforo –portador de una carne- para que nosotros nos hiciéramos pneumatóforos –portadores del Espíritu- . Esta convicción de la tradición patrística ha permanecido, hasta nuestros días, como el gran ideal de la Ortodoxia. En este sentido, la divinización está en la “cumbre de la teología ortodoxa” (61).
Gregorio Palamás, monje del Monte Athos, posteriormente arzobispo de Tesalónica, y muerto en 1359…goza de un gran prestigio en la tradición oriental. Su autoridad, aunque no exclusiva, es más o menso análoga a la que occidente reconocía en Tomás de Aquino. En este sentido, el pensamiento de Gregorio Palamás representa también “una cúspide de la teología ortodoxa” (61-62).
La salvación consiste en ver la luz tabórica que emanaba del cuerpo glorioso de Cristo. El último designio de Dios es que esta gracia increada del Espíritu, del cual el Hijo es guardían, pueda al fin divinizar al ser humano, cuerpo y alma, por completo, y transfigurar así toda la creación (66).
El conflicto palamitano no se desarrollaba, por tanto, al nivel de la abstracción conceptual. El Hesicasta percibía muy bien que la salvación estaba en juego. Según él, la gracia divina no podría divinizarnos si ella estuviera separada de su fuente increada. He aquí por qué Gregorio Palamás reprocha sin cesar a sus adversarios el hecho de rebajar al Espíritu al rango de una criatura. La gracia, energía o luz divina, brota necesariamente de la vida común de las tres hipóstasis divinas, aun si ella es distinta de esta fuente. En otras palabras, la gran intuición de Gregorio Palamás es que la Trinidad de Dios se comunica realmente. Sin descubrir, no obstante, su trascendencia inaccesible, es decir, su Santidad –que absorbería a la criatura- , Dios se da, se exterioriza, hace brotar fuera de sí mismo su propia vida para que ella envuelva al ser humano y restaure su naturaleza (66).
Esta doctrina palamitana muestra aquí, sin duda, una debilidad. Pues no encontramos muchos rasgos de una dimensión comunitaria de la comunión con Dios. Esta se reduce, en la obra de Palamás, a un lazo individual de cada creyente con las energías del Espíritu. El teólogo de la doctrina hesicasta concede así muy poca importancia a la koinonía fraternal, a la Iglesia en tanto que es Cuerpo de Cristo…En esta perspectiva, el papel de la Iglesia consistía en sustraer a los fieles de las trivialidades terrestres para establecerlos en el camino de la divinización (66).
Aquellos a quienes la energía increada deifica no serán nunca idénticos a Dios, pues la esencia divina permanecerá siempre totalmente inaccesible. El palamitanismo no cede nunca al panteísmo (67).
El elemento ético entra aquí en juego, pues las energías increadas no actúan como irradiación propia de la luz física. Son una efusión personal de Dios. El Espíritu no puede actuar en los bautizados si no cooperan a su presencia. Gregorio Palamás insiste, de vez en cuando, sobre esta sinergia indispensable de los creyentes y de la gracia. Explica, por ejemplo, que el Espíritu, presente en todas partes, no puede actuar más que allí donde encuentra una materia conveniente, como el fuego tiene necesidad de combustible para manifestarse. Él advierte, en otra parte, que el Espíritu no se da más que a aquellos que son dignos en proporción a su pureza, su fe y su amor ((67).
La cooperación exigida a los creyentes consiste únicamente en volverse disponibles a la presencia deificante del Espíritu…Este es el papel de la ascesis…lavida ascética no se orienta a mortificar el cuerpo para extirpar las pasiones, sino más bien a hacer que el alma y el cuerpo participen de la gracia (68).
La oración juega, evidentemente, un papel esencial en esta elevación hacia Dios. Sabemos cómo el movimiento hesicasta cultiva la oración del corazón (68).
En el pensamiento de Palmás esta unión transfiguradora implica la adopción de los bautizados que los convierte en coherederos de Cristo, los regenera y los une -krathenai- a la luz de Dios. Implica igualmente la habitación de la gracia del Espíritu y, por ella, toda la Trinidad hasta la parte más profunda del cuerpo de los creyentes, que es el corazón. He aquí por qué, según Palamás, el esfuerzo de su oración consiste en hacer entrar su intelecto –la parte más excelente de su alma- en sí mismo, para encontrarse precisamente con su corazón, en donde la luz trinitaria resplandece siempre como antaño sobre el Tabor. La transfiguración que se produce al término de toda esta búsqueda es la divinización (69).
Desde aquí abajo, los bautizados pueden hacer la experiencia sensible –aisthesis- de la gracia. Esta produce, en el corazón de quienes la reciben, alegría, calidez, lágrimas gozosas. El alma tranquila saborea –geio, geisis- ya entonces los bienes futuros y el corazón es invadido por la certeza –pleroforia- de su salvación (69).
Una mirada superficial podría hacer creer que el alma sola es así divinizada. Pero Gregorio Palmás no considera, de ninguna manera, la elevación del alma como una evasión del cuerpo. La antropología palamitana es resueltamente monista. Todo lo que afecta al alma marca también al cuerpo que le está unido…Sea lo que sea, es por la mediación del alma que el Espíritu transforma el cuerpo…Bajo el efecto de a luz divina los cuerpo perderán su materialidad, se harán sutiles, spirituales. Esta transfiguración integral del cuerpo y del alma, completará el designio de Dios. El ser humano será devuelto plenamente a la vida de Dios, de la cual la falta de Adán lo había alejado (69).

LOPEZ DE MENESES, P.U.:
SECCIÓN SEGUNDA: Capítulo II: La “theosis” en la teología de Juan Escoto Eriúgena: Para Escoto, creación y deificación son dos caras de un único esquema de lo real. Dios crea para la deificación (134). La deificación era para Escoto el estadio final de nuestro ser en Cristo. Totus deificatus, el hombre completamente deificado, tendrá lugar con la resurrección de la carne, cuando se cumpla el designio total de la Voluntad divina. Mientras, en la historia, la deificación es siempre una realidad incoada sin más, donde sólo la Eucarisía representa un adelanto de la plena santidad (139). Capítulo III: La teología monástica de la unión con Dios: Si hubiera que resumir con un adagio el ideal monástico de la divinización, acudiríamos sin lugar a dudas a la reiterada expresión medieval: “Deus ex natura, deus ex gratia”: el hombre puede ser por la gracia lo que Dios es por naturaleza (145). Según los autores monásticos, la deificación cristiana se relaciona estrechamente con el deseo interior y personal de crecimiento en la vida de unión con Dios. Esta realidad spiritual se interpreta teológicamente, como ya había ocurrido en la patrística, a partir de la doctrina platónica de la semejanza con Dios. Transformado por la gracia, el cristiano llega a ser semejante a Dios (145). La deificación patrística desemboca en la teología del siglo XII a través de un doble cauce: la tradición occidental de la gracia, orientada básicamente por la teología agustiniana, y la teología de Oriente, representada entre otros por Máximo el Confesor, Pseudo Dionisio y Gregorio de Nisa (146).El interés de Guillermo y Bernardo por relacionar la divinización con las relaciones intratrinitarias nos recuerda el camino abierto por S. Agustín en la tradición de Occidente. Es una de las notas principales de la doctrina medieval de la deificación, y ha de caracterizar igualmente la mística especulativa de la Edad Media (169). Capítulo V: Las doctrinas de Eckhart y Ruusbroec sobre el entendimiento y el amor deificantes, a pesar de las diferencias de matiz, entroncan con la gran tradición “mística-ontológica” de la theosis (225).
SECCIÓN TERCERA: Capítulo I: Christus in fide adest, la teología de la “thosis” en Lutero: Comentando el pasaje de S. Juan [1 Jn 3, 2] sobre el renacimiento de los bautizados a la condición de hijos de Dios, Lutero aprovecha para explicar la meta del hombre como una unión y semejanza plena con Dios, es decir, en términos de “deificación” (243). En el pensamiento de Lutero, como había ocurrido anteriormente en la tradición patrística y medieval, el amor sobrenatural del cristiano es presentado con tal capacidad de transformación que quien posee la caridad se hace uno con Dios, hasta el puno de asemejarse entonces con la divinidad, no sólo en el plano moral sino también en el entitativo, lo cual quiere decir que se diviniza ontológica y verdaderamente (254). El amor, según lo entiende Lutero, posee en sí la capacidad de unir un ser pecador, como es el hombre por naturaleza, con la pureza perfecta que es Dios (259). A los ojos de Lutero, la deificación equivale a una salida el ser del hombre y el traslado al ser divino (261).
SECCIÓN CUARTA: Capítulo II: Gracias a la teología de Scheeben, las ideas renovadoras sobre la presencia del Espíritu en el hombre se unen a la gran tradición de las misiones trinitarias, de manera que la doctrina de la deificación adquiere un panorama más amplio y de mayor profundidad especulativa (367). En la teología de Scheeben, la divinización del hombre tiene lugar en la transmisión de la sustancia divina que realiza el Espíritu deificante por medio de su presencia esencial (369-370). Capítulo III: La deificación no consiste en una transformación de la naturaleza humana, que continúa marcada por la realidad del pecado, sino que es el agraciamiento divino por el que el hombre, en correspondencia con la elevación propia de la Encarnación, se encuentra asumido en una nueva posibilidad de hacer realidad en su vida el misterio de la comunión con Dios por el don del Espíritu (390). La antropología cristiana posterior a los humanismos ateos ha procurado expresar el misterio de la deificación de tal manera que se evite tanto el riesgo de individualismo, teniendo en cuenta la dimensión social del hombre, como el del ontologismo, prestando atención a la historicidad del ser humano (394). La deificación en la mística de Teilhard: El punto de partida de Teilhard se encuentra ampliamente afianzado en la doctrina oriental de la deificación. La orientación final del hombre y del mundo responde a la promesa de deificación final, presente en el designio inicial de Dios y en el proceso de evolución histórica (398). La Encarnación ocupa para Teilhard el primer puesto en el misterio de Cristo porque significa la “entrada de Dios” en la materia para transformarla, para conducirla a la divinización definitiva (399).
LORDA, J.L.: (II) Esa divinización no es una metáfora, sino una participación real en la vida trinitaria. El hombre es introducido en la comunión de las personas divinas. Mientras estemos en este mundo, es un don parcial de Dios, que se hatrá pleno en la vida eterna, con la contemplación directa de Dios. Esta divinización acabará transfigurando también el cuerpo, como cuerpo glorioso, a semejanza de Jesucristo (408).
Siguiendo a Gregorio Palamas (S. XIV), la tradición ortodoxa entiende que esta divinización es causada por una acción divina o, en griego, “energía” divina, a la que llaman gracia o gloria (409).
Desde el principio, la predicación cristiana coincide con el sentir griego en que el ser humano está emparentado con lo divino [Hch 17,29]. Pero, además, el cristianismo aporta una relación nueva con Dios por la acción del Espíritu Santo. La doctrina de la divinización es desarrollada principalmente por la teología alejandrina…También los escritores latinos, sobre todo Tertuliano, hablan de la deificatio, inspirándose en Ireneo (410).
Los Padres desarrollan diversos argumentos para entender cómo se produce la divinización: 1) En primer lugar, el Espíritu nos diviniza porque nos proporciona un principio de inmortalidad, ya que nos va a resucitar, como se ha mostrado en Jesucristo. Es el argumento más antiguo. 2) Nos divinizamos también por la contemplación de Dios. 3) Pero el argumento más importante y el más teológico es el “admirable intercambio con Cristo”. Cristo es Dios y hombre, ha unido la humanidad a su divinidad. Los cristianos uniéndonos sacramentalmente a su humanidad, participamos de su divinidad, por una identificación, qe se produce en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía. 4) Además, nos divinizamos on las obras de la caridad, al cumplir los mandamientos y los consejos que Jesucristo dio en su Sermón de la Montaña (411-413).
(III) Al recibir el Espíritu Santo, somos identificados con Cristo e introducidos en la vida divina. Esto causa un efecto transformador en el hombre, como se manifiesta en la vida de los santos. En cierto modo es “divinizado”. Este tema es desarrollado casi unánimemente por la patrística griega y hoy es un patrimonio vivo de las Iglesias orientales. Forma parte muy principal de su enseñanza. En ella concentran la antropología, lo que la fe cristiana pude decir acerca del hombre, y lo relacionan con la experiencia ascética y mística (99).
Desde el principio, la predicación cristiana coincide con el sentir griego en el que el ser humano está emparentado con los divino [Hch 17, 29] y que esto se manifiesta especialmente en las funciones de su espíritu [inteligencia] y en las características de su alma [espiritualidad]…El proceso de salvación del hombre se puede expresar con una teología de la imagen: la semejanza fue dada por Dios, se perdió por el pecado, y se recupera por la salvación en Cristo. La semejanza que se desarrolla por la acción del Espíritu Santo es la divinización (100). Los Padres griegos afirman que la divinización a la que, por influencia platónica, aspiraba la cultura griega, se realiza eminentemente en el cristianismo. Por eso, la doctrina de la divinización resume el misterio cristiano y, al mismo tiempo, sirve como argumento apologético ante la cultura griega (100-101).
Los Padres desarrollan diversos argumentos para entender cómo se produce la divinización. En primer lugar, el Espíritu nos diviniza porque nos proporciona un principio de inmortalidad, ya que nos va a resucitar, como se ha demostrado en Jesucristo…Nos divinizamos también por la contemplación de Dios…Además está la identificación sacramental que se produce en la Eucaristía…Poe úlktimo, nos divinizamos con las obras de caridad (101-103).
La patrística griega piensa la transformación del cristiano como una divinización, usando metáforas que tienen una expresión litúrgica…La divinización es un gran tema espiritual que conecta con secretas aspiraciones del alma humana (120).
LOSSKY, V.: (I) “Dios se hace hombre a fin de que el hombre pudiera llegar a ser dios”. Estas potentes palabras que encontramos por primera vez en san Ireneo vuelven a aparecer en la pluma de san Atanasio, de san Gregorio Nacianceno, de san Gregorio de Nisa. Los Padres y los teólogos ortodoxos las repetirán siglo tras sglo, con la misma insistencia, queriendo expresar en esta frase lapidaria, la esencia misma del cristianismo: un descenso inefable de Dios hasta los últimos límites de nuestra debilidad humana, hasta la muerte, descenso de Dios que abre a los hombres un camino de ascensión, los horizontes sin límites de la unión de los seres creados con la Divinidad. El camino de descenso [katábasis] de la persona divina de Cristo, hace a la persona humana capaz de un ascenso [anábasis] en el Espíritu Santo. Era necesario que tuviera lugar la humillación voluntaria, la kénosis redentora, del Hijo de Dios, para que el hombre caído pudiera alcanzar su vocación de Theosis, la deificación del ser creado, por la gracia increada. Así la obra redentora de Cristo o sobre todo, de una manera más general, la Encarnación del Verbo, aparece aquí puesta en realción directa con el fin último de las criaturas, a saber la unión con Dios. Si esta unión es realizada en la Persona Divina del Hijo, Dios se hace hombre, se sigue que ella se realice en cada persona humana, se sigue que cada uno de nosotros, a su vez, llega a ser dios por la gracia o “participando de la naturaleza divina”, según la expresión de san Pedro [2, P 1, 4] (95-96).
El misterio de Pentecostés es tan importante como el de la Redención. La obra redentora de Cristo es condición indispensable de la obra deificadora del Espíritu Santo…El Hijo se hace semejante a nosotros por la encarnación; nosotros nos hacemos semejantes a él por la deificación, en cuanto partícipes de la divinidad en el Espíritu Santo, que la comunica a cada persona humana en particular (107).
(II) Según el pensamiento de Evagrio Póntico desarrollado por san Máximo, conocer el misterio de la Trinidad en su plenitud es entrar en la unión perfecta con Dios, alcanzar la deificación del ser humano, es decir, entrar en la vida divina, en la vida misma de la Santísima Trinidad, hacerse “partícipes de la naturaleza divina” (51).
Sólo Dios puede devolver a los hombres la posibilidad de la deificación, liberándolos al mismo tiempo de la muerte y del cautiverio del pecado. Lo que el hombre debía alcanzar elevándose hacia Dios, lo lleva a cabo Dios descendiendo hacia el hombre (101).
Para san Máximo, la encarnación [sarkosis] y la deificación [theosis] se corresponden y se implican mutuamente. Dios desciende al universo, se hace hombre, y el hombre se eleva hacia la plenitud divina, se hace dios, porque esa unión de las dos naturalezas, divina y humana, ha sido determinada en el Consejo eterno de Dios, porque es el fin último para el cual el mundo ha sido creado de la nada (101).
La deificación, la theosis de las criaturas se realizará en su plenitud en el siglo futuro, después de la resurrección de los muertos. Sin embargo, desde aquí abajo, es preciso que esa unión deificante se efectúe cada vez más, cambiando la naturaleza corruptible y corrupta y adaptándola a la vida eterna. Si bien Dios nos ha dado en la Iglesia todas las condiciones objetivas, todos los medias para alcanzar ese fin, es necesario que produzcamos, por nuestra parte, las condiciones subjetivas necesarias, pues la unión se realiza en la synergeia, en una cooperación del hombre con Dios. Este lado subjetivo de la unión con Dios constituye la vía de la unión que es la vida cristiana (146).
LOT-BORODINE, M.: (VII) La deificación es coparticipación por medio de la gracia, por tanto un modo de conocer y de ser. En efecto, en la antigüedad el conocimiento es asimilación del sujeto al objeto: conocer es ser. Porque conocer y amar a Dios son un todo, ambos en un último análisis quieren decir llegar a ser Dios; o bien, dada la heterogeneidad de la esencia, llegar a ser “semejante a Dios”. Pero sólo Dios hace conocer a Dios; él sólo, en un carisma supremo, don sustancial del Espíritu, actualiza la latente semejanza deiforme del alma humana (139).

