BRUJAS Y HECHICERAS EN LA PUEBLA DE MONTALBÁN

 

            BRUJAS Y HECHICERAS

    EN LA PUEBLA DE MONTALBÁN

 

MARIANO ESTEBAN CARO

1-HECHICERÍA Y SUPERSTICIÓN EN LA PUEBLA

En el Archivo Histórico Nacional se conservan todos los expedientes del tribunal de la Inquisición de Toledo. Entre ellos hay varios relacionados con vecinos de La Puebla de Montalbán, que tratan sobre limpieza de sangre o sobre problemas de fe y moral. En los tres siglos de existencia del Tribunal de la Inquisición se abrió expediente a tres mujeres de La Puebla, a las que se acusaba de hechicería o brujería y curanderismo: La Manjirona en el siglo XVI, La Tendera en el XVII y La Tía Fruncida en el XVIII. Hay un cuarto expediente iniciado en Torrijos (María López Sarria, siglo XVII), que se refiere a hechos acaecidos en La Puebla durante más de dos años. Se ha perdido el expediente de Mayor de Monzón, conocida como la Física de La Puebla, que fue llevada a la hoguera hacia 1528.

Estas prácticas de hechicería y superstición estaban muy generalizadas en los siglos XIV y XV así como en los siglos siguientes. La presencia árabe y judía en Toledo ejerció gran influencia entre sus habitantes. Sobre el suegro de Fernando de Rojas, llamado Álvaro de Montalbán (preso en 1525) y sobre sus padres, fue preguntado Alonso Ruiz, párroco de San Ginés de Madrid, quien “dixo que los padres ha oydo decir que son de la dicha Puebla, y que en toda la dicha Puebla apenas ay persona que no sea reconciliado” (judío converso). Algunos historiadores aseguran que La Puebla “era una antigua ciudad poblada desde los primeros años por habitantes judíos”. (S. Gilman, La España de Fernando de Rojas, pg. 235).

LA JUDERÍA DE LA PUEBLA o Barrio de los Judíos , separado del núcleo de la villa por el Arroyo Malacate, surgió -no se sabe cuándo- como consecuencia de la normativa del Concilio IV de Letrán (año 1215) sobre judíos: debían llevar una vestimenta especial y vivir en sus propios barrios. Normas que se fueron recogiendo a lo largo de los siglos posteriores en varios sínodos diocesanos, entre otros el de Toledo celebrado en 1323. La aljama de La Puebla en 1474 pechaba 800 maravedís. El Barrio de los Judíos, según planos antiguos, ocupaba una extensión mayor que en la actualidad. En cuanto al emplazamiento de la sinagoga parece que estaba cerca del terreno que ocupa el convento de los Franciscanos (Cantera Burgos). “Hoy sabemos que dicha sinagoga judía lindaba con la calle de los Alfares y esta calle tiene su comienzo precisamente en la plaza del convento” (Julián Martín-Aragón).

MORISCOS EN LA PUEBLA.-Como en otros lugares del Reino de Toledo, después de la reconquista, también en las tierras de La Puebla de Montalbán quedó una población musulmana significativa, aunque no numerosa. Era la tierra donde habían nacido y se decidieron por la conversión para quedarse aquí. Fueron conocidos como mudéjares, que se dedicaban a la alfarería, a la producción de tejas, a la carpintería y a la albañilería (alarifes); también se dedicaron a trabajar como arrieros, en la pastoría o en la huerta («una huerta es un tesoro si el que trabaja es un moro», decía un refrán). Adoptaron nombres cristianos y mantenían el habla de sus antepasados (“la algarabía”). Pero no renunciaron a sus señas de identidad en el vestir o en la construcción (estilo mudéjar).

A estos moros antiguos locales se unieron los deportados desde las Alpujarras en el Reino de Granada en tiempos de Felipe II (1568-1570). A Toledo llegaron unos 7.500 (a Torrijos, un centenar de familias muy pobres y manteniendo sus costumbres). Se dedicaron al campo o trabajaron como arrieros y acarreadores, herreros y curanderos. Una de las supersticiones más comunes entre los moriscos era adivinar el futuro con el juego llamado “Suertes Dulcarnia” a base de dados. También gustaban de tomar bebedizos mágicos o “anoxaras” para evitar las calamidades. La creencia en el influjo de los astros estaba muy extendida así como el uso de hierbas recogidas en la noche de San Juan o a la luz de la luna. La creencia en los conjuros estaba muy arraigada. Una real Cédula de 4 de mayo de 1499, ya señalaba que los gitanos, los mudéjares y los moriscos solían andar juntos “haciéndose hechiceros, adivinos y otras cosas”.