MATEO SECO, L.F.: La divinización del hombre es ante todo relación filial al Padre (453). Nuestra adopción filial tiene lugar por la unión real con Cristo por obra del Espíritu Santo. Esta unión implica, a su vez, una transformación del hombre tan alta que los Santos Padres la califican sencillamente con el nombre de theosis y deificatio (453).
La divinización del hombre tiene como centro nuestra unión con Cristo y, en consecuencia, es esencialmente referencia filial al Padre. En Cristo tiene lugar la divinización del hombre, incluida la incorruptibilidad que recibe en la resurrección de los cuerpos (457).
La deificación se realiza, pues, por el Espíritu que une a los hombres con el Verbo y por medio del Verbo con el Padre (460).
El hombre ha sido llamado en Cristo a la unión con la divinidad. Para que esta unión pudiera tener lugar, el Verbo le imprimió al hombre y a su misma naturaleza una semejanza y un parentesco tal con la divinidad que lo empujase hacia arriba provocando en él el deseo de lo divino (465).
MAUSBACH, J.: En los griegos la gracia es una maravillosa elevación, glorificación, divinización del hombre: en Agustín es sanación, liberación, reconciliación del hombre enfermo, esclavo, alejado de Dios (37-38).
MEYENDORFF, J. (III): Para expresar esa concepción “geocéntrica” del hombre –tan parecida a los intentos actuales de elaborar una “antropología teocéntrica”- , los teólogos bizantinos se sirvieron de los conceptos de la filosofía griega, en especial la noción de theôsis o deificación (15).
Tanto si se aborda el dogma de la Trinidad o de la cristología, como si se examina la eclesiología o la doctrina sacramental, la línea maestra de la teología bizantina descubre la misma concepción del hombre, llamado a “conocer” a Dios, a “participar” en su vida, a ser “salvado”, no simplemente por una acción extrínseca de Dios o por un conocimiento racional de proposiciones y verdades, sino por el hecho de “hacerse Dios”. Y esa theôsis del hombre, según la teología bizantina, es completamente distinta del retorno neoplatónico a un Uno impersonal. Es una nueva expresión de lo que el Nuevo Testamento llama “vida en Cristo” y “comunión en el Espíritu Santo” (16).
“Dios se hizo hombre”, escribe Atanasio, “para que el hombre pudiera hacerse Dios”. Este principio fundamental de la teología alejandrina, que iba a dominar la entera discusión teológica sobre la “deificación”, creó muchos problemas. Los peligros más obvios eran el panteísmo, la huida de la historia, y el epiritualismo platonizante. Por su parte, la teología ortodoxa de Calcedonia, a pesar de que suele tener presentes esos peligros, implica una concepción positiva del hombre como un ser llamado a superar en todo momento sus limitaciones de creatura. La auténtica naturaleza humana se considera no como “autónoma”, sino como destinada compartir la vida divina que se ha hecho accesible en Cristo (17-18).
La concepción de la fe y de la teología cristiana, según los Padres Griegos, abre una posibilidad de experimentar a Dios por caminos distintos del conocimiento intelectual, de la emoción, o de los sentidos. Eso significa, simplemente, una apertura de Dios, su existencia fuera de su propia naturaleza, su acción o “energía”, por la que él se revela voluntariamente al ser humano. Al mismo tiempo, eso implica una propiedad peculiar del hombre, que le permite rebasar los límites del universo creado… [Esto hace posible lo que] los Padres Griegos definen como los “ojos de la fe”, “el Espíritu” o finalmente, la “deificación” (34).
En el conjunto de la creación, el papel del hombre es el de unificar todas las cosas en Dios, y así vencer a los poderes malignos de separación, división, desintegración y muerte. Por eso, el “movimiento natural” del hombre, decretado por Dios, su “energía” o voluntad, está dirigido a la comunión con Dios, o “deificación”, y no aislado del conjunto de la creación (73).
A través de la humanidad de Cristo, deificado por su unión hipostática con el Logos, todo miembro del Cuerpo de Cristo tiene acceso a la “deificación” por gracia, mediante la actuación del Espíritu Santo en la Iglesia de Cristo (75).
En la comunidad monástica bizantina…la oración se entendía como camino para alcanzar la meta de la vida cristiana, es decir, la participación en la vida de Dios, y la deificación [theôsis] mediante la comunión con la humanidad deificada de Cristo, por la acción del Espíritu Santo (126).
En su “deificación”, el hombre puede hacerse Dios sólo “por gracia”, o por “energía” (146).
La victoria de las tesis de Palamas en el siglo XIV fue, por tanto, la victoria de un humanismo específicamente cristiano y centrado en Dios. Su intuición fundamental de que la “deificación” no suprime la humanidad, sino que hace al hombre realmente humano, tiene una gran relevancia para nuestras inquietudes contemporáneas. El hombre sólo puede ser plenamente “humano”, si logra restablecer la comunión con Dios que había perdido (147).
El hombre puede ser deificado no por su propia actividad o “energía” –eso sería pelagianismo-, sino por la “energía” divina, a la que su actividad humana se muestra “obediente”; entre las dos se establece una “sinergia”, cuya base ontológica es la relación de las dos energías en Cristo (306).
En su “deificación” el hombre alcanza la meta suprema para la que fue creado. Esa meta, ya realizada en Cristo por una intervención unilateral del amor de Dios, encierra el sentido de la historia humana y también un juicio sobre el hombre. La acción de Dios está abierta a la respuesta y al libre esfuerzo del hombre (307).
La deificación implica una “participación” del hombre creado en la vida increada de Dios, cuya esencia permanece trascendente y, por tanto, excluye cualquier participación (345).
“Vida en Cristo” y “vida en el Espíritu” no son dos formas distintas de espiritualidad; son aspectos complementarios del mismo camino, que lleva a la “deificación” escatológica (360).
La fe cristiana conduce a la transfiguración y “deificación” de la totalidad del hombre, y, como ya se ha visto, esa “deificación”, como experiencia viva, es accesible incluso ahora, y no solamente en el reino futuro (397).
La dimensión escatológica no es sólo una realidad futura, sino también una experiencia presente, accesible en Cristo por los dones del Espíritu Santo…En la presencia eucarística del Señor se hace realidad su venida futura y queda trascendido el “tiempo”. Igualmente, la entera tradición de la espiritualidad monástica oriental se basa en la premisa de que ahora, en esta vida, el cristiano puede experimentar la visión de Dios y vivir la realidad de la “deificación” (404).
De ahí también que, si se concibe el destino final del hombre –y por tanto, su “salvación”- en términos de theôsis o “deificación”, más bien que como “justificación”, o sea, liberación del pecado y de la culpabilidad, la Iglesia deba entenderse en primer lugar como comunión entre los hijos libres de Dios, y sólo en segundo término como una institución dotada de autoridad para regir y juzgar (416).

MOLTMANN, J.: Participar en la gloria del ser divino eterno significa recibir una vida que no conoce la muerte sino que se caracteriza por la permanencia y la inmortalidad… Dios se hace hombre y asume la “ley de la muerte” para arrebatar a la muerte el poder sobre los hombres y sobre la creación y produciendo la vida imperecedera. La visión de la teopoiesis o deificación del hombre y de la creación presupone la superación de la muerte mediante la muerte del Dios humanado y su resurrección (78-79).
MONJE CONTEMPLATIVO (Un): LA DEIFICACIÓN EN LA SAGRADA ESCRITURA: La Sagrada Escritura, por una parte se preocupa de preservar lo absoluto de la trascendencia divina y presenta la asimilación a Dios como don inestimable y total de la gracia y la benevolencia de Dios…y nos revela los temas que fundan la doctrina de la deificación: la creación del hombre a imagen y semejanza de Dios, el parentesco con Dios, la imitación de Dios en Cristo, la adopción filial, la inhabitación de Dios en nosotros, la generación de Dios, el ser miembros de Cristo, el ser alimentado con su Cuerpo y Sangre, la participación en la incorruptibilidad e inmortalidad, la visión asimiladora de Dios, la participación en la naturaleza divina, el amor desmedido de Dios por nosotros (13).
LA DEIFICACIÓN EN LOS PADRES DE LA IGLESIA ORIENTAL: En la Tradición de los Padres de la Iglesia oriental, Dios es Amor-ágape, Amor de benevolencia sobreabundante, es el divino filántropo que crea al hombre a su imagen para poder dársele a Sí mismo y por él se hace hombre, para que la divinización del hombre responda “a la humanización de Dios” (22). La doctrina de la deificación es, pues, unaverdad de tal modo indiscutida que constituye un sólido fundamento para la defensa de la fe y es punto de partida para la argumentación teológica (25). Para describir la deificación, los Padres griegos recurren de forma preferente a cuatro imágenes: la luz, el fuego, el sello y el agua en el vino (31).
LA DEIFICACIÓN EN LA TeOLOGÍA, ESPIRITUALIDAD Y LITURGIA CRISTIANA-ORIENTAL: En la teología cristiana oriental el fin último del hombre es la unión con Dios o deificación, la theosis de los Padres, es decir, la transformación, el estado deificado del ser humano (43) La encarnación y la deificación se corresponden y se implican recíprocamente. Dios desciende al universo, se hace hombre, y el hombre se eleva hacia la plenitud divina, se convierte en dios (44). La causa de nuestra divinización es la incorporación a Cristo, Dios encarnado (45). Según los Padres orientales, la encarnación produjo una revivificación total de la naturaleza humana asumida por el Verbo, que hace posible la connaturalizad del hijo de Dios con la naturaleza humana de sus hermanos y sienta las premisas de la deificación participada de todos los salvados (46).

MUSSNER, F.: La participación de la naturaleza divina a que se alude en 2 Pe 1, 4b no es sino la participación en la vida imperecedera de Dios mediante la gracia que se confiere en el bautismo. Sólo en este sentido se puede aducir tal pasaje a favor de una teología de la divinización (603).
NELLAS, P.: (I) La deificación no debe quedar exclusivamente en el plano de la teología espiritual sino que ha de convertirse en la categoría fundante de toda antropología teológica (179).
NICODEMO DE ATHOS: Dios, bienaventuranza, perfección más allá de cualquier perfección, principio creador de todo lo que es bueno y bello, ha preestablecido desde la eternidad la deificación del hombre; para ello le propone una prueba y lo deja a su libre albedrío y, como premio por la lucha, estableció que recibiese la gracia de la deificación –ya presente en la sustancia de su ser-, haciendo que se convirtiera en dios (Filocalía-Proemio).
NICOLA, A.: La divinización es fruto del vaciamiento de la divinidad para rejuvenecer la naturaleza humana. Podríamos afirmar entonces que el contacto ontológico en la divinización provoca una nueva manera de plantear una relación: la “amistad” del alma junto a Dios (7).
Concluyendo nuestro trabajo tenemos los elementos para contestar nuestra pregunta inicial: ¿el ser tocado por la divinización es un nuevo ser?
El ser tocado por la divinización es un nuevo ser en cuanto que en su interior, en su “diastema” se produce una intensificación que le hace alcanzar la vida de Dios. No como algo sobreañadido, no como algo que empieza a ser y antes no era, sino en esa cualificación que hace cambiar la alteración por intensificación. Recibe un alimento que lo nutre al ser profundamente: el Espíritu Santo. Lo abraza como dos noches al día, encerrándolo como en un círculo, estableciéndolo como un amigo o, podríamos decir, elevándolo y uniéndolo como un esposo a su esposa.
Es innegable la importancia de la analogía en todo esto. Sin su ayuda difícilmente podríamos haber arribado a esta conclusión, la “proportinalitas” es necesaria para poder establecer el adecuado puente entre el Ser del Creador y el ser de la criatura.
Dos últimas consideraciones, de tipo pastoral, vienen a mi mente como elementos de una reflexión que el tema estudiado ha suscitado. El drama humano del sufrimiento como experiencia negativa puede ser asumido y transformado desde el don del Hijo hecho carne, muerto y resucitado, que vuelve a cultivar, a levantar lo que estaba devastado y arruinado. De la noche se puede pasar al día. Pero la experiencia de la historia humana nos enseña que puede suceder también al revés. Por eso es importante la hora del «entremedio»: el amanecer, cuando todavía no está del todo claro, allí es donde se levanta la Vida, donde se nutre el jardín con el Espíritu. Entonces, a partir de esto que pensamos, podemos redescubrir la posibilidad de una cercanía y acompañamiento de las situaciones dolorosas.
También me parece importante rescatar cómo la divinización no se da aisladamente. Se realiza junto a otros, en un espacio y un tiempo atravesados. Allí es donde el ser de la iglesia, como sujeto social, juega su papel importante. Es allí, también, donde es determinante su ser portadora de la deificación como lugar concreto en medio del universo sinfónico (Conclusión).
OCÁRIZ BRAÑA, F.: (II) Entre nuestra filiación divina y la filiación del Verbo se da una similitud (asimilación, conformidad y configuración) y una disimilitud infinitamente más grande, que Ocáriz resume en esta tabla: Hijo natural/ hijos adoptivos; el Hijo, engendrado desde toda la eternidad/ los hijos hechos en el tiempo; Hijo único/ muchos hijos; el Hijo es Dios/ los hijos son deificados; el Hijo es filiación/ los hijos tienen la filiación; es Hijo del Padre/ hijos de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo (102).
OROZ RETA, J.: Todo el proceso de la gracia se dirige a la divinización o deificación del hombre en virtud de la participación analógica en el ser mismo de Dios. Agustín ha visto en la deificación del hombre el fruto y el efecto más noble de la redención de Cristo, que alcanzará su última y perfecta mplenitud con la resurrección de la carne. El “totus homo deificatus”, el hombre total deificado de san Agustín, es el ombre escatológico, el de la resurrección de la carne…El cambio producido por el sacramento del bautismo llega a un grado misterioso, ya que hace al hombre “particeps divinitatis”, partícipe de la naturaleza divina: Es lo que llamamos deificación o divinización del hombre por la gracia de Dios (231).
No es justo admitir la negación de la teología divinzante en la soteriología de san Agustín…Para Agustín, la gracia es ciertamente liberación, curación, reconciliación, pero es también elevación, glorificación, iluminación. Y es también deificación o divinización (234-235).
La deificación del hombre es la obra más importante –la obra por excelencia- de Cristo, revelado en el nuevo Testamento y ya adivinado en el Antiguo…Si deseamos encontrar un fundamento general para explicar la realidad de la deificación del hombre, una base filosófica y teológica al mismo tiempo, podemos apelar a lo que se conoce como principio de participación. Esta participación es simplemente analógica y excluye toda deificación real, en el sentido panteísta, al estilo de algunos falsos místicos. Pero al mismo tiempo incluye alguna superior a la particpación moral, debido a una semejanza o imitación, como pretenden los semiracionalistas (236).
El fundamento y la razón de ser de este privilegio extraordinario: la participación de la naturaleza humana por parte del Hijo de Dios, que se hizo hombre (238-239).
Entre el Hijo de Dios y todos sus hijos adoptivos, es decir, todos los que han recibido el favor o la gracia divina de ser tales, hay una distancia infinita. La participación en la divinidad es, como hemos ya indicado, analógica (239-240).
Agustín utiliza las fórmulas de la participación para explicar de una manera o de otra el misterio de la deificación. Hace alusión a dos metáforas: la de la luz y la del fuego. Las dos metáforas hacen referencia a dos prerrogativas de la criatura racional: el conocimiento y el amor (241).
Tal sería la divinización o deificación de que estamos tratando aquí: la transmisión de cualidades divinas a un sujeto humano, enriqueciéndolo de un modo prodigioso (442).
La deificación tiene un carácter escatológico porque, según san Agustín, Cristo vendrá como Dios-hombre a transformar a los hombres en dioses. Esto se realizará mediante la investidura del hombre con la inmortalidad y la incorrupción. En este sentido escatológico la deificación se limita a la igualdad con los ángeles, el más alto grado de perfección que el hombre puede alcanzar (244).
Hay, pues, una realación entre la primera y la segunda resurrección, entre la conversión y la glorificación y la deificación del hombre, cuerpo y alma. Ahora, en la tierra nosotros portamos en la fe la imagen del hombre celeste, que aparecerá completo en la resurrección, cuando la deificación conseguirá su perfección integral (245).
PALAMAS, G.: Dios, en plena posesión de su plenitud, deifica a los que son dignos de ello, uniéndolos consigo, peo no de un modo hipostático -que sólo pertenece a Cristo- (371).
PANE, R.: La soteriología cristiana presenta dos componentes complementarios: la liberación del pecado y el ingreso en la vida divina. La redención es al mismo tiempo liberación del mal y entrada en la libertad de los hijos de Dios: Cuando se habla de divinización del hombre no se puede prescindir del primer aspecto (la liberación del pecado), pero a pesar de todo se pone el acento en el aspecto positivo y reconstructivo, se puede hablar de la elevación del hombre a la vida divina (82). La divinización del hombre tiene inicio en la creación misma a imagen y semejanza de Dios, y no permanece sólo como algo a realizar, pues el hombre lleva en sí mismo la impronta indeleble de la divinidad (109).
PEDRO EL VENERABLE (1094-1156): En la persona de Cristo se realiza aquella deificación deseada por el designio amoroso de Dios para todos los hombres y que no pudo llevarse a cabo por la falta de correspondencia ante la seducción del maligno (Sermo de transfiguratione Domini, PL 189, 972).
PESCH, O.H.: Gracia es el llegar el amor eterno de Dios a alma, o, dicho modernamente, al yo íntimo del hombre. Dios da al hombre en ese amor no algo…; se da a sí mismo. Y esa autodonación divina obra en el hombre la capacidad y proclividad (inalcanzables de otro modo) para corresponder al amor de Dios con una entrega análoga, es decir, espontánea y gozosa. El saldo resultante es amistad en recíproca comunicación, que compromete todo el obrar humano condensándolo en un único movimiento fundamental hacia Dios (I 261).
PHILIPON, M.-M.: La divinización es una verdadera participación física, ontológica, a la vez estática y dinámica, en la naturaleza misma de Dios. La gracia la da el ser Dios, el pensar como Dios, el amar y obrar a la manera de un Dios…Esta divinización hace de cada bautizado “otro cristo” en su ser y en su actuar, llamado a vivir según el mismo Espíritu, dentro del cielo de la vida trinitaria (228).
PHILIPS, G.: (I) El Espíritu es un don concedido al hombre para divinizarlo (38).
Cristo, el Verbo encarnado, que nos hace tomar parte en el dinamismo trinitario en un sentido ontológico real (42).
La gracia es la participación en la vida de las tres Personas, vida que no pasa por Cristo como un canal sino que el Salvador nos transmite por medio de su carne divinizada que se ha hecho divinizante (42).
(II) La teología ortodoxa cultiva la presencia real y divinizante de Cristo glorificado en la Iglesia y en el mundo, insistiendo en la acción del Espíritu Santo… La deificación es uno de sus temas favoritos, quizás su tema central, presentándola como una “iluminación”, que es mucho más que una simple metáfora (40).
Participar de su luz (de Dios) es ser transformado por ella en una nueva criatura, que es la antigua, pero transfigurada por Cristo (50).
PRUCHE, B.: La expresión (el Espíritu como forma de la santificación) se explica suficientemente por referencia a un tema caro al obispo de Cesarea, según el cual el Espíritu tiene razón de forma en cuanto que deifica a la criatura racional, haciéndola, mediante una participación creada de su propia luz, espiritual, “pneumática”, como Él (466).
RAHNER, K.: (I) La autocomunicación divina [ontológica], en la que Dios mismo se hace principio constitutivo del ente creado, sin perder por ello su absoluta autonomía ontológica, ejerce naturalmente, efectos “divinizantes” en el ente finito en el que se produce tal autocomunicación, efectos que, como determinaciones de un sujeto finito se han de concebir a su vez como finitas y creadas (157).
(II) Dios se comunica al alma y habita en ella al serle comunicada a ésta la gracia creada…La gracia increada –comunicación personal de Dios al hombre, inhabitación del Espíritu- significa una relación nueva de Dios con el hombre. Esta relación nueva puede concebirse solamente como fundada en una transformación absoluta y óntica (354).