En la expulsión de los moriscos del año 1610 de La Puebla de Montalbán salieron 16 familias: en total 68 personas, con una media de 4,25 miembros por familia, que hasta entonces habían pagado sus censos y hecho compra-ventas. Alguno era propietario de una viña. Según las normas diocesanas los moriscos en La Puebla de Montalbán estaban obligados a asistir a misa mayor los domingos en la iglesia de San Miguel así como a la enseñanza de la doctrina cristiana (catequesis), que el sacerdote encargado de esta misión debía impartirles semanalmente. Así lo exigían reiteradamente cuando venían a La Puebla los visitadores eclesiásticos para cumplir lo mandado por varios sínodos diocesanos celebrados en 1580, 1582, 1596 y 1601, presididos sucesivamente por los Cardenales Quiroga, Archiduque Alberto y Bernardo Sandoval y Rojas. Se utilizaba un catecismo para los conversos procedentes del Islam, que, por mandato del Cardenal Cisneros, se imprimió en Toledo en el año 1500. Había sido preparado por el doctor García de Villalpando y se titulaba «Instrucción de la vida cristiana para los moriscos nuevamente convertidos». El clero asumió la misión de cristianizarlos, aculturizándolos a la vez.

Por las recomendaciones de los visitadores eclesiásticos, parece que muchos moriscos de La Puebla no cumplían con estas obligaciones o practicaban la «taqiyya» u ocultación de la fe musulmana para evitar perjuicios.

LA CELESTINA.-Ya a finales del siglo XV Fernando de Rojas refleja en la Celestina este tipo de prácticas. En el acto tercero Celestina habla de su aceite de serpiente, sus alfileres, la sangre del murciélago, la pelleja del gato negro, los ojos de la loba, la sangre del macho cabrío y los ungüentos. Todo ello le servía para conseguir que otras personas quedaran atadas a su voluntad. Lo que para Fernanfo de Rojas era una genial ficción en su tragicomedia, debía ser muy conocido para las gentes más sencilla. En La Puebla «entre la Celestina y estas hechiceras de carne y hueso la influencia se ejercía en ambas direcciones (S. Gilman, pg. 233).

2-NOMBRES Y UTENSILIOS

En los diversos expedientes, que sobre hechicería y brujería hizo el tribunal de la Inquisición de Toledo durante los siglos XVI al XVIII, aparecen los apodos por los que se conocía a estas mujeres. Las tres de La Puebla se llamaban La Tendera, La Manjirona y La Tía Fruncida. Muy expresivos eran los de otras brujas y hechiceras de varias poblaciones: La Gorrinera (de Lillo), La Cacha (de Madridejos), La Fandanga (de Talavera), La Carranza (de Toledo), La Albardera (de Getafe).

Estas mujeres utilizaban los más variados elementos para sus hechicerías: sal, aceite, pelos, espejos, vinagre, polvos de diversa procedencia, un sapo, el corazón de una res, varias figuras, caldo de gallina y gato negro mezclados, el hígado de un gallo viejo, estiércol de cabra, trozos de culebra, cebolla, orines añejos, caldo de mondongo, leche de mujer, orines de rocín, canela, clavos, anís, cominos. Algunas utilizaban los sahumerios a base de quemar mezclados trapos viejos, sal, romero, granos de trigo y de centeno, culantro, pimienta, pelos y estiércol de varios animales.

3-HECHICERAS EN POBLACIONES CERCANAS

Entre los siglos XVI al XVIII hubo hechiceras en Alcabón, Fuensalida, Torrijos, Santa Olalla, Casar de Escalona y Puebla de Montalbán. También en Talavera y Toledo.

TORRIJOS: En el año 1662 se abre expediente a María López Sarria (Leg. 89, núm. 149), que curaba y hechizaba –según decían- a base de bolsitas preventivas. También era vecina de Torrijos María Sánchez de la Rosa, curandera y vendedora de vino, que traficaba con la honra de su hija; ésta curandera fue penitenciada en el año 1701 (Leg. 96, núm. 256, 257, 258).

ALCABÓN: En el año 1664 se actúa contra Ángela Rodríguez, curandera y hechicera en Alcabón, que también trabajaba en Fuensalida (Leg. 89, núm. 140).

SANTA OLALLA: En el año 1635 la gitana María Hernández es sacada de la cárcel de Santa Olalla por el tribunal de la Inquisición debido a su estado de salud (Leg. 88, núm. 123). En el año 1747 María Bajo, vecina de Santa Olalla, es acusada de utilizar dulces para que un hombre aborreciera a su mujer (Leg. 82, núm.21).