RAMIÈRE, E.: Uniéndonos a este Hijo único, podemos llegar a ser, no sólo de nombre sino de hecho, hijos de Dios. El mensaje que los Apóstoles debían anunciar a todos los pueblos de la tierra es la divinización de los hijos de los hombres por medio del Hijo de Dios hecho hombre (13).
La verdadera divinización del cristiano es un dogma de fe que no se puede poner en duda sin desmentir la Sagrada Escritura y sin echar por tierra los cimientos mismos de la enseñanza de san Pablo (15)
Para mostrar la deificación que el Espíritu de Jesucristo produce en nosotros, los Padres se sirven de las más vivas comparaciones. Ni la unión del vino con el agua, ni la del perfume con la tela por él penetrada, ni la del fuego con el hierro hecho ascua, ni la de los dos trozos de cera juntamente fundidos, les parece lo suficientemente íntima para dar a entender la intimidad y la eficacia del la unión del Espíritu Santo con el alma del cristiano (19).
Podemos afirmar que Dios quiere ser glorificado por la divinización del hombre. Las criaturas racionales –los ángeles y los hombres- son, entre todas, las que mejor representan la perfección divina. Son las mejor dispuestas para recibir la felicidad de Dios (21).
El fin sobrenatural del hombre es su deificación. Sin embargo, entre esta divinización y el panteísmo, media la distancia que separa la divinidad de la nada. El panteísmo, al pretender absorber el alma en lo infinito, no consigue sino su aniquilamiento. En cambio en el fin sobrenatural conserva el alma su ser, su personalidad, sus facultades, conoce, ama y goza (23).
La vida divina, depositada al principio en el alma como una semilla, se va desarrollando durante todo el período del crecimiento, hasta que –llegado a la completa madurez- produce su fruto, que no es otro que la bienaventuranza del paraíso. Si la gracia no fuera una real participación de la naturaleza divina, habría una desproporción entre el fin y los medios. El justo de la tierra, como el bienaventurado del cielo, es un ser divinizado. Su divinización es tan real que los Santos Doctores se apoyan en ella para demostrar la divinidad del Espíritu Santo (26).
No podemos dudar que la vida sobrenatural es una vida verdaderamente divina. Vida que no resulta de la identificación del ser creado con el increado; que no supone que el hombre subsista por una personalidad divina, sino tan sólo que obra divinamente. Conserva en toda su integridad su ser, su personalidad, sus propias facultades. Pero se añaden a ellas las virtudes, que son como ciertas facultades sobrenaturales. Con estas virtudes se une Dios mismo substancialmente al cristiano y le hace verdaderamente partícipe de su naturaleza (27).
La divinización del hombre no es una vana metáfora. Es la más real de todas las realidades. Los Santos Doctores que han recibido de Dios la misión especial de combatir los errores sobre el Espíritu Santo, parece que no encuentran expresión bastante enérgica para hacernos palpar la intimidad de la unión, por la que se comunica al alma justa. Si esta unión no fuera substancial, no podría producir los efectos que se le atribuyen: librarnos de la muerte y llenar nuestro espíritu de vida; restaurar en nosotros la imagen divina, borrada por el pecado y hacernos hijos adoptivos de Dios (28).
La forma común que reviste esencialmente la divinización de los espíritus creados es la adopción filial (38).
No habrá sino un Hombre-Dios, pero todos los hombres que quieran recibir el influjo del Hombre-Dios podrán llegar a ser hombres divinos, obrar en Él actos divinos y alcanzar por él la divina felicidad (45).
Dios quiere nuestra divinización por medio de nuestra incorporación en Jesucristo. Pero ¿qué camino ha seguido para alcanzar este fin? Uno, cuyos extremos son dos abismos: la Encarnación y la Redención (59).
El hombre y el ángel están muy cerca de Dios, pero no son Dios. Poseen realmente la divinidad, pero no perfectamente. Sólo posee perfectamente la divinidad Aquél que puede decir con toda verdad: Yo soy Dios. El hombre y el ángel pueden decirlo, pero en un sentido restringido (61).
La vida de la gracia, que nos hace cristianos, es una vida verdaderamente divina (80).
La divinidad del cristiano es muy diferente de la de Jesucristo, pero su divinización no deja de ser muy real. No somos dioses en el riguroso sentido de la palabra, pero sí realmente deificados (84)
La gracia no es una virtud, ni una sustancia, sino la naturaleza divina participada que produce en el alma del cristiano una cualidad, un hábito. De donde se sigue que la gracia está más bien en la esencia del alma que en sus facultades (86).
A la falsa apariencia de divinidad que el panteísmo hace brillar a sus ojos y que no es otra cosa que el aniquilamiento de su personalidad, de sus facultades, de su ser, oponemos nosotros la divinización realísima que Jesucristo le ofrece. Dejando a la naturaleza humana su completa integridad, le añade el don magnífico de la naturaleza divina (87).
Nuestra divinización no es una divinización por pura semejanza, fruto de la perfección que un hombre puede adquirir desarrollando las facultades (115).
Nuestra divinización no es una transubstanciación. Para formarnos una idea cierta de esta divinización, ¿hay que concebirla como una especie de transubstanciación? ¿Somos cambiados en Dios, sea por la gracia en la tierra, sea por la gloria en el cielo, como el pan y el vino se mudan en el cuerpo y sangre de Jesucristo por las palabras de la consagración? Esto enseñaban, al parecer, ciertos falsos místicos del siglo XIII, según los cuales el alma que ha llegado a la perfección se despoja de su propio ser y se sumerge en el océano del ser divino. Interpretar en este sentido ciertas metáforas de los Santos Padres, es cambiar lo más sublime de todas las verdades en un absurdo. Despojarnos de nuestro propio ser no sería divinizarnos, sino aniquilarnos. Por otra parte, ¿cómo puede jamás la criatura unirse a Dios de manera que su ser limitado se confunda con el ser infinito de Dios? Arrojemos de nuestro entendimiento este absurdo. Nuestra divinización no puede consistir en la confusión de nuestro ser con el de Dios (117).
Hay un tercer género de unión que no es imposible, pues ha sido realizado en Jesucristo, pero al cual no pueden aspirar los otros hombres, por ser privilegio exclusivo del Hijo de Dios: es aquél, por el que la naturaleza humana, permaneciendo distinta de la divina, forma con ella una sola persona (118).
Según san Buenaventura, la justificación y la divinización del cristiano son el resultado de dos clases de gracias: la gracia increada, el Espíritu Santo, es como el sol, y la gracia creada es la irradiación de ese divino sol en el alma justa. Santo Tomás utiliza otra imagen: la del hierro metido en el fuego. Ese hierro no ha perdido su naturaleza. Es aún hierro y sin embargo ha de ser despojado de las cualidades del hierro para revestirse de las del fuego. En vez de oscuro, frío, resistente, se ha hecho dúctil, brillante, abrasador como el fuego. No se ha mudado en fuego, sino que ha sido ignificado, abrasado. Así el cristiano a quien Dios se da por la gracia santificante, conserva su naturaleza y personalidad humanas, pero adquiere fuerzas y cualidades divinas. No se vuelve Dios, pero sí un hombre divino (118-119).
El cristiano es divinizado físicamente y, en cierto sentido, substancialmente; puesto que sin convertirse en una misma sustancia y en una misma persona con Dios, posee en sí la sustancia de Dios y recibe la comunicación de su vida (119).
El Corazón de Jesús es el principal instrumento de nuestra divinización. Obra es ésta en verdad de la Trinidad toda entera, como quiera que tanta parte toman en ella la primera y tercera persona de la Santísima Trinidad como la segunda (226-227).
RATZINGER, J.: (I) Seguimiento de Cristo no significa imitar al hombre Jesús. Ese intento fracasaría necesariamente; sería un anacronismo. El seguimiento de Cristo tiene una meta mucho más elevada: identificarse con Cristo, es decir, llegar a la unión con Dios. Esa palabra tal vez choque a los oídos del hombre moderno. Pero, en realidad todos tenemos sed de infinito, de una libertad infinita, de una felicidad ilimitada. Toda la historia de las revoluciones de los últimos dos siglos sólo se explica así. La droga sólo se explica así. El hombre no se contenta con soluciones que no lleguen a la divinización. Pero todos los caminos ofrecidos por la «serpiente» (cf. Gn 3, 5), es decir, la sabiduría mundana, fracasan. El único camino es la identificación con Cristo, realizable en la vida sacramental. Seguir a Cristo no es un asunto de moralidad, sino un tema «mistérico», un conjunto de acción divina y respuesta nuestra.
(II) Para que el hombre sea libre ha de ser “como Dios”. El empeño de llegar a ser como Dios constituye el núcleo central de todo lo que se ha pensado para liberar al hombre.
Puesto que el deseo de libertad pertenece a la esencia misma del hombre, este hombre busca necesariamente, desde el principio, el camino que conduce a ser “como Dios”.
Una antropología de la liberación, si quiere responder en profundidad al problema que ésta plantea, no puede hacer caso omiso de la pregunta: ¿cómo es posible alcanzar este fin, llegar a ser como Dios, hacerse el hombre divino? (99-100).

RENCZES, Ph. G.: Máximo elabora una visión del hombre, del mundo, del ser en cuanto ser que encuentra su apogeo en la doctrina de la divinización (16).
En el contexto de la divinización, resultará, para Máximo, que ella se realiza gracias a una intervención, es decir una actividad de Dios a favor del hombre que no excluye, sino, por el contrario, presupone un consentimiento del hombre, llamado en su actividad propia a ser transformado a partir de una disposición estable en un “ser divinizado” (19).
Si pues según Máximo, “energeia y exis” estructuran este reencuentro entre Dios y el hombre que conduce a la divinización de este último, la inciativa que abre la llegada-proceso de la divinización pertenece claramente a la acción divina, la única capaz de elevar al hombre desde su propio estatuto de ser humano al estado de ser divino transcendente (19).
Su vocabulario específico (theosis, theopoiein, anthropos genetai theos, etc.), introducido en la literatura cristiana por Clemente de Alejandría, se instala sólidamente en el pensamiento de los Padres orientales. Si los fundamentos mismos de esta doctrina son evidentemente bíblicos, vestigios de ellos pueden igualmente encontrarse en el orfismo, el platonismo, el estoicismo y el neoplatonismo. La tesis no carece de riesgo, pues la noción de “divinización” podría ulteriormente comprometer la diferencia ontológica radical que separa definitivamente a Dios del hombre y terminar en una especie de panteísmo (319).
La divinización del hombre según Máximo sólo puede ser un don de Dios: ella es teológicamente hablando una gracia en sentido radical (323).
Máximo está convencido de que el plan de la divinización por la gracia es obra de la Trinidad entera (329).
La divinización sólo puede entenderse por analogía con la divinización de la naturaleza humana de Jesucristo. Llegar a ser Dios significa llegar a ser, “hijo de Dios” de manera análoga a Jesucristo, es decir, experimentar según la gracia lo que Cristo es según la esencia (346).
RICO PAVÉS, J.: En el Corpus Dionysiacum, la doctrina de la semejanza a Dios y de la divinización ocupa un lugar destacado (10). Semejanza a Dios y divinización aparecen estrechamente vinculadas entre sí en diversos pasajes del Corpus (37). El término preferido por Dionisio para hablar de la divinización es Theosis y su correspondiente formas verbal Theoo (85). Dionisio sitúa la divinización dentro de las acciones que la Trinidad realiza ad extra. Es, por tanto, el efecto de la acción divinizadora que realiza toda la Tearquía en su unidad. Siendo así, la divinización se entiende como el don que Dios hace de Sí, en cuento Dios (315). Dios es causa de la divinización misma y de la potencia que diviniza (317). La divinización sería, sin más, el efecto de la presencia de Dios en cuanto Causa, en todas las criaturas, que por esa presencia podrían ser llamadas divinizadas (318).
En el camino que conduce a la divinización, el primer paso para el hombre consiste en recibir el bautismo (352). Dionisio afirma que es posible alcanzar la semejanza divina mientras aún se vive en este mundo. El que es digno de participar en la comunión con los bienes divinos ha llegado ya a la semejanza (354). La Eucaristía, por encima de cualquier otro sacramento, logra nuestra comunión con Dios. Participando en Ella, el cristiano va siendo divinizado, gozando ya en su camino hacia la semejanza del premio reservado para el final. Por la Eucaristía, el ser humano alcanza la plenitud de su vocación última. Para Dionisio, pues, la unión a Dios es al mismo tiempo mística y eucarística (412).
La divinización es el efecto de la unión y semejanza a Dios, logradas con amor continuo en una colaboración con Él, que nos hace sus imitadores, según la capacidad recibida; no consiste en “ser dios”, sino en “ser de Dios”. Se trata de un proceso de gracia desde el inicio, con la cual el hombre colabora, imitando a Dios, según la propia capacidad, en ejercicio virtuoso de amor. El camino a la semejanza concluye en la divinización (422).
RONDET, H.: (II) Conclusiones de teología espiritual (579-587): l-La gracia santificante es en nosotros una realidad creada distinta del Espíritu Santo. El don creado es inseparable del don increado. 2-La gracia santificante es en nosotros como una nueva naturaleza y un nuevo principio de operaciones, que por medio de la caridad y de las demás virtudes infusas nos permite la posibilidad de realizar actos absolutamente sobrenaturales, que son unos actos de criatura divinizada. 3-El hombre en estado de gracia es hijo del Padre, hermano de Cristo, templo del Espíritu Santo; las tres personas vienen a habitar en él a fin de que él pueda gozar de su presencia. 4-Las tres personas divinas son inseparables y no hay que imaginar que el Espíritu Santo posea nuestras almas a la manera que el Verbo posee su muy santa humanidad; siendo la gracia creada en nosotros el efecto de una acción común a las tres personas, ella no puede divinizarnos si no es introduciéndonos en la familia divina. 5-Somos realmente los hijos del Padre, no de la Trinidad entera, somos los hermanos de Cristo y el Espíritu Santo es la vida de nuestras almas como es la vida del alma de Jesús, nuestro Jefe. 6-Entre la vida trinitaria de Dios y nuestra vida divinizada, hay unas correspondencias misteriosas, que reproducen en cada uno de nosotros lo que se opera en la vida de la humanidad en marcha hacia su destino sobrenatural. En el centro de esta historia está el Verbo encarnado, enviado por el Padre y que conjuntamente con él, envía al Espíritu Santo para prolongar en el tiempo, por el misterio de la Iglesia, la encarnación del Hijo de Dios. 7-A la vez, es la historia del univeso entero, que se nos presenta como transfigurado por la presencia del Dios trinitario. Todo ser creado es un vetigio de la Trinidad, la criatura racional es su imagen, pero el universo se une alrededor de la humanidad unificada por Cristo de tal forma que el Dios trinitario, sin dejar de ser transcendente a su obra, deviene también inmanente por la mediación histórica y cósmica del hombre-Dios en quien vive el Padre y el Espíritu Santo. 8-Dios nos ama en su Hijo, como miembros de su Hijo; nos constituye con él, que es el Hijo por naturaleza, el Hijo único. Sobre este Hijo como sobre Jesús en el bautismo el Espíritu Santo desciende y crea en las almas de los rescatados una vida nueva, que es participación de la vida misma de Dios. 9-Agregados a la Iglsia por el bautismo, somos a la vez invadidos por el Espíritu Santo, alma de la Iglesia. El Espíritu Santo nos asimila al Hijo y conjuntamente con él, nos orienta hacia el Padre a fin de que se complete la obra de nuestra adopción sobrenatural. 10-La vida del cielo consistirá en esta unión personal con las tres pesonas divinas, renovando en nuestras almas el misteio de las procesiones eternas; así pues, esta vida ha comenzado ya misteriosamente sobre la tierra. 11-Fuera del caso de experiencia mística, el cristiano no puede tener conciencia de estas realidades sobrenaturales, pero puede buscar representarlas para vivirlas. 12- Cristo vive en nosotros, crece en nosotros, busca tener en nosotros su estatura perfecta. Nosotros podemos, pues, hablarle como a una persona, a un amigo, a un jefe. 13- Por Cristo y en Cristo nuestra filiación divina es distinta de la que tenemos a título de creatura. Hay una diferencia de orden y no de grado. 14- Nos resulta más difícil hablar del Espíritu Santo, pero todavía podemos tomar la lectura de la liturgia y dirigirnos a él de persona a persona, como al huésped de nuestras almas. 15-Por consiguiente, alcanzamos a través de la naturaleza divina común a las tres personas, a las personas divinas mismas que, por su parte, se nos manifiestan, cada una a su manera, a través de la única naturaleza. 16- En fin, nos aercamos también a Dios en nuestros hermanos los justos en los que están presentes el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; y en los mismos pecadores, que son, a su manera, el término de un amor singular del Dios trinitario. Aunque en ellos la prsencia de las tres personas divinas sea todavía como exterior; ellos no son definitivamente excluidos del mundo de la gracia.
(III) La doctrina de la divinización del cristiano es fundamental. Es tan antigua como el cristianismo (387).Somos dioses o hijos de Dios por gracia, sin duda, pero realmente y con toda verdad (390). Tres aspectos de nuestra divinización: nuestra participación en la naturaleza divina, nuestra adopción filial y la presencia de Dios en nosotros (391).
RUBUNI, M.: La unión del hombre con Dios tiene su inicio con el santo Bautismo, como incorporación a Cristo y a su Cuerpo Místico, continúa con la acción crismal, en cuanto el bautizado es templo del Espíitu Santo, y está asociado al único Sacerdocio de Cristo, llegando a su apoteosisis, sobre la tierra con la Eucaristía como preludio a la deificación eterna en el Reino (31).
Pero los divinos misterios no actúan la deificación como si fueran signos mágicos, sino que es la obra constante de Cristo y del Espíritu Santo, en conjunción con la libre adhesión del hombre, la que en los divinos misterios y por medio de los divinos misterios, poco a pocoa, realiza la unión del hombre con Dios (31).
Cuando los Padres han buscado en la Sagrada Escritura el fundamento de la deificación del hombre han señalado: 1) la cración del hombre “a imagen y semejanza de” de Dios [Gn 1, 26-27]; 2) la adopción filial [Ga 4,4-7); 3) la imitación de Dios y de Cristo[Mt 5,48; Jn 8, 12; Jn 13,15; Lc 14,27; I Co 15, 47-50; Ef 4, 24; 5,17]; 4) la “participación de la naturaleza divina” [2 P 1, 4]; 5) al hecho de que seamos “estirpe de Dios” (Hch 17, 29).
RUIZ DE LA PEÑA, J. L.: (I) La patrística griega ha localizado la clave de la salvación del hombre en su participación en el ser de Cristo y, mediante él, en el misterio de la comunión vital trinitaria. De ahí que en la teología oriental de la gracia la categoría relevante sea la de divinización: el hombre llega a ser por gracia lo que las personas de la Trinidad son por naturaleza (268)… La salvación del hombre es su divinización; ella ocurre ineludiblemente mediante la encarnación del Verbo, que tiene como objetivo primario no tanto la remisión de la culpa y la justificación del pecador cuanto la comunicación a la criatura que el hombre es de la condición supercreatural de hijo de Dios y partícipe de la naturaleza divina (271). Si la gracia es esencialmente el don que Dios hace al hombre de sí mismo, es claro que ella conlleva una comunión en el ser divino: divinización. Esta divinización acaece por la asimilación del justo a la forma de ser de Jesucristo, el Hijo de Dios: filiación (371).
La comprensión cristiana de la divinización humana se distingue de las versiones homónimas alternativas al menos en estos tres puntos: (a) Tal divinización es don divino, no autopromoción humana, como piensan los antropomorfismos prometeicos, desde los griegos hasta Bloch. (b) La divinización no consiste en una pérdida por absorción de lo humano en lo divino, como piensan las místicas panteístas, desde el budismo hasta Molinos, pasando por Eckhart. (c) La divinización no entraña una metamorfosis alienante del ser propio en un ser extraño, como piensan Feuerbach y los restantes maestros de la sospecha…Todo lo cual significa, a fin de cuentas, que el modelo cristiano de divinización humana no cree que ésta conlleve el detrimento, sino la plenificación del propio ser. Deificar al hombre es humanizarlo, cumplir totalmente su identidad, la salvación no puede renegar de la creación (377).
La divinización y consecución de la filiación por la gracia no es un suceso puntual, sino un proceso teológicamente orientado hacia la consumación…es realidad ya presente, pero todavía no consumada…la dialéctica del ya-todavía no…Que la gracia se caracterice por esta pulsión escatológica no autoriza, sin embargo, a considerarla como medio para alcanzar el fin. Ella es ya el fin incoado…”La gracia que poseemos es… virtualmente igual a la gloria”, afirma Tomás de Aquino; “la gracia es la gloria en el exilio; la gloria es la gracia en el hogar”, escribe Newman…No hay pues dos vidas, ésta y la otra, hay una vida única que se vive de dos modos: en e tiempo y en la eternidad, en la gracia y en la gloria…La sustancial identidad gracia-gloria se nos desvela diáfanamente cuando nos apercibimos de que ambas realidades consisten en lo mismo: en la comunión con Cristo (390).
(II) La gracia no es simple medio para alcanzar el fin, es ya el fin incoado (inchoatio gloriae, decían los medievales). Ambas realidades, gracia y gloria, consisten en lo mismo: en la comunión con Cristo [el ser uno con el Hijo] lo que nos otorga ahora la filiación divina, que es auténtica divinización (214).
(III) La divinización no acontece al modo de una pérdida del yo humano y del tú divino…Es claro que divinización no es endiosamiento. No es el hombre el que deviene Dios por su propia virtud, bien al contrario, es Dios quien se ha humanizado para que el hombre pueda ser divinizado…la divinización a la que aspira la esperanza cristiana es la consumación de lo humano en cuanto humano (293).
SALGUERO, J.: La regeneración del cristiano es efecto de la gracia santificante, la cual es la participación de la vida divina: theias koinonoi physeos. La expresión es griega y aparece con frecuencia en los filósofos y en los escritores griegos, los cuales hablan de la physis divina. La fórmula physis divina designa al Ser divino, a la misma divinidad. Es la misma naturaleza divina como opuesta a todo lo que no es Dios. La fórmula lapidaria de San Pedro es audaz al mismo tiempo que clara, ya que esclarece el más espléndido efecto de la gracia santificante… Esta comunión no indica una simple relación, sino una verdadera participación o comunión de Dios con el hombre…El cristiano participa de la misma naturaleza divina, es decir, de todo el cúmulo de perfecciones contenidas de una manera formal-eminente en la esencia divina (156).
1 Jn 3, 1-2: El cristiano no es llamado hijo de Dios únicamente por una ficción jurídica y extrínseca, sino que es realmente hijo de Dios…La filiación adoptiva divina consiste en la participación en una nueva vida, de una nueva naturaleza semejante a la de Dios, el cual adopta al hombre por medio de un nuevo nacimiento o regeneración…Hijos de Dios ya lo somos desde ahora, porque la vida eterna ya mora en nosotros. Pero la filiación divina tendrá su plena expansión solamente en el cielo, cuando los fieles vean a Dios tal cual es (217-218).
SARTRE, J.P.: Ser hombre es tender a ser Dios; o si se prefiere, el hombre es fundamentalmente deseo de ser Dios (653).
SAYÉS, J. A.: (I) ¿Qué es la gracia sino Dios mismo que se da al hombre? La gracia no es algo que Dios da, sino Dios mismo que se da en su intimidad intratrinitaria (gracia increada) y que transforma al hombre (gracia creada)…Es claro que una entidad creada por sí sola no diviniza (253-254).
Tendremos que entrar a fondo en el misterio de la inhabitación divina y en la transformación real y profunda que produce en el hombre. Penetrar en este misterio es penetrar en la autocomunicación de Dios al hombre y su divinización; un misterio que se nos desvelará plenamente en la glroria (255).
Cuando hayamos entendido la inhabitación divina, entenderemos también su consecuencia transformadora en el justo. Esta es la gracia creada (281).
La gracia creada no es, pues, un ente creado por causalidad eficiente, sino la transformación que el hombre experimenta en su conocimiento y en su voluntad mediante la superación de la ley de la analogía y la adquisición de un objeto formal nuevo: Dios en sí mismo (301).
Ninguna realidad creada puede producir la inhabitación de Dios. Es justamente al revés, es la inhabitación divina la que produce en nosotros una transformación real que hemos identificado como elevación de la capacidad cognoscitivo-volitiva del hombre por la donación gratuita de Dios en sí mismo como nuevo objeto formal (309).
El hombre queda divinizado en cuanto que de esta forma su capacidad cognoscitiva y volitiva queda superada con un nuevo objeto formal: el hombre conoce a Dios directamente y le ama también directamente en sí mismo, aunque de una forma aún oscura y velada mientras no llegue la visión…Hay que dejar de hablar de la gracia creada como un ente para hablar de ella como la transformación divinizante que el hombre experimenta por la inhabitación de Dios en él…Es la presencia de Dios trino la que cambia al hombre sin intermediario alguno (330-331).
(II) El hombre ansía algo que sólo como don puede recibir. De recibirlo, se establece entre la Trinidad y él una relación directa e inmediata que le diviniza, de modo análogo a como la visión diviniza al hombre por la inmediatez que tiene entonces con la intimidad divina…El hombre tiene sed de infinito, en virtud de lo cual sólo en la visión de Dios puede descansar definitivament (313)
Ocurre que esta divinización del hombre, que encuentra en la gloria su fase final, comienza ya aquí por la gracia…Estamos ya divinizados, lo que ocurre es que ello tiene lugar aún de forma oculta, puesto que esta realidad nueva de nuestra inserción directa en Dios va todavía oculta bajo la mediación de la palabra externa de Dios y de los sacramentos, oculta por los signos de la gracia que hacen presente esa nueva realidad al mismo tiempo que la ocultan, oculta aún en nosotros mismos mientras no seamos transformados en gloria…Esta gracia que nos diviniza es, pues, Dios mismo, presente en nosotros por un amor y un conocimiento directo y personal. Con ello el hombre queda introducido en un nivel de vida que supera la ley de la creaturalidad, la ley del conocimiento analógico (316).
Cuando se establece esta relación directa e íntima con las pesonas divinas, es cuando tiene lugar la divinización del hombre: ha superado el conocimiento analógico de Dios, para recibir al Espíritu que se le da directa e íntimamente y que le introduce en Cristo, haciéndole partícipe de su filiación (317).