OTRAS POBLACIONES: De Toledo eran María Guevara, Leonor Berzana e Isabel Bautista. En Talavera actuaba la Fandanga y en el Casar de Escalona se acusó a tres mujeres de practicar la Brujería, que eran mendigas y de poco entendimiento.

Son de destacar varias mujeres en el siglo XVIII, que se hicieron pasar por brujas en la provincia: En el año 1702 se acusó a las brujas de Toledo capital de provocar varios torbellinos con gran ruido y espantosas figuras (Leg. 85, núm. 62). En Lillo había otra, que era “capitana” de siete brujas de la comarca, de las que se decía que eran capaces de abrir las puertas con un alfiler (Leg. 86, núm. 82).

 4-BRUJAS DE LA PUEBLA EN EL SIGLO XVI

LA MANJIRONA (SIGLO XVI)

LOS HECHOS: la Justicia Real había abierto un proceso contra Inés Alonso, La Manjirona, de La Puebla de Montalbán por hechos ocurridos en esta población y denunciados por Pedro Palacios, alcalde ordinario y por Alonso Téllez Girón, señor de la villa por, según se decía, haber matado con hechicerías a varios hombres y mujeres. Especialmente, la denuncia se produjo por el suceso ocurrido en el Carpio: La Manjirona había hechizado a Juana Ruiz, que estaba enferma a causa de una figura de plomo, que había puesto La Manjirona un año antes debajo de una higuera en el patio de la mujer enferma.

Juana Ruiz y su marido Bernabé Sánchez, que era tejedor, llamaron a la Manjirona para que hiciera desaparecer el maleficio. La hechicera rompió la figura. La enferma mejoró. La Manjirona quitó el hechizo a Juana Ruiz, para lo cual puso los trozos de la figura de plomo en una cuchara. Se produjo tal estrépito que pareció hundirse la casa.

CONDENADA A GARROTE VIL.-El tribunal de la Inquisición de Toledo, a petición del fiscal, impuso a la Manjirona la siguiente condena: “Condeno a la dicha Ynés Alonso a la pena de muerte natural, que le será dada de esta manera, que sea cavallera en un asno con una soga de esparto a la garganta y las manos e pies atados, con una coroça en la cabeça pintada como se suele e acostumbra pintada en escarmientos de semejantes delitos con alta boz de pregonero que magnifique este su delito y sea llevada hasta fuera de esta dicha villa y al campo que ally sea puesto un palo con una argolla puesta y una estaca por debaxo la cual argolla sea puesta a la dicha Ynés Alonso y de la garganta que allí le sea dado garrote hasta que naturalmente muera e después de muerta sea quemada y hecha polvos”.

Es posible que “el campo” del que habla la sentencia estuviera en el paraje de La Puebla conocido como la Cruz Verde (hoy calle), hasta donde se llevaba a los que iban a ser ajusticiados. De madrugada los reos a pie, con sambenito y coroza o capirote, salían en un cortejo, encabezado por la Cruz Verde de la Inquisición llevada por el fiscal a caballo. La ejecución se anunciaba con el redoble de unos tambores de parche flojo, no tirante, que se llamaban «cajas destempladas», de donde ha quedado la expresión.

APELACIÓN.-Pedro Sánchez de la Rosa, que era el otro alcalde de La Puebla apeló esta sentencia, alegando que no estaba permitido dar tormento a gente de la edad de la Manjirona, que tenía 90 años cumplidos. Alegó que por miedo al tormento Inés Alonso había declarado en su perjuicio todo lo que se le había preguntado. Pasó muchos años en la cárcel de la Inquisición de Toledo.

El proceso contra La Manjirona fue suspendido por el Tribunal de la Inquisición en el año 1524 (Leg. 82, núm. 7).

LA FÍSICA (SIGLO XVI)

Mayor de Monçón, conocida como La Física de La Puebla de Montalbán, no era una curandera aficionada como La Manjirona. Hay datos para afirmar que esta mujer de carácter fuerte era una profesional destacada, que a veces citaba a Aristóteles y conocía la situación de todos sus compañeros de prisión. Apresada en 1514, estuvo encarcelada durante mucho tiempo en las mazmorras de la Inquisición de Toldo, donde seguía en 1518. Aislada y sujeta con cadenas. El expediente de La Física está perdido.

Fue llevada a la hoguera un poco antes de 1529, año en que su hijo Diego Adrada de La Puebla fue denunciado por no llevar el “sambenito” (especie de poncho de tela basta), a lo que estaba obligado por ser hijo de una ajusticiada.

La Física es considerada como una verdadera “Hechicera de carne y hueso” (Stephen Gilman (pg. 232-233).