SCALTRITI, E.: En la tradición d los Padres de la Iglesia oriental, Dios es Amor-agape, Amor de benevolencia sobre abundante, es el divino filántropo que crea al hombre a su imagen para poder donársele Él mismo y por él hacerse hombre para que la divinización del hombre responda a la humanización de Dios. Es el misterioso intercambio, en el que cada uno hace suyas las propiedades del otro: el hombre llega a ser por gracia lo que es Dios por naturaleza, y es llamado a participar de la condición divina (21).
La divinización es realizada por el Verbo no sólo como iluminación de la inteligencia, porque en su encarnación el Verbo ha querido asumir la naturaleza humana…La divinización encuentra su perfección en la contemplación y en la visión de Dios, en la cual “la inteligencia es deificada por la visión”(23).
La potencia de la deificación se hace presente en el hombre mediante el ejercicio de las virtudes y sobre todo de la caridad: entre el amado y el amante debe existir una cierta afinidad; por lo cual los bienaventurados deben tener una semejanza especial con Dios, que es una verdadera deificación producida en el alma por Dios (28).
Junto a Jesús Resucitado, el don del amor deificante de Dios está plenamente realizado también en María Santísima…Siguiendo a su divino Hijo, la Virgen es la primicia, la primera creatura resucitada, asunta al cielo, deificada (90-91).
SCOLA, A.: (I) La incorporación a Cristo en el Espíritu hace al hombre partícipe no sólo de la naturaleza divina en sentido genérico, sino de la condición propia de Cristo como Hijo de Dios…La descripción de la divinización del hombre en los términos de la teología clásica (gracia santificante y virtudes teologales) se enriquece ahora con todos los matices de la vida y de las relaciones interpersonales hasta los efectos más íntimos (344-345).
(II) El hombre no alcanzará el vértice de la imagen en sentido propio, esto es algo exclusivo del Hijo, pero alcanzará la filiación adoptiva, el ser “filius in Filio”, es decir, alcanzará la participación en la naturaleza divina, lo que los Padres denominaban divinización…El hombre es llamado a conformarse mediante la gracia al Cristo glorioso realizando plenamente su naturaleza de ser imagen de Dios (238).
SCHILLEBEECKX, E.: La comunión personal con Dios, santificante y divinizante, se realiza de una manera cada vez más íntima por el encuentro sacramental con Cristo…En los sacramentos se trata en efecto de una divinización a modo de restablecimiento y redención…Los sacramentos confieren esencialmente una comunión con el destino de Cristo humillado y elevado y, de esta manera, con la vida divina en Él (207-208).
SCHLIER, H.: (Efesios, 1, 5-6): Somos hijos de Dios por medio de Jesucristo…hemos accedido a la condición de hijos porque hemos sido hechos partícipes de la filiación divina de Jesús, a quien hemos sido incorporados. Lo probable es que esto último sea lo que se escuche en el “en Cristo”, que vuelve a aparecer en nuestra carta (69).
(Efesios, 2, 5-9): Pasar de la muerte a la vida significa: ser salvados por gracia. El perfecto “estè sesosménoi” señala que la salvación continúa en el presente. Fueron salvados y, por consiguiente, son salvados…el perfecto acentúa la realidad permanente de la salvación que tuvo lugar (144-145).
Nosotros hemos sido trasladados con Cristo a los cielos, a fin de que Dios muestre las incalculables riquezas de su gracia. Por tanto, se hace patente de alguna manera la plenitud de la gracia divina en nosotros, que en Cristo estamos en los cielos (147).
SCHMAUS, M.: La divinización no consiste en que el hombre se hace a sí mismo Dios…la divinización ocurre gracias al Cristo histórico y glorificado y a través de Él…
El hombre logra divinizarse solamente participando en la vida de una figura histórica concreta…No pierde su carácter de criatura. La diferencia entre el hombre y Dios no es anulada, sino acentuada por esta divinización (141-142).
SCHMITZ-PERRIN, R: La particularidad del pensamiento de Scoto Erigena está en la audacia con que tematiza una antropología teológica en términos de theosis, fundada en el plan intratrintario de la encarnación del Hijo de Dios en vistas a la divinización del hombre (434).
La deificación del hombre se efectúa también por la gracia de Cristo, en una finalidad netamente escatológica, a dos niveles: en la economía del tiempo presente y en el teimpo escatológico. El hombre será deificado en Cristo, encarnado para divinizarle (440).
Si la divinización del hombre se realiza por y en la plenitud de la gracia de Cristo la theosis en lo más profundo es una acción que implica la operación de toda la Trinidad: es por el fuego que consume del Dios trinitario como el hombre es deificado…El mismo Dios nos concede la gracia de su vida divina en orden a transformar al hombre en un mismo movimiento de adelantamiento y de apofase, de nacimiento progresivo y de autorrealización última, que es una “THEOSIS hoc est deificatio” (444-445).
SCHÖNBORN, Ch.: (I) El mismo Cristo es forma y contenido de la divinización del hombre (12). Llegar a ser Dios, divinizarse: parece ser la meta más alta de todas las ansias humanas (35). El hombre es realmente hombre y así ha sido querido: no es ningún dios inconsciente de sí mismo, como creyó la gnosis de todos los tiempos. Pero él puede, si quiere, llegar a ser dios, si realiza el verdadero sentido de su ser hombre; sí, él no posee ningún otro camino para llegar a ser verdaderamente hombre (38). Aunque se comprendiera claramente todo tipo de divinización como una gracia, sigue siendo aquélla la verdadera meta para la que ha sido creado hombre (40). El hombre puede llegar a serlo todo lo que es Dios, menos la identidad de su ser, pues ha sido creado para conseguir esta participación. Creado a imagen y semejanza de Dios significa que ha sido diseñado y “arrojado” hacia la obtención de una semejanza cada vez más perfecta de Dios. Por esta razón, vemos claramente que la divinización gratuita no significa en absoluto la disolución de la naturaleza humana, sino, por el contrario, su realización más íntima (41). La divinización cristiana no es abstracta, anónima, sino, en su concreta realización, es lo que Pablo llama la “adopción” (41). La divinización tiene su lugar en el restablecimiento del hombre caído en su dignidad originaria (42). La humanidad divinizada es precisamente la que ha alcanzado la meta de su creación (43). El único camino para la divinización consiste en la imitación cada vez más profunda de Cristo. Llegar a ser “Hijo en el Hijo”: en esto consiste la divinización (43). La tradición cristiana siempre concedió al hombre un desiderium naturale de una visión divinizadora de Dios, pero, al mismo tiempo, insiste en que este deseo sólo lo puede alcanzar mediante la elevación del hombre por Dios a una semejanza, a una afinidad con Dios. Sólo por esta elevación realiza el hombre sus más profundas aspiraciones. Para la tradición cristiana no hay una auténtica “humanización” del hombre sin “elevación” (52).
(IV) A. v. Harnak y otros historiadores de su escuela han visto en la doctrina de la divinización la prueba más clara de una helenización del cristianismo en detrimento del moralismo religioso predicado por Cristo. Ciertos autores contemporáneos siguen pensando en esta línea y afirman, además, que la idea de divinización es extraña al hombre moderno, que busca la humanización del hombre más que su divinización. Otros teólogos rechazan la idea de la divinización por motivos propiamente teológicos, al afirmar que la finitud del hombre, su ser-hombre-y-no-Dios construye su alteridad con relación a Dios, que Dios mismo ha querido creando al hombre y que el hombre no debe de ninguna manera intentar trascender hacia una divinización. Otros, por fin, objetan que las expresiones “divinización” o “deificación” son ambiguas, llevan a confusión y no son bíblicas (53-54).
Los padres señalan que la deificación no podrá ser jamás autodivinización del hombre. Toda la tradición es unánime al decir que la divinización se realiza por gracia (56).
El hombre puede llegar a ser todo lo que es Dios, salvo la identidad de esencia, porque ha sido creado en vistas a tal participación. Ser creado a imagen y semejanza de Dios significa ser lanzado “proyectado” hacia una asimilación cada vez más perfecta con Aquel, del que el hombre es imagen. Es manifiesto que la divinización por gracia no es de ninguna manera la disolución de la natruraleza humana, sino la realización de su finalidad más íntima (56).
La divinización se sitúa en la restauración del hombre caído en su dignidad original. Si es evidente que la caída fue provocada por la perversión de la voluntad, la redención, en conscuencia, concierne al querer humano (57).
La theopoiesis es concretamente hyiopoiesis (57).
La gracia nos eleva y nos configura con Dios: nos confiere la capacidad de una bondad infinita, de la bienaventuranza divina, para la cual Dios nos ha creado y que nosotros no dejamos de buscar (62)
SESÉ ALEGRE, J.: Es una divinización que no es confusión; más aún, el alma santa intuye que si hubiera algún tipo de mezcla o confusión, ya no sería un amor genuino, porque ya no recibiría tanto, mereciendo tan poco: ya no sería el todo que se vuelca en la nada; e intuye también que, si hubiera igualdad de «condiciones» con Dios, perdería encanto ese amor (19).
SILANES, N.: Para los Padres, por tanto, las misiones de las divinas Personas prolongan en la Iglesia y en cada uno de sus miembros la vida misma, que el Hijo recibe del Padre, y el Espíritu de ambos. Toda la Trinidad se hace presente de un modo nuevo en los hombres incorporados a Cristo por la acción del Espíritu (185).
Ni de la enseñanza de la Escritura ni de los Padres se desprende lo que después se llamará “gracia creada” como “res creata”, sino más bien la comunicación inmediata de las personas del Hijo y del Espíritu Santo, que tienen como consecuencia la deificación del hombre (186).
La doctrina conciliar sobre el Espíritu como “alma de la Iglesia”, por su engarce con la teología de los Padres, favorece la comprensión patrística griega de la deificación del hombre (406).
Los efectos de la actuación del Espíritu Santo en la Iglesia se concretan en una doble vertiente: la deificación del hombre y otros muchos dones o carismas que se ordenan al crecimiento y desarrollo de todo el pleroma eclesial (427).
SIMEÓN EL NUEVO TEÓLOGO (949-1022):
Del mismo modo, en efecto, que jamás el Padre ignorará al Hijo, ni el Hijo al Padre, así no menos los santos, llegados a ser dioses por adopción por el hecho que tienen a Dios que habita en ellos, no se ignorarán unos a otros (Eth 1).
Él nos diviniza por el hecho de que somos incorporados en Él, carne de su carne y hueso de sus huesos (Eth 1).
¿Qué es, pues, Cristo sino Dios verdadero y hecho hombre perfecto verdaderamente?… ¿Para qué se ha hecho hombre Dios?… Es para hacer al hombre Dios (Eth 5).
Dame la gloria que te ha dado, oh Misericordioso, el Padre, a fin de que semejante a ti como todos tus servidores, llegue a ser dios según la gracia y esté contigo continuamente, ahora y siempre, por los siglos sin fin. Amén (Eth 5).
Dios nos hace coherederos y asociados de Dios y no sólo reyes, sino dioses, por un don de Dios, para compartir el gozo de Dios en los siglos de los siglos (Eth 10, 314-317).
Porque purificado por el arrepentimiento y por los torrentes de lágrimas, comulgando en su Cuerpo divinizado, como en Dios mismo, llego a ser también yo dios en esta unión inexpresable. ¡Ve qué misterio! El alma pues y el cuerpo…son un mismo ser en dos esencias. Ellos, que son uno y dos, porque han comulgado en Cristo y bebido su Sangre, unidos a las dos esencias y a las dos naturalezas de mi Dios, llegan a ser dios por su participación (Himno 30).
Por naturaleza soy hombre, por gracia soy dios (Himno, 30).
SOMME, L. TH.: (I) Nuestra filiación divina nos asimila libremente al Hijo único de Dios por su propio Espíritu de amor, que, derramado en nuestros corazones, nos regenera espiritualmente, habita en nosotros por la gracia y nos imprime la semejanza del Hijo, nos asimila y configura con Él, y constituye la prenda y las arras de nuestra herencia filial (159-160).
La filiación adoptiva es una semejanza participada de la filiación por naturaleza (329).
Nuestra filiación divina presupone una auténtica generación en la medida misma en que ella corresponde a una vida realmente divina. Tal es el caso: un ser espiritual y divino es comunicado al justo, a saber, la más alta semejanza participada de Dios, no solamente en tanto que ser, en tanto que viviente, en tanto que intelectual, sino según una participación de la deidad misma. Si es totalmente verdadero que la gracia no anula la naturaleza sino que la perfecciona, la divinización no sólo comunica un aumento de humanidad sino que también el sobrenatural que ella comunica es propiamente divino, aunque por participación solamente (350).
Somos regenerados como hijos de Dios por la gracia bautismal. La vida nueva que recibimos coincide con la deiformidad del obrar humano, es decir, con la capacidad para una naturaleza humana de realizar actos pertenecientes a la naturaleza divina. Puesto que el obrar sigue al ser, hay que remontar de la consideración de facto de un obrar deiforme al presupuesto de iure de una deificación en cuanto a la naturaleza (351-352).
(II) La divinización representa a la vez el anhelo imposible de una humanidad mortal y la asombrosa promesa del cristianismo transmitida de edad en edad…El Hijo de Dios se hace hombre y, por su humildad, su obediencia, su oblación, ha atravesado la muerte y nos ha comunicado, por su resurrección, la incorruptibilidad perdida. En adelante, la vida divina, la vida eterna, es ofrecida y comunicada a los hombres, de suerte que son adoptados por Dios como hijos (11).
¿De qué manera la encarnación del Verbo nos procura la filiación divina? Para explicarlo Santo Tomás recurre al concepto de asimilación a Dios. Asimilación significa a la vez transformación y unión. Llegar a ser por gracia lo que el Verbo es por naturaleza: hijos de Dios. Esta divinización puede, por tanto, traducirse en términos de asimilación a Aquel que nos hace participar en su propia vida divina. Esta asimilación se inaugura aquí, bajo el régimen de la gracia, para florecer en la gloria (17).
Nuestra filiación divina es el resultado del don por el que Dios nos hace participar de su propia vida. Es el fruto de una gracia filial (65).
Dios tiene el designio de hacernos participar de su propia vida. Adoptándonos no hace más que vernos como hijos suyos: él nos concede llegar a serlo realmente. La filiación divina que él nos concede por gracia es el medio por el cual nos diviniza (71).
La regeneración bautismal, que es el nuevo nacimiento por el cual llegamos a ser hijos de Dios, inaugura una vida espiritual: la vida divina, de la que, por don suyo, nos ha concedido participar (119).
SPICQ, C: La divinización del creyente se realizará por la unión y la conformidad con Cristo en Persona (235).
SPIDLÍK, T.: (I) Todo dinamismo del Espíritu Santo, que está en nosotros, consiste en ponernos en comunicación viva con Jesús y con el Padre, en “deificarnos”. A pesar de las pesadas hipotecas con las que se encontraba cargado, el vocabulario de la “deificación”, “divinización” (theosis, theopoiesis) debía imponerse a los Padres griegos como capaz de expresar la novedad de la condición en la cual la Encarnación del Hijo de Dios había restaurado al hombre. La divinización del hombre responde a la lógica interior de la “humanización” de Dios. Se trata de un misterioso intercambio en el que “cada uno hace suyas las propiedades del otro” [Teodoro de Ancira, In Nativitate 5] (77).
Atanasio, identificando claramente la filiación y la divinización, tiene mucho cuidado de señalar que esta asimilación a Dios no es una identificación: ella no nos hace “como Dios verdadero o su Verbo, sino como lo ha querido Dios que nos ha otorgado esta gracia” [Contra Arianos 3, 19]. En el Pseudo-Dionisio Areopagita la divinización se integra en el esquema neoplatónico del retorno a Dios (78).
Expresiones equivalentes.- Las palabras importan menos que la realidad que designan. En realidad, muchos autores no emplean ni theosis ni theopoiesis y prefieren atenerse al lenguaje de la Escritura: filiación adoptiva, regeneración, unción, parentesco, comunidad, familiaridad, nueva alianza, connaturalizad, conjunción, ligamen, imagen, mezcla (79-80).
Orígenes, y después de él parte de la tradición oriental, utiliza el carácter dinámico de la imagen: la imagen no es más que una divinización incoativa, su finalidad es parecerse a Dios lo más posible (86).
“El Verbo encarnado se ha hecho hombre, y el Hijo de Dios hijo del hombre, para permitir al hombre alcanzar al Verbo de Dios y, recibiendo la adopción, llegar a ser hijo de Dios” [Ireneo, Adv. Haer. III, 19, 1]. Este resumen de la Historia Santa, empleado con variantes en todas las épocas, está en la base de la enseñanza espiritual del Oriente cristiano. Esta enseñanza tiene como única finalidad la divinización del hombre (409).
SPITERIS, Y.: Dios es Trinidad porque es misterio de comunión y por ello hace participar al resto de seres de su vida interior. La participación en la vida divina es conocida en la tradición oriental como “divinización”…Dios crea al hombre a su imagen y semejanza…La verdadera imagen de Dios es Cristo y el hombre es imagen de la Imagen. Desde el mismo instante de la creación el hombre es “configurado con Cristo”. La divinización del hombre se identifica por ello con la cristificación (18).
La tradición oriental llama a la participación en la vida del Padre divinización o deificación, término usado como sinónimo de la “gracia santificante”. Tal vez no haya en la tradición patrística griega y bizantina concepto más significativo que el de la divinización. Con él se indica la relación entre Dios y el hombre y la misma antropología (37-38).
Las consecuencias de esta divinización invisten al hombre de todos sus aspectos. Alma y cuerpo son transfigurados, las facultades del creyente quedan enteramente espiritualizadas, ya que el bautizado se torna transparencia viviente de Dios, de aquel Dios que se entraña en el hombre. Pues bien, los efectos de la deificación son los siguientes: 1-El hombre de hace Dios por gracia. 2-La deificación afecta a la totalidad del hombre. 3-La visión de Dios. 4-La luz increada (42-47).
El hombre es definido por san Gregorio Nazianzeno como “el ser capaz de ser divinizado”. Siendo ya por creación imagen de Dios, todo lo que el hombre posee es para tender hacia Dios, del cual porta la imagen: el hombre tiende por naturaleza hacia Dios porque está hecho por Dios (61).
La divinización del ombre es realizada cuando formamos parte de Jesucristo; esta realidad es mostrada por el Nuevo Testamento con las fórmulas “ser en Cristo” y “ser revestidos de Cristo” (Ga 3, 27). La idea de una divinización del hombre responde a la lógica interna de la humanización del Verbo, y como tal esta enseñanza es prácticamente unánime en los padres griegos. De este modo la encarnación no es otra cosa que la plena realización del plan divino en divinizar al hombre. Cristo es verdadero hombre y verdadero Dios, y en él el hombre se hace verdaderamente Dios y puede ser divinizado…La encarnación del Verbo es inseparable de la divinización del hombre y resume la economía de un modo prospectivo, abrazando toda la obra divina de la salvación…La divinización del hombre a través de Cristo acontece ya con la misma encarnación de Cristo que “recapitula en sí” a la humanidad entera (78-79).
Dado que la divinización ha sido realizada por Jesucristo, los seres creados a imagen de Dios son vistos por los padres como una permanente actualización en Cristo (83).
La acción del Espíritu en la formación de la imagen de Dios en nosotros tiene otras implicaciones: el hombre es divinizado en el Espíritu y gracias a él nos hacemos partícipes de la naturaleza divina…Podemos esquematizar la acción del Espíritu en nuetra divinización del siguiente modo: 1-La divinización se lleva a cabo porque el Espíritu abre lo creado a unirse con lo Increado. 2- La divinización se presenta como inhabitación de Dios en nosotros. 3-La divinización es realizable porque en el Espíritu el hombre se convierte en “Hijo en el Hijo”. 4-La divinización del hombre en el Espíritu es llamada también “santificación”.
STAUDENMAIER, F.A.: Divinizarse consiste en que todas las potencias espirituales del hombre estén determinadas y sostenidas por Dios, que todas las actividades del alma estén hacia Él orientadas hasta el grado de tenerle por centro de sus operaciones, que todas las inspiraciones y sentimientos estén presididos por Él, que todo pensamiento piense especialmente en Él o en su Verdad, que toda contradicción y oposición posible entre su voluntad y la del hombre sea suprimida, y que, ante todo y de forma inmediata, el amor del hombre se refiera a Él, de manera que en este mismo amor quiera todo lo demás (Vol. III, 785).
STUDER, B.: La divinización del hombre constituye un tema fundamental de la patrística, especialmente de la griega (621).
El vocabulario en cuestión ha experimentado una notable evolución. Zeopoiein y sus formas diversas sólo aparecen desde Clemente de Alejandría en adelante. Por influencia de pseudos-Dionisio Zeosis se hizo más importante que zeopoiesis (621).
Los latinos, al interesarse más por la santidad moral e insistir consiguientemente más en la eliminación del pecado como culpa que en la liberación de la corrupción mortal, parecen estar menos abiertos a la divinización. Sin embargo, ésta no está ausente de la teología latina, aunque sea deudora de la griega y dependa de los mismos influjos filosóficos (623).

TAULERO: Una persona está deificada cuando ha sido formada en la forma divina, cosa que acontece cuando el alma posee por gracia todo lo que Dios posee por naturaleza (PT 162) unidad e unión
El hombre deiforme, gotforming, es aquella persona cuya alma está llena de Dios y el cuerpo lleno de sufrimiento (PT 253).
En el alma así divinizada Dios se ama, se conoce y goza de sí mismo; ella misma es plenamente semejante a Dios, igual a Dios, divina, se convierte por gracia en lo que Dios es por naturaleza, es elevada en Dios por encima de sí misma: en resumen, tanto tiene la apariencia de Dios que, si se vira, se tomaría por el propio Dios (Sermón 37).
La divinización es la divina y sobrenatural unidad de unión por la que el espíritu es atraído y absorbido en el abismo de su principio (Sermón 70).
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TERRIEN, J.B.: Me preguntáis por qué soy hijo de Dios, dios deificado (86).
Nuestra filiación divina no está basada sobre el acto natural, no sobre la operación creadora de los seres, sino sobre una adopción de gracia (267).
Los hijos de Dios son dios ellos mismos por gracia y participación. Terrien cita el comentario de San Agustín sobre el Ps 49: “es el mismo el que justifica y el que deifica, pues justificar es hacer hijos de Dios” (267). Y menciona varias imágenes patrísticas de la acción de Dios sobre las almas justificadas: acción de pintar sobre el lienzo (San Ambrosio), la acción del escultor sobre el mármol o sobre el bronce (San Basilio, San Cirilo de Alejandría), el sello sobre la cera (San Cirilo) o sobre la moneda, la acción del sol sobre los cuerpos que ilumina (268).
Es una misma cosa participar de la naturaleza divina y participar de la vida divina (268).
La sustancia de Dios se une a nuestra sustancia por su operación, es decir, como principio de nuestro ser y de nuestra actividad sobrenaturales (269).
De otra manera la gracia es causa de la unión. Ella pone al alma en posesión de Dios como objeto de conocimiento y de amor sobrenaturales (269).
THILS, G.: La presencia de las tres Personas no es una especie de yuxtaposición en el espacio; es una unión activa, eficaz. Dios se nos da para hacernos “deiformes”, semejantes a Él, participantes de su vida, de su conciencia, de su amor, de su gloria (75).
Así el don de la vida divina nos transforma interiormente, nos hace “semejantes” a Dios o “deiformes”.Pero seguimos siendo esencialmente distinto del Señor…
Así el hombre, sin convertirse en Dios, es “transformado”a su imagen y deviene semejante a Él (77).
TILLARD, J. M. R.: Donde no hay comunión con Jesucristo, no hay existencia cristiana (15).
TOMAS DE AQUINO (Santo):

La naturaleza divina no es comunicable a no ser según una participación de semejanza (Iª, q. 13, a. 9 ad 1).

El término Dios es comunicable, no ciertamente en toda su extensión, sino en parte, de modo que se llama dioses a los que participan por semejanza de algo divino, según aquello: Yo dije: dioses sois [Ps 81, 6] (Iª, q. 13, a. 9 in fine).

La filiación adoptiva es cierta semejanza de participación de la filiación natural (IIIª, q. 3, a. 5, ad 2).

La filiación adoptiva es una cierta semejanza de la eterna…La adopción, aunque es común a toda la Trinidad, sin embargo es apropiada al Padre como autor, al Hijo como ejemplar, al Espíritu Santo como el que imprime en nosotros esta similitud del ejemplar (IIIª, q. 3, a. 2, ad 3).

El don de la gracia está sobre todas las potencias de la naturaleza creada, porque no es otra cosa que la participación de la naturaleza divina, superior a toda naturaleza. Es, por consiguiente, totalmente imposible que una criatura produzca la gracia. El hierro no puede recibir las propiedades del fuego si no se mete en él, y en tanto en cuanto a él se una; por semejante manera, sólo Dios puede divinizar una criatura, admitiéndola a la participación de su divina naturaleza. Porque, así como sólo el fuego tiene el poder de ignificar, así ningún influjo puede divinizar el alma, si no es el de la divinidad, dando a un mismo tiempo al alma la participación de su semejanza y naturaleza ( STh I-II q. 112, a 1 ).

El don de la gracia excede toda facultad de la naturaleza creada, pues no es otra cosa sino una cierta participación en la naturaleza divina que excede toda otra naturaleza…Así es necesario que sólo Dios deifique, comunicando el consorcio de la naturaleza divina por medio de una cierta participación de semejanza (STh I-II q. 112, a 1).
La gracia…que ahora tenemos… es virtualmente igual a la gloria (STh I-II, q. 114, a 3,
ad 3).

En todo conocimiento el que conoce se hace semejante [“asimilado”] a la realidad conocida; por eso, los que ven a Dios son transformados de alguna manera en Dios. Si lo ven perfectamente, son perfectamente transformados; es el caso de los bienaventurados en la Patria [I Jn 3, 2]. Si lo ven imperfectamente, son imperfectamente transformados. Es el caso de este mundo por la fe; ahora vemos en un espejo [I Cor 13, 12] (In Co 13, 12).