5-EL SIGLO XVII

EL SIGLO DE LA CAZA DE BRUJAS

El siglo XVII estuvo marcado por “la caza de brujas” y las artes mágicas, sobre todo en Toledo (“ciencias toledanas” o “artes toledanas”). En el siglo XVII al rey Carlos II (1665-1700) el pueblo le llamaba el “Hechizado”: En el siglo XX Marañón le hubiera diagnosticado “panhipopituitarismo y progeria” (una enfermedad genética caracterizada por envejecimiento brusco y prematuro). Fue famoso el convento de San Plácido en el centro de Madrid desde 1625: llegaron a tener síntomas de posesión diabólica 22 hermanas de la comunidad. Incluso el pueblo de Madrid hablaba del rey Felipe IV, enamorado de una de ellas, a la que encontró muerta en su celda.

En La Puebla, según algunos historiadores, había en estos años un “núcleo brujeril” situado en el Callejón de las Brujas: La Tendera, Las Claudias y Juana La Dientes. En este Callejón de las Brujas vivía también una endemoniada o “energúmena”, llamada Ana de Borja. A todas ellas hay que añadir una curandera-hechicera, llamada Isabel López Sarria, que llegó a La Puebla en 1657, donde ejerció su oficio muy activamente durante dos años.

UNA ENDEMONIADA EN LA PUEBLA

Entre la documentación de la Inquisición de Toledo está registrada una actuación de su tribunal en el año 1625 relacionada con la investigación de otra mujer de La Puebla, llamada Ana de Borja. Estaba muy enferma del corazón. Desde niña quiso ingresar en el convento como religiosa. Pero esta dolencia se lo impidió. En La Puebla vivía en el Callejón de las Brujas.

Con mucha frecuencia, al recibir la comunión, entraba en éxtasis y apretaba los puños con mucha fuerza, clavándose las uñas en la palma de la mano, sin que hubiera forma de abrírselos. Así podía pasar varios días. Otras veces, cuando entraba en trance, profería palabras obscenas o insultantes e incluso blasfemas.

Muy posiblemente fuera familia de Margarita de Borja la bruja de Toledo que conjuraba a las estrellas y que fue condenada en el auto de fe celebrado el día 1 de noviembre de 1616 (leg. 83, nº 3) en presencia de Felipe III y su familia.

En varias ocasiones Ana de Borja fue exorcizada. Y durante estas ceremonias le cambiaba la voz imitando al diablo. Para los exorcismos se utilizaba el Ritual Toledano, que había sido adaptado a la normativa del Concilio de Trento, clausurado en 1563, y al Ritual Romano de Exorcismos de 1614 preparado bajo la autoridad del Papa Pablo V (1605-1621). La ceremonia del exorcismo se hacía en la iglesia con la asistencia de la feligresía. La realizaba el párroco en presencia de un clérigo de grado inferir y acompañado por un médico y un familiar del endemoniado.

Recomendaba el ritual que el párroco exorcista no creyera fácilmente que aquella persona estaba poseída por el demonio, “pues puede ser que se tratara de una enfermedad del corazón o de la mente, en cuyo caso es el médico el que debe actuar”. Así opinaba Erasmo de Rotterdam en su “Elogio de la Locura” (1511).

El sacerdote debía estar revestido con la sobrepelliz y con estola morada y preparada una cruz, agua bendita y candela encendida. El “energúmeno” o poseído, de rodillas ante el sacerdote, que, mirando al pueblo, comenzaba la ceremonia diciendo: “en el nombre del Padre…”. Recitaba varias oraciones. En la fórmula del exorcismo se invocaba a la Santísima Trinidad para que el “inmundo espíritu” saliera de aquella criatura por la fuerza del Señor. El párroco exorcista besaba el libro de los evangelios, que ponía sobre la cabeza del “energúmeno” así como la parte extrema de la estola. Después daba la cruz al “energúmeno” para que la besara. Si el poseído no quedaba liberado con estos ritos, el exorcista recitaba las letanías de los Santos y hacía nuevas oraciones.

Este caso de Ana de Borja en 1625, lo recoge Cirac Estopañán entre los procesos de hechicería en la Inquisición de Castilla la Nueva de los Tribunales de Toledo y Cuenca (Madrid, 1942). El tribunal de la Inquisición de Toledo suspendió el expediente de Ana de Borja al poco de iniciarlo.

LA TENDERA (SIGLO XVII)

Isabel López, La Tendera, vecina de La Puebla, fue acusada de hechicería en el año 1632. Utilizaba bolsitas de tafetán negro que contenían diversos polvos así como hierbas secas, para conseguir amores y poner paz entre los esposos.

En el expediente de La Tendera aparece cómo en una ocasión dio cuatro bolsitas de éstas a una mujer para que su marido no perdiera en el juego ni recibiera mal alguno y “entre sí tuvieran paz y gusto”. Según La Tendera, dos bolsas debía llevar el marido y otras dos la mujer.

Algunos historiadores de estos fenómenos  hablan también de otras brujas en La Puebla de Montalbán en esta época de La Tendera, como «Las Claudias» y  Juana «La Dientes».

El expediente de Isabel, López La Tendera, se abrió en el año 1632 (Leg. 89, núm. 145).

6- LA TÍA FRUNCIDA (SIGLO XVIII)

Isabel Payo, más conocida como La Tía Fruncida, fue acusada por el Tribunal de la Inquisición en el año 1758. Se la acusaba de entrar en las casas por agujeros muy pequeños y de que algunas veces se convertía en “botija de alfar”, así como de tener en una tinajilla miembros de hombres. Decían que en su casa se oían ruidos de sonajas, panderetas y cascabeles, que producían gran miedo en el vecindario.

A La Tía fruncida se le achacaba el poder de dominar voluntades de otras personas, sin que se sepa qué medios utilizaba. Este maleficio era conocido como “ligamen”; es el que practicaba “Celestina”. Se la acusó de brujería porque se decía que había visto en sueños a su hija adoptiva.

También se la acusó de volar por el aire pintarrajeada a ranchos con aceite verdoso, que tenía en un pellejo de bota, y con manteca que guardaba en un tarro de vidrio.

Fue La Tía Fruncida una bruja, que tuvo atemorizado al vecindario de La Puebla de Montalbán a mediados del siglo XVIII. El expediente a esta bruja lo inicia el Tribunal de la Inquisición de Toledo en el año 1758, suspendiéndolo en 1759 (Leg. 93, núm. 207).

7-LAS ANDANZAS DE MARÍA LÓPEZ SARRIA

LLEGA A LA PUEBLA.-María López Sarria procedente de El Casar de Escalona, en 1657 llega a La Puebla de Montalbán, con su marido y dos hijos, para dedicarse a la curandería. Se instalaron en el Barrio de Los Labradores, en la casa del “Cebollano Viejo”; después, vivieron en el Barrio de Los Judíos. Cuando llegó a La Puebla María era “una mujer de treinta años, recia, blanca y bermeja (pelirroja) y con unas manchas, en la cara como quemada”.

En 1657 la actividad de María la Curandera no era desconocida para las gentes de La Puebla. Con el nombre de “Callejón de las Brujas” se conocía en La Puebla, ya antes de 1524, a un muy estrecho (1,05 ms) y lóbrego pasadizo, cercano al Convento de Franciscanos.

María López Sarria es juzgada en el tribunal de la Inquisición como “vecina de Torrijos”. Pero en su expediente (Leg. 89, núms. 148 y ss), están registradas las informaciones de mucho pueblanos sobre las actividades de María durante su estancia en La Puebla. Es, por tanto, una buena fuente para conocer no sólo sus andanzas “profesionales”, sino también la vida y costumbres en la Villa a mediados del siglo XVII.

EL ROBO DE ARCABUCES.-Lorenzo de Lasarte, guipuzcoano y vecino de La Puebla, regentaba una ferretería-armería. En la semana de la fiesta del Cristo de 1657 le robaron dos arcabuces que tenía en un cajón de su tienda. A los pocos días vino a su casa una mujer llamada María López Sarria, asegurándole que aquellos arcabuces no tardarían en aparecer. Efectivamente, a los quince días, se vio en el arroyo del Valle a un pastor con uno de los arcabuces. El otro lo tenía su amo, que era el alcalde de El Carpio.

DENUNCIA DEL CIRUJANO.-Bernabé Sánchez Medina era el cirujano, sangrador y barbero en La Puebla de Montalbán. Se enfrentó a María en varias ocasiones por razones profesionales. Ella alegaba que podía intervenir en la curación de enfermos porque estaba autorizada por el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición. Licencia que el cirujano negaba. María es denunciada por el cirujano ante el Inquisidor de La Puebla, al haber intentado curar a una paciente suya.

 EL CRIADO DEL BENEFICIADO.-Don Juan Moreno del Valle, beneficiado de la Parroquia de La Puebla de Montalbán, declaró ante el inquisidor que María había curado de hechizo a un criado suyo llamado Eugenio Muñoz. El beneficiado había llevado a su criado a varios médicos. Le diagnosticaron «enfermedad melancólica de corazón y dolor de estómago”. María visitó al criado del beneficiado y concluyó que estaba hechizado. Le recetó un jarabe adquirido en la botica y le aplicó un ungüento que había hecho ella. A la semana Eugenio Muñoz estaba curado.