La fe es el hábito de la mente, por el que se tiene una incoación en nosotros de la vida eterna (STh II-II, 4 a 1).

Dos son los dones de Dios que nos alejan del pecado: uno es el conocimiento de la verdad…otro es el auxilio de la gracia interior, al que se opone “la envidia de la gracia fraterna” (STh II-II, 14, 2 ad 4).

La gracia y la gloria están en el mismo género, porque la gracia no es otra cosa que un anticipo o incoación de la gloria en nosotros (STh II-II, 24, 3 ad 2).

Llegamos a ser hijos adoptivos de Dios por asimilación al Hijo natural de Dios (Contra Gent. IV, 24).

El Hijo único de Dios, queriendo hacernos partícipes de su divinidad, tomó nuestra naturaleza, a fin de que, hecho hombre, divinizase a los hombres (Opúsculo 57, lect. 1-4).

TURRADO, L.: Hechos, 17, 28-29: Pablo hace dos citas de poetas griegos, de las que se vale para recalcar la idea de que Dios no está lejano a nosotros, como algo a que nos es imposible llegar, sino que vivimos como inmersos en él y somos linaje suyo. Las citas son dos: una implícita y otra explícita. La primera reproduce casi literalmente este verso de Epiménides de Creta (s. VI a. C.) en su poema Minos…la segunda reproduce un verso de Arato (s.III a. C.) en el poema Fenómenos. Casi el mismo verso se encuentra también en Cleantes (s. III a. C.) en su Himno Zeus. Cleantes y Arato pertenecen a la escuela estoica…Es evidente que Pablo, después de lo que ha dicho de Dios creador (v. 24-26), al citar estas expresiones de concepción panteísta, las emplea desde su punto de vista monoteísta. Lo que trata de afirmar con la primera cita es que dependemos de Dios en todo, hasta el punto de que sin él no podríamos continuar viviendo, moviéndonos y ni aun existiendo (162-163 y nota 9).
VERDÚ BERGANZA, I.: Es un hecho constatable que Eckhart conoció la obra del Pseudo Dionisio Areopagita, al que cita en numerosas ocasiones…Los planteamientos dionisianos respecto del conocimiento de Dios (teología negativa o apofática) y de la divinización del hombre, una divinización que supone tres fases: purificación, iluminación y, finalmente, unión (mística) en Dios, recorren toda la obra del Maestro Eckhart (443).
Por su parte, la divinización del hombre es posible porque Dios mismo, en la persona del Hijo, se ha hecho hombre. La tesis de que “Dios se hizo hombre para que el hombre se haga Dios” se convirtió en un lugar común entre los místicos renanos. No era una idea nueva, pero en Eckhart pasa a ser un elemento fundamental de todo su pensamiento (443).
Así, pues, podríamos concluir aquí, afirmando que la mística de Eckhart propone una divinización, un hacerse uno con Dios, a través del intelecto, y de carácter intelectual. Pero sin ser del todo falso, no sería del todo cierto. Y no lo sería porque nada de todo esto es posible sin la gracia de Dios (447).
El hombre divinizado es el hombre absolutamente desprendido, separado de todo, vacío incluso “de todos los rezos”, ya que “su oración no es otra cosa que ser uniforme con Dios” [Tratado del desprendimiento](451).
Para Eckhart es un hecho que Dios en la persona de su Hijo es hombre y, por ello, los hombres pueden hacerse Dios. Este es el misterio de la encarnación del Verbo. Y, de acuerdo con otro hecho incuestionable, que el Hijo, sin dejar de ser hijo, es Uno,como lo es el Padre y lo es el Espíritu, también nosotros, Hijos adoptivos de Dios por la gracia, podemos ser Hijos y, sin confundirnos, ser Uno (452).
VICENT, M.: Empleo de diversos vocablos, que evocan las dos opciones (divinización y humanización) en los textos del Concilio: – Términos que evocan la divinización: 151 veces, gracia; 31 veces, redención; 159 veces, salus-salvación; 34 veces, celeste -bien celestial, ciudad celeste-. Términos que evocan la humanización: 33 veces, humanidad; 420, humano; 4 veces, humanamente; 36 veces, terrestre -ciudad terrestre, bienes terrestres- (433, en nota 1).
l-La divinización: a) La dignidad de la persona reside en la comunión con Dios…Este fin único del hombre, la comunión con Dios, es, según los Padres conciliares, el aspecto más sublime de la dignidad humana [GS 19]. d) Génesis de esta comunión con Dios: La esperanza escatológica de comunión con su Dios, el hombre la recibe desde su nacimiento…De esta invitación a vivir en comunión con Él, Dios es instigador, iniciador (433-435).
2-La humanización como consecuencia de la divinización del hombre: Si los padres conciliares han reafirmado con vigor la vocación del hombre a la divinización, ellos no han limitado su perspectiva a un agustinismo extremo…La cooperación del hombre en la obra de la creación y de la humanización corresponde al designio de Dios sobre el mundo (435-437).
3-Reconciliación de la divinización y de la humanización: La actividad humana es pues buena, querida por Dios. El hombre es asociado a Dios, él se crece y crece con los otros…Toda actividad humana debe ser integrada en el misterio pascual, misterio de salvación de todos los hombres (437-439).
Conclusión: Los Padres conciliares reconocen que todo progreso humano es una primera etapa para la divinización y recíprocamente que la acción de Dios en el hombre, lejos de alienarle, le hace más hombre (439).
YANGUAS, J.M.: La divinización es el fin y el culmen de la vida cristiana, “el colmo de todos los deseos”, como diría Basilio. El Espíritu divino es quien causa en nosotros esa semejanza divina. La divinización del cristiano, su nueva condición de hijo de Dios, la purificación mediante el Espíritu nos hace verdaderamente libres. Él es realmente Espíritu de libertad (528-529).
ZUBIRI, X.: Para un latino el problema de la gracia va subordinado a la visión beatífica en la gloria, a la felicidad; para un griego la felicidad es consecuencia de la gracia entendida como deificación (402).
Junto a esta efusión creadora por la que Dios produce las cosas, ha realizado una segunda efusión ad extra. Si queremos encontrar un nombre genérico para designarla, la llamaremos deificación. La deificación no es, propiamente hablando, creación. En la creación se producen cosas distintas de Dios; en la deificación Dios se da personalmente a sí mismo. Es una efusión donante a la creación. Vista desde las criaturas, es una unificación de ellas con la vida personal de Dios. El ciclo del amor extático divino se completa de esta suerte. En la Trinidad, Dios vive; en la creación, produce cosas; en la deificación, las eleva para asociarlas a su vida personal (445).
San Pablo lo ha expresado claramente: la deificación del hombre consiste en una filiación adoptiva (458).
Mientras Dios ha deificado a Cristo dándole su propio ser personal divino, deifica a los demás hombres comunicándoles su vida, que deposita en ellos una impronta de la naturaleza divina: es lo que la gracia tiene de «ser». Como esta impronta procede de Dios mismo, por vía de impresión y de expresión formal, es una semejanza con la naturaleza divina, y, por tanto, al recibir nosotros una naturaleza deiforme, somos realmente hijos de Dios. La deificación del hombre es real, pero, si se quiere, accidental: es algo añadido al ser humano, pero nada constitutivo suyo: es lo que justifica el nombre de kháris, gracia (459).
En rigor, pues, no es que la gracia como semejanza natural con Dios atraiga hacia sí a la Trinidad, sino que más bien expresa que la Trinidad se mantiene en el alma del justo confiriéndole una segunda naturaleza deiforme (464).
La naturaleza humana de Cristo, según vimos, está sumergida en la divina. En nosotros no es así. Pero por la gracia hay una inserción de nuestra vida entera en Dios. Es lo que San Juan expresó con la metáfora del injerto. La posesión de la gracia es, por tanto, rigurosamente hablando, una vida sobrenatural consecutiva a nuestra deificación (465).
Esta unidad deificante del amor es ya una realidad, según acabamos de ver. La vida eterna, por tanto la gloria, es ya una realidad (478).

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ZINCONE, S., Grazia divina nei Padri antiocheni, Dizionario di Spiritualità Biblico-Patristica, Vol. 31, Roma 2002, 262-269.
ZUBIRI, X., Naturaleza, Historia y Dios (Dios y la Deificación en la Teología Paulina), Madrid 1999 (399-478).
ZWANEPOL, K., Luther en Theosis, Luther-Bulletin. Tijdschrift voor interconfessioneel Lutheronderzoek 2 (1993): 48-73; English abridgment in Luther Digest 5 (1995): 177-181.

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ÍNDICE

SAGRADA ESCRITURA
Salmo 81
Evangelio según San Juan 10, 34
Segunda Carta de San Pedro 1, 4b
Otros textos

SANTOS PADRES

LA DIVINIZACIÓN DEL HOMBRE EN OS SANTOS PADRES
La Tradición y los Padres de la Iglesia
Autoridad de los Padres
Teología Patrística sobre la divinización del hombre

TEXTOS PATRÍSTICOS
San Ignacio de Antioquia
San Justino
San Teófilo de Antioquia
San Ireneo
Clemente de Alejandría
San Hipólito
Orígenes
San Hilario de Poitiers
Dídimo de Alejandría
San Atanasio
San Basilio de Cesarea
San Gregorio Nacianceno
San Gregorio de Nisa
San Ambrosio
San Juan Crisóstomo
Teodoro de Mopsuestia
San Agustín
San Cirilo de Alejandría
San Proclo de Constantinopla
San Pedro Crisólogo
San León Magno
Seudo-Dionisio
San Máximo el Confesor
San Juan Damasceno

EL TESTIMONIO DE LA LITURGIA

LEX ORANDI LEX CREDENDI

TEXTOS LITÚRGICOS
I-Misal:
Ofertorio
Canon
Prefacios
Rito de la Comunión
Oraciones:
1-Tiempo de Adviento
2-Tiempo de Navidad
3-Tiempo de Cuaresma
4-Tiempo de Pascua
5-Tiempo Ordinario
6-Solemnidades del Señor
7- Otras
II-Ritual del Bautismo:
Renuncias y Profesión de fe
Recitación de la Oración Dominical
Bendiciones
III-Liturgia de las Horas:
El Oficio Divino
Oraciones
Preces
Oficio de Lecturas:
1-Tiempo de Adviento
2-Tiempo de Navidad
3-Tiempo de Pascua
4-Tiempo Ordinario
5-Solemnidades del Señor
6-Memorias de los Santos
Antífonas

MAGISTERIO

ENSEÑANZAS DEL MAGISTERIO
La Gracia
Lo que no es la deificación
La Santísima Trinidad y la deificación

TEXTOS DEL MAGISTERIO DE LA IGLESIA
San Dámaso I
Concilio Toledano IV
Concilio Constantinopolitano III
Juan XXII
Pío V
Inocencio XI
León XIII
Pío XII
Juan XXIII
Concilio Vaticano II
Pablo VI
Juan Pablo II
Benedicto XVI

CATECISMOS
Catecismo Romano
Catecismo de la Iglesia Católica
Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica

COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL
Documento “Teología-Cristología-Antropología” (año 1981).

TEOLOGÍA

LOS TEÓLOGOS Y LA DIVINIZACIÓN DEL HOMBRE

REFLEXIÓN TEOLÓGICA
Alberto Magno (San), Argárate, Arróniz
Beltran, Baltasar, Barzaghi, Biffi, Boff, Boros, Buenaventur (San)
Cabasilas, Capánaga, Capdevila, Carbone, Cerfaux, Colzani, Comité para el Jubileo del año 2000, Congar, Corbon,
De Angelis, De Libera, Díaz Lorite, Dockx, Durrwell,
Emery,
Farrugia, Fernández Jiménez, Fransen, Flick-Alzeghi, Forte, Fromm,
Galindo Rodrigo, García de Haro, Gelabert, Gillet, González-Ayesta, Granados García, Grossi, Guillermo de Saint-Thierry,
Honorio de Autun,
Isaac de Stella, Isaac el Sirio
Jeremias, Juan de Avila (San), Juan de la Cruz (San),
Küng,
Ladaria, López de Meneses, Lorda
Mausbach, Moltmann, Mussner,
Nicola
Ocáriz, Oroz Reta,
Pane, Pesch, Philipon, Philips, Pruche
Rahner, Ramièr, Ratzinger, Rondet, Rubini, Ruiz de la Peña,
Salguero, Sayés, Scaltriti, Scola, Schillebeeckx, Schlier, Schmaus, Schmitz-Perrin, Sesé, Silanes, Simeón el Nuevo Teólogo, Spicq, Spidlik, Spiteris, Schönborn, Somme, Studer.
Tauler, Terrien, Thils, Tillard, Tomás de Aquino (San), Turrado.
Verdú, Vicent
Yanguas
Zubiri
BIBLIOGRAFÍA

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