 LA ALQUITARA.-Para quitar el hechizo a una persona, María, mientras hacía unos rezos, le daba una purga preparada por ella en la alquitara. El brebaje estaba hecho a base de miel rosada, azúcar, apio, hierbabuena y berros.

La alquitara (del árabe al-qattara: gota-destilar) servía para hacer un destilado.

 LA CURANDERA DECÍA QUE HABLABA CON EL DIABLO.-María la Rubia, hija del «Zapatero Cojo», una vez preguntó a María López Sarria de dónde le venía su poder de adivinar. La curandera-adivinadora respondió que hablaba con el demonio varias veces al día. La hija del Zapatero Cojo le dijo que la iba a denunciar a la Inquisición. Pero la Curandera contestó: «Calla, que no hablo con el demonio, sino que tengo pelos suyos, conque lo sé todo y ésta es la verdad».

EL FRAILE QUE PAGÓ CON UN HÁBITO.-Recién instalada María en el Barrio de los Labradores, recibió la visita de fray Juan, organista del convento de Franciscanos, que desde hacía tiempo venía padeciendo fiebres tercianas. Ya Avicena señalaba que estas fiebres intermitentes tenían su origen en las aguas estancadas y en los mosquitos que en ellas pululaban. El convento franciscano estaba situado junto al arroyo Malacate.

El fraile, dándole un habito de estameña, pagó los servicios de la Curandera con el que hizo unos “envoltorios para sus criaturas” y para ella una basquiña o saya usada por las mujeres sobre la ropa para salir a la calle.

No debió ser muy efectivo el remedio que habitualmente María mandaba para estas “fiebres malignas”: cortar las uñas de pies y manos del enfermo, envolverlas en levadura de “pan cocer” y dárselo a comer a un perro «desvariado» (callejero) para que las fiebres pasaran a él.

LATABERNA Y EL FRONTÓN DEL “BOLO” EN LA CE.-Juan Torres “El Bolo” vendía pescado, aceite y vino en su casa-taberna en la Ce. En el centro de su patio empedrado había un pozo. El testero exterior de la casa servía de frontón o trinquete de “plaza libre”, en que sólo existía el “frontis”. Allí los hombres jóvenes de La Puebla jugaban partidos de “pelota a mano”, uno contra uno o por parejas. Se jugaban una invitación de buen vino en la Taberna del Bolo. Pagaba la pareja que perdiera. “Llenáronse de regocijo los pechos porque se llenaron las tazas de generosos vinos” (Cervantes).

El martes de Carnaval de 1658 el labrador Andrés Gómez “El Sevillano” y tres amigos suyos fueron al frontón de la Ce para echar un partido. Dejaron sus capas sobre las bardas de la pared del corral. Cuando terminaron, al ir a recoger sus capas, faltaba la del Sevillano. Pensando que, por el aire, podía haber caído en el pozo, la buscaron con unas halcadejas, pero con los garabatos o garfios no engancharon la capa.

Animados por el arcabucero vasco, los amigos fueron a la casa de María la Curandera, quien, ante las súplicas de Andrés el Sevillano, les dijo que la capa no se perdería. También fueron a verla las mujeres de los tres amigos. Doce días después de haberse perdido, apareció la capa en el pozo de Juan «el Bolo». Inés Núñez, su mujer, fue quien la sacó. Pagaron a María diez reales de a ocho, con los que compró unos zapatos.

María, ante el inquisidor Paniagua, explicó la peripecia de la capa del Sevillano: una mujer casada conocida como la “Caína” robó la capa en un descuido mientras jugaban. Al enterarse de que había recurrido a María, tuvo miedo de que la descubriesen. La Curandera le aconsejó que echase la capa en el pozo del Bolo y que ella se lo insinuaría a la mujer de Andrés de Sevilla. Sacaron del pozo la capa “muy llena de tierra”.

RONDANDO A LAS MOZAS.-Cristóbal Pantoja era hijo del alcalde de Malpica. Tenía veinticinco años. De buena posición, soltero y amigo de fiestas, venía con frecuencia a La Puebla para, con otros mozos pueblanos, rondar a las mozas casaderas de la localidad. La mujer de Diego Hernández intentó que el mozo de Malpica se casara con su hija, a la que rondaba y cortejaba “con música y escándalo muchas noches”. Para lo cual, a mediados de febrero de 1658, con la cara tapada, fue a ver a María. Le ofreció una sortija de oro si conseguía, con sus hechizos, que Cristóbal se casara con su hija. María le pidió una prenda del rondador de Malpica: Le entregó una cinta negra del calzón del mozo.

María mandó llamar a Cristóbal Pantoja por medio de su amigo el pueblano Pedro Losana. Le explicó a Cristóbal todo lo sucedido y le dijo que, aunque tenía poder para hechizarle, no lo haría porque nadie podía ser obligado a casarse contra su voluntad. María le dio al mozo una bolsita para colgar al cuello con remedios contra los hechizos y le amenazó con la muerte por «mal de ojo», si la denunciaba al inquisidor, ya que tenía en su poder una cinta negra suya con la que le podía hechizar y matar. Cristóbal, por miedo, le compró la bolsa por cincuenta reales.

Era costumbre que por las noches los mozos salieran por la calles, para rondar: Hacían paradas en las puertas y ventanas de las casas donde había una moza casadera: Como del siglo XVI es considerada por los historiadores la siguiente copla de La Puebla de Montalbán: “De aquel campo que cruzamos/ sólo quedan matas secas/ de aquel árbol, sólo el tronco/ y de aquel amor, mis penas”. Se sigue cantando en la actualidad una antigua canción de ronda:“No la quiero de la Cé / que todas son hiscaleras/ que la quiero del Vedao/ que todas son costureras”.

 DECLARACIÓN DE LA CURANDERA.-Ante las quejas recibidas, el inquisidor José Paniagua el día 26 de marzo de 1658 comenzó a interrogar a varios vecinos de La Puebla sobre María López Sarria, la cual también se presentó voluntariamente el día 5 de abril.

En estas declaraciones María reconoce que sus curaciones van acompañadas de una oración a Santa Ana. Que no todos los enfermos se ponen bien y que el que sí se cura es porque Dios quiere. Que nunca curó de hechizos y que al que recurre a ella le manda un remedio “placebo”. Que la trama que urdió con la capa de Andrés de Sevilla y en otros casos lo hacía por dinero para mantener a la familia. Que cuando van a consultarla sobre “disparates como que les diga si son queridos o queridas o si fulano o fulana se casará con ellas o no, pensando que ésta sabrá responderlas” a unos les decía no saber nada y a otros les engaña diciendo que haría las gestiones oportunas y si en ese momento “no tiene con que comprar un pan, suele recibir lo que la dan”.

El inquisidor José Paniagua, comprensivo con María, únicamente le prohibió ejercer de Curandera en La Puebla.

Ante esta prohibición del inquisidor Paniagua y porque los problemas con el vecindario iban en aumento, María López Sarria en septiembre de 1658, se trasladó a Torrijos con toda su familia.

ENCARCELAMIENTO Y CONDENA.-María es detenida por el alcalde ordinario de Yuncler y escoltada hasta Torrijos. Fue entregada a un familiar del Santo Oficio, que la encerró en un cuarto apartado y tenebroso de su casa, sin poder ver a su familia y atada con cadenas.

El día 3 de marzo de 1663 el Santo Oficio de la Inquisición de Toledo comenzaba el proceso contra María López Sarria por los hechos supersticiosos y heréticos, de que se le acusaba, que fueron calificados como delitos de “embeleco” o superchería, superstición y jactancia de pacto con el demonio. El 14 de marzo de 1663, los inquisidores ordenan la prisión de María López de Sarria en la cárcel de la Santa Hermandad de Toledo, junto con la confiscación de sus bienes.

El Santo Oficio la condenaba a salir “en forma de penitencia y que en auto público de fe sea leída su sentencia”. Y mandaba que al día siguiente se la sacara a la “vergüenza por las calles públicas y acostumbradas de esta ciudad de Toledo y desterrada de ella y de la villa de Madrid y de Torrijos y de La Puebla de Montalbán ocho leguas en contorno, por tiempo de dos años”.

8-CÓMO EXPLICAR ESTOS FENÓMENOS

En las prácticas de brujería, hechicería y curanderismo el predominio de las mujeres fue casi total. Se las llamaba santiguadoras, curanderas o encomendadoras. Hay testimonios suficientes para afirmar que la mayoría de ellas lo hacían para remediar su extrema pobreza (Leg. 89, núm. 149 y Leg. 86, núm. 70), pero ellas mismas no creían en sus propios “embelecos” y prácticas (Leg. 84, núm. 48 y 49). Los consultores de un caso en el año 1625 achacaban estas prácticas al “ingenio fácil, crédulo y liviano de las mujeres, a las  que fácilmente se las puede persuadir y tratan de “embeleco” todo lo que quieren” (Leg. 92, núm. 200). Los procesos por hechicería en el tribunal de la Inquisición de Toledo fueron 49 en el siglo XVI (69% eran mujeres); en el siglo XVII se abrieron 217 rocesos (75% mujeres); y en el siglo XVIII, 80 procesos (69% mujeres).

9-LA INQUISICIÓN EN LA PUEBLA

En España nunca se llegó a perseguir a estas mujeres con la dureza con que se hizo (caza de brujas, quema de brujas) en Suiza, en el sur de Francia o en las tierras dominadas por el protestantismo. Esta histeria colectiva llegó incluso a la Norteamérica protestante (Salem en 1692). De hecho, en España, muchos expedientes se suspendieron, siendo muy pocas las llamadas brujas y hechiceras que fueron “penitenciadas”.

La actuación comprensiva del  inquisidor de La Puebla José Paniagua en el caso de María López Sarria (únicamente le prohibió ejercer de Curandera) sigue la línea mantenida por la Inquisición en La Puebla de Montalbán desde su implantación en esta villa en el año 1486. Ya en los años anteriores a la Inquisición, La Puebla era considerada como lugar de refugio para los judíos conversos cuando en la ciudad de Toledo corrían peligro o como lugar de acogida para los que no querían perder el contacto con sus tradiciones: venían a La Puebla a comer con sus parientes judíos, incluso a celebrar la pascua y acudir con ellos a la sinagoga. Este ambiente atrajo a Juan de Lucena para poner en La Puebla un taller de encuadernación.

UN VIOLADOR AHORCADO-En La Puebla de Montalbán hubo un caso en 1575 en que se aplicó la ley con todo su rigor , haciendo morir en la horca a un hombre, que había venido de fuera hacía pocos días, por haber abusado de sus tres hijas menores. En las Relaciones al Rey Felipe II sobre La Puebla de Montalbán (1-n.37) hechas en el año 1575  los informantes  dicen lo siguiente: “De un hombre se hizo justicia en la dicha villa que fue ahorcalle, el cual se vino a vivir a ella pocos días atrás, y este hombre confesó y se probó haber tenido cuenta y cópula carnal con tres hijas legítimas suyas doncellas, y que la una era de edad de siete años cuando la hubo”.

Ya en la Edad Media se ajusticiaba y castigaba la violación de menores con la decapitación (si era noble), con la  horca,  o echando al violador a “las bestias bravas”. Para público escarmiento, al acto de ejecución de la pena capital estaban obligados a asistir todos los vecinos del lugar. En Las Partidas de Alfonso X el Sabio ya se decía: «paladinamente deue ser fecha la justicia de aquellos que ouieron fecho porque deuan morir, porque los otros que lo vieren, e lo oyeren, resciban ende miedo, e escarmiento; diziendo el Alcalde, o el Pregonero ante las gentes, los yerros porque los matan». Los cuerpos quedaban expuestos tres días en el lugar del ajusticiamiento.

El propio emperador Carlos V promulgó una ordenanza en 1533 por la que se castigaba con la muerte el delito de violación de menores.

En el tribunal de la Inquisición de Toledo, entre 1575 y 1610, se abrieron 264 expedientes sobre delitos relacionados con el sexo (el 33% del total). Desconocemos si este caso de La Puebla es uno de ellos, que pasó (por “relajación”) del tribunal de la Inquisición al brazo secular (tribunales reales) para su ejecución. Algún historiador afirma que, aunque el Rey poseía la última instancia de justicia, entre las facultades jurisdiccionales (mixto imperio) del Conde de Montalbán se incluía la pena de muerte “como ocurrió con este hombre”.

No se informa de dónde había venido el condenado ni si fue colgado públicamente en el patíbulo o en algún árbol, costumbre esta última que aparece en el Quijote (Cap. LX, 2ª parte): “estos pies y piernas son de algunos forajidos y bandoleros que en estos árboles están ahorcados”.

 10-POSICIÓN DE LA IGLESIA

La Iglesia se opuso desde el principio a los fenómenos de brujería y hechicería provenientes del Oriente. Así San Hipólito de Roma, mártir en el año 235, y San Juan Crisóstomo, Obispo de Constantinopla en el año 398. A finales de la Edad Media se extendió la superstición popular y la competencia de la Inquisición se amplió a estos fenómenos.

El IV Concilio de Toledo en el canon XXIX (año 633) se dice: “Si se descubriese que algún obispo, presbítero, diácono o cualquier otro del orden clerical, consultara a magos, hechiceros, adivinos, agoreros o a algunos otros que ejercen cosas parecidas, depuestos del honor de su dignidad, sean encerrados en un monasterio, consagrados allí a una penitencia perpetua, lloren el crimen cometido”. El mismo Cardenal Cisneros en el Sínodo celebrado en Talavera en el año 1498 pedía a los párrocos que explicaran a los fieles que tales prácticas estaban contra la Ley de Dios.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